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[A propósito de Urlo o [¡créeme! / esto es sólo rutina, una simple rutina…]]. Por Daniel Rojas Pachas

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Daniel Rojas Pachas nos cuenta del conjunto de narraciones Urlo (La Liga de la Justicia Ediciones, Arica, Chile, 2013), la más reciente publicación del narrador ariqueño Pablo Espinoza Bardi, autor, además, de la trilogía Necrospectivas.



A propósito de Urlo o [¡créeme! / esto es sólo rutina, una simple rutina…]


Urlo (Liga de la Justicia Ediciones 2013) de Pablo Espinoza Bardi está estructurado en tres cuerpos determinados por el género Slasher: Tajo, Urlo y el director´s cut del libro llamado Slasher.
Las prosas breves, en algunos casos pequeñas viñetas, exceptuando la micronovela titulada “La asunción del dios-carne, o la balada de Norman González…]” llevan las cuotas expresivas de horror del autor lejos de sus primeros escarceos de terror materialista o cósmico en Necrospectiva Vol.1 (Cinosargo 2010) o el gore de la segunda entrega de su trilogía, también conocida como Cuentos de Gore de Locura y de muerte en claro homenaje a Quiroga. Lejos también estamos de los tributos a la cosmología Lovecraftiana de La maldición de los Whateley´s, Urlo en cambio, pone el acento en ciertas convenciones del cine y literatura de asesinos hiperbolizados al estilo Leatherface y su familia de hillbillies adoradores de la sierra, Michael Myers, Jason e incluso Norman Bates.
Los paralelismos con asesinos reales como Jack el Destripador, Robert Hansen y Chikatilo cuyas psicologías exponen el crimen ritual en que la carne es un puente con impulsos sexuales primarios o una vía de comunicación con lo sobrenatural y fuerzas divinas, una epifanía o llamado thanático, es uno de los ejes primordiales del contenido de la obra como conjunto.
En ese sentido, considero valioso el intento del autor por propiciar en tan pocas páginas, un universo de breves relatos interconectados con códigos claramente identificables.
Las moscas no sólo aparecen como una muestra de degradación y podredumbre, sino como un síntoma de la psiquis pervertida de los personajes y una muestra patente de su arte depravado.

una madre agonizando en la habitación
un padre encerrado en el baño con su hijo
cientos de moscas hacen lo suyo sobre la cena (Trazos…)
 

**
de su boca emergen
miles de moscas. todas saliendo en espiral, como una vía
láctea hecha de lo peor. y tu padre, como un negro sol,
succionándote hacia él... ([Trauma: in nomine patris...])
 

**
El jefe de policía, ayudándose de un pañuelo, continuó
por un pestilente pasillo atestado de larvas y moscas, hasta
toparse con una misérrima habitación. En ella se encontraba
el terror en su máxima expresión. El jefe de policía cayó de
rodillas frente al horrendo fetiche orgánico, el cual evocó
en su mente una perfecta imagen de crueldad y locura.
( La asunción del dios-carne, o la balada de Norman González…])


En ese mismo rango tenemos el pie de limón como un contraste de pureza mancillado por el grotesco, ya sea como un recordatorio de la peligrosidad y demencia tras la imagen inocente de los ancianos o la santidad de una familia violentada.

Sí, así es, eso me dijo la anciana mientras comía pie de
limón... enredando su lengua enferma y opaca en el tenedor.
“Jovencito, ¿quiere ganarse unas monedas?”..., ([Impulso...])
 

**
¿Cuándo niño jugaste a las tacitas? ¿No? Lo ideal es contar con comida de verdad, así 

que tuve la desfachatez de revisar el refrigerador, ¿y qué crees? Para mi sorpresa lo primero que vi fue un pie de limón… ¡me encanta el pie de limón! Y lo mejor de todo es que lo compartiremos como una verdadera familia…
Ahora, si me permites el cuchillo… daremos inicio a la cena. ([Segundo acto: Pie de limón…])


O la imagen de la venus atrapamoscas como un retorno al útero o matriz nutricia, presente en los relatos [Primer acto: Intro (doggy style)…] y [Tercer acto: La carga…] respectivamente.

Metí mis manos y abrí
su abdomen, quedando como una “venus atrapamoscas”,
con las costillas hacia afuera y con algo de sus tripas
desparramadas en la alfombra / ¡Te digo que le rajé la guata
al puto animal!, y bueno, le corté la lengua y la lancé a los
pies de la familia…

**
colocas el cuerpecito de forma solemne dentro de los
intestinos del animal / metes tus manos y la cubres con
las vísceras, la grasa y el aceite / ahora tu preciada carga
descansa en paz / por los siglos de los siglos / amén.


No se pueden ignorar las ya mentadas referencias a Bubba Sawyer o Norman Bates como íconos del género y a través de ellos, una indagación a la figura de la madre, la fijación con esta y su aprobación, lo cual nos remite al control paterno, los traumas de la niñez y una educación religiosa o moralista castrante, lo que establece vasos comunicantes con infames personajes históricos como Ed Gein.

mi Madre se encuentra sentada frente a la ventana
y con ternura y precisión
...y para que nada de “ella” se escape
engrapo sus piernas / pego ojos y dentadura,
junto colgajos de espalda y abdomen
¿Madre, lo estoy haciendo bien?


Finalmente el acto de asimilación, en el cual se engloban todos los asesinatos, destripamientos, profanaciones e instalación de cuerpos en forma sacramental como altares o retablos en que el cuerpo del victimario puede reposar o acceder haciéndose uno con el occiso. Ejemplares son las citas tomadas de la micronovela “la balada de Norman González”, pero también lo relatado en los distintos fragmentos intitulados [trazos]

la gente piensa que mis actos tienen un fin de tipo sexual / pero yo me río
señores claro que sí yo me río / pues para mí tiene un trasfondo
superior / pues para mí es tan sólo “asimilación”. (…la balada de Norman González)


Urlo en todo caso, está lejos de ser una simplista glorificación de lo profano o una apología gratuita a la violencia legada por blockbusters de clase B y su galería de monstruos.
Bardi se inscribe satíricamente en la línea de Tobe Hooper en la segunda entrega de Texas Chainsaw Massacre al autoparodiarse y desacralizar su obra primigenia de terror, la del tipo gore. Pensemos asimismo en The Poughkeepsie Tapes bajo la forma del falso documental, en este caso como falso testimonio o libro, con una hiperconsciencia metatextual, al declarativamente exponer los hilos de la maqueta. En el relato [remake] que corona el libro, el autor muestra lo burdo del lector y sus expectativas predecibles, caminos ya recorridos por el creador que entrega como cebo prestigiado una serie de formas, diseños sanguinarios repetidos ad eternum para el goce estético entremezclado con el morbo.
En realidad, me da lo mismo. ¡en realidad, no me importa! siempre son chicas las que quedan para el final, y eso les encanta a las audiencias. ([remake])
Con [remake], Bardi da cuenta del reciclaje, el agotamiento de la fórmula y pone en entredicho el acto de escribir, creando un libro que funcionará para los lectores que esperan únicamente la exaltación del crimen y la profanación de la carne, mientras que en paralelo se burla de ese mismo lector/espectador, dejando en claro que el crimen y su imaginario, el rito, tal como señala en más de una oportunidad a lo largo de todo el texto, pero con mayor énfasis en [remake], es el cauce natural del hacha pidiendo materia prima sobre la cual exponer sus versos, el destino obvio y las sendas del oficio.

El hacha se desliza por el lodo buscando impaciente su presa / puede sentir el
olor de la carne / es cómo si tuviese vida propia y eso la vuelve loca
¿lo puedes creer? / sabe que se abrirá paso a través de “ella” /
tajo por tajo / acero contra huesos / ¡créeme! / esto es sólo rutina,
una simple rutina… [remake]

[Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo]. Por Jaime Retamales

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Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo es el primer libro de Natalia Figueroa (La Serena, Chile, 1983); lanzado en la pasada Furia del libro, el poemario fue presentado por Andrés Florit y Jaime Retamales.
Lee a continuación la presentación que Retamales hizo del libro publicado por Das Kapital (2014) además de una selección de poemas.


Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo

Una anécdota, un suceso circunstancial o irrelevante para algunos, puede convertirse perfectamente en un relato y también en un poema-relato. Ribetes de anécdotas tienen todas las historias que se cuentan. Hace casi sesenta años, Claudio Giaconi citaba a un exigente crítico que decía que “estaba demostrado que se podía escribir cuentos notables sin ese elemento tan invalidado que es la anécdota…”, pero lo que valoriza a un cuento —agregaba Giaconi—, tanto como a una pintura o a una pieza musical, no es lo que tiene de sujeción a un molde establecido sino su capacidad de enriquecimiento de la realidad sensible” (499).
Eran tiempos en que nuestra poesía sufría la implacable crítica de las vanguardias hacia el texto narrativo y defendía, como muchos lo hacen hoy, la estética del fragmento, por lo que no parece extraño que Claudio Giaconi no haya mencionado a la poesía como otro ejemplo en su comentario, aunque resulta lógico suponer que esta es el componente al que se refería, validando por extensión el uso de cualquier recurso expresivo en que se encuentre presente o se incluya.
También Enrique Lihn, de la misma generación, la del cincuenta, sentaba las bases por esos tiempos y a contracorriente escribía:

El propósito universalista de una nueva literatura poética latinoamericana —si es que se puede hablar positivamente de una nueva poesía latinoamericana— sería la de expresar o configurar poéticamente una imagen analítica, una visión crítica del hombre; y del hombre en un mundo histórico de situaciones perfectamente concretas y determinadas en cada caso, que actúan sobre él y sobre las cuales él actúa, que lo enajenan y de las que trata de enajenarse, con o sin éxito, pero de las que es preciso rendir cuentas, dar un testimonio […] ir a lo universal significa ahora más notoriamente que nunca definir, o simplemente describir desde adentro una situación histórica entendida en su doble cara individual y colectiva, y naturalmente crearla y hacerla vivir plenamente en el lenguaje.

Estamos lejos de conocer los resultados del antagonismo, si es que existe, entre la forma del fragmento y la narratividad poética: “la narratividad en poesía ocuparía un costado marginal ante la posición canónica del fragmento, considerado como piedra de toque del repertorio formal de la vanguardia”, dirá más tarde Eduardo Milán, en el año 1995. Pero lo cierto es que estamos en una época de manipulación narrativa de la poesía, o podríamos decir en la ruptura del género: una des-identificación funcional entre poesía y prosa para des-formalizar, cambiar el ropaje tradicional, remozar los recursos que han dejado de interesar por obvios.

Natalia Figueroa se suma a las voces que de preferencia utilizan la técnica de la poesía narrativa, es decir: el tratamiento de la “realidad” con una perspectiva poética. De hecho una buena parte de los poemas que conforman este libro corresponden a breves relatos y/o fragmentos descriptivos, pensamientos y hallazgos del drama cotidiano, puestos todos al servicio de una talentosa voz que tiene control y conocimiento de este: su repertorio de materiales. También incluye poemas de corte algo más clásico.
En todos ellos comunica el atento registro de su observación —sin grandilocuencia o aspavientos en un lenguaje cuidado y preciso, sin adjetivos ni figuras retóricas típicas o referencias literarias de nombres o citas (*)(*) Dice el texto: “sin adjetivos”, refiriéndose a esos que al decir de Huidobro en su "Arte Poética": cuándo no dan vida, matan. —: los movimientos de una sinfonía del deseo aplacados ante los hechos que parecen surgir de un mundo alejado de las grandes urbes y que aún conserva la vida de la provincia, como acá se dice. Y cierta marginal universalidad, a la que siempre los poetas vuelven con nostalgia, se escurre en una secreta dimensión.
Se advierten las buenas lecturas reflejadas en sus poemas, lo que ya es un mérito, no caer en el lugar común, sortear con claridad y eficacia el inicio de un viaje, la aventura del lenguaje que es el arte de la poesía.
Finalmente, se debe destacar la poética presentación de Bruno Vidal en la contraportada que descubre, ilumina, e insinúa con exactitud lo que el libro de Natalia es: “La poesía se cultivó en horas buenas, / Se nombró a sí misma con genuinas extrañezas/…/ Y nos hace el honor de ver como se desvive,/ En la condolencia, en el testimonio, en sus ornamentos;/ Ah, y abre sus puertas de par en par en sus escondites/…”.

Bibliografía
  • Claudio Giaconi, un escritor invisible. Editorial Etnika y Pequeño Dios Editores, 2010. 
  • Lihn, Enrique. El circo en llamas. LOM ediciones, 1997. Ver págs. 62 y 63.  
  • Milán, Eduardo. "Visión de la poesía latinoamericana actual". Revista Matadero, N.°102, julio-agosto 2000.
Jaime Retamales (Santiago, 1958). Poeta. Autor de Dominey en la Vía Crotona (1994), Dinastía circense (1998), Desertor (2003), Long Street (2003), Crack Up (2010) y Mercante (2013). Actualmente reside en la ciudad de La Serena.

SELECCIÓN DE POEMAS

Todas tus preguntas

Qué importa lo que sé
cómo lo aprendí
si era de verdad
lo que dije que era
ni dónde nací
mis años, cuándo amé
por última vez, cuál
es mi nombre.


Legado

Mi bisabuelo sembró en su hija
el temor de despertar desolada
y la eterna nostalgia por una Génova
cultivada por él y su familia
antes de que lo enviaran al frente.

No le contó
que aprendió a mirar los muertos
como un paisaje a medida que la sangre
se acumulaba en porciones
De los gases convertidos en espuma
escapando por narices, bocas, anos.
Que espantó moscas azules
peleando el sitio justo para dejar sus huevos
en los cadáveres
De la piel desprendida y el pelo.

Le habló de campos de olivos;
no de la vegetación muerta
que rodea a los cuerpos
incremento de carbono y fósforo.

Contó la historia como un cuento
para ir a dormir
así me la contó ella:
mi padre fue atrapado en el frente
escapó con un amigo
sobre el techo de un vagón
durmieron y cuando mi padre despertó
su amigo ya no estaba.
Cayó del tren, murió.

Ni siquiera se le ocurrió pensar
que a su amigo no le gustaban las despedidas.




Dial

Escucho la misma radio que tú
desde la época en que te llevaba al trabajo
Noticias de los latinoamericanos
por conexión con Radio América
Y al pasar después del almuerzo
cabeceabas en el sofá
al ritmo de una canción conocida
en versión de quenas y zampoñas.
Música suave que viene del pasar del viento
por las cañas de los montes bajos.

¿Te imaginas?
Ir caminando por ahí


Micky

Bajo la ventana de una casa ajena
oye la sinfonía baja, distorsionada
sintiendo una energía nueva.
Al día siguiente no la recuerda, pero de pronto
aparecen notas y es exquisito

Como sus propias canciones
antes de tomar el trabajo
de vendedora.
Llega tarde, le duelen los pies

Canciones sencillas
notas que la acurruquen
en las horas muertas
Intenta componer inútilmente
ahora es difícil
No entiende bien qué pasa:
se aleja su mundo interior.



Camino a la librería

Balmaceda de curvas alemanas
Manuel Rodríguez gritando la buena nueva
Calibán sosteniendo a Ariel
en su mano un símbolo rúnico.

Hubo un tiempo
en que me sentí parte de un espacio mágico
de un país oculto, lleno de dimensiones.
Cité a un joven ahí. Le dije:
Encontrémonos junto a esa estatua.
Nunca llegó.
Eran tiempos de ideas grandes.


Adiós a la familia

Cómo olvidar la fijación de mamá
por convertir ese patio lleno de tierra y piedras
en un jardín.
Era la casa nueva
Estabas a punto de nacer, hermano.
Mamá de bruces sacaba piedras más piedras
hasta acabar el agujero en que plantó el pino.
Papá la retó por gastar el dinero
pero con el paso de los años aprendió a gustar del árbol
de su sombra
del follaje que lo protegió de los vecinos.

El pino, que era hembra, creció sano y fuerte
en busca de la reproducción
sentíamos el olor que expelía
para atraer a quienes portarían el polen
de algún pino lejano.

Muchos pájaros vivieron en sus ramas
Sus raíces comenzaron a levantar las baldosas
Su sombra impidió que el membrillo prosperara
Pronto los vecinos se quejaron.

Tomaste un serrucho
subiste esos nueve metros
y comenzaste a cortar las ramas más gruesas.
Al bajar estabas salpicado entero de leche.
Cuando mamá llegó y te vio sin protección arriba
destruyendo ese pino
tuvo que sostenerse.

Hoy todavía te queda una rama.
Después tendrás que cortar el tronco
Jalar cada raíz.
No te dio pena haber derribado el plan.
Pronto entrarás en esa tierra.


María

En todas las fotografías guapa
junto a su marido y los dos pequeños.
Una me gusta más: están abrazados
lleva un vestido, los niños duermen.
En las siguientes
apenas distingo el cansancio
por haberlos cargado hasta la Acrópolis
y otros lugares. Es feliz,
no entiende mi soledad,
su naturalidad es abrumadora.
Todo el día dedicado a su familia.

Sé que leerá estos poemas
como un adulto presta oído
a las dificultades de un adolescente
que en el fondo
no está frente a ningún problema.

[Presentación de Casimir de Juan Manuel Silva Barandica]. Por Andrés Claro

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Casimir es el segundo libro del poeta Juan Manuel Silva Barandica; publicado a fines de 2014 por Libros La Calabaza del Diablo, el académico y escritor Andrés Claro se hizo cargo de su presentación.


Presentación de Casimir de Juan Manuel Silva Barandica

Buenas noches. Casimir, voy a hablarles de Casimir entonces.
Pues lo primero que impacta en este libro de poemas es cómo su título nos coloca en la senda de Hendrik Brugt Gerhard Casimir, el físico cuántico holandés, célebre por sus trabajos sobre estructuras hiperfinas, superconductores en fluidos y el comportamiento a bajas temperaturas. Al comienzo mismo del libro, en los epígrafes que lo encabezan, este Hendrik Casimir es situado junto a quien fuera su compañero de trabajo, Niels Bohr, con la intención de prevenirnos no solo sobre la influencia poderosa de los acontecimientos azarosos de la realidad, sino sobre la necesidad, ante los mismos, de activar el lenguaje de la poesía; esto es, de activar un lenguaje que ya no sea simple comunicación instrumental, sino modelo de exploración heurística de lo real. Y es así como, ante la tarea que se autoimpone, la lengua de Silva Barandica deviene una suerte de principio de incertidumbre, un desafío a la comprensión desde estructuras microscópicas alteradas por azares impredecibles, lo que constituye un cambio radical frente a la textura de Trasandino, su libro anterior de poemas, donde habla de movimientos y de desplazamientos que se dan a una escala newtoniana, mucho más reconocible para el sentido común.
Pues lo que se pone en escena en Casimir no es la expresión de sentimientos desbordantes ante el azar del mundo; no se personifica la naturaleza, ni se mistifica el cosmos; no hay retórica whitmaniana en lugar alguno. Lo que nos propone es una indagación de la consistencia microfísica de la realidad del presente y del pasado, a partir de la contemplación y el recuerdo de las actitudes más cotidianas, como los viajes, paseos, el sexo y los almuerzos en restaurantes, pero también las lecturas, las salas de clases y los pizarrones, todo lo cual nos sale al paso para mostrarnos que lo más inmediato, lo más a la mano, al mirarlo más de cerca, se rarifica en un azar desconocido. Es lo que resume programáticamente en el poema “Casimir” mismo: “Yo quise decir tanto del universo y que todo / era capaz de ser contenido en un huevo” (en el poema “Lavoisier” reformula: “Como quien se droga buscando patrones / otros se sientan a escuchar cómo cimbra / la danza del sol en las alas de un zorzal”). Y es lo que pone en obra en visiones líquidas, como esta del poema “Los adioses”:

Pero la pileta era olímpica
y uterina, también las minas y esas gotas
mientras miro bajo el agua los rayos del
mundo hervir como una salamandra.

Ciertamente, en esta objetividad concreta se reconoce por momentos el programa de una cierta poesía angloamericana que hizo historia al llamar a fijarse en el "sentido llano de las cosas", en una "realidad severa". No solo el “No ideas but in things”, el "No hay ideas sino en las cosas" de William Carlos Williams, sino sobre todo el “Not ideas about the thing but the thing itself” de Wallace Stevens, de quien Silva Barandica ha traducido entre otros La Roca, que se cierra justamente con esta admonición: “No ideas sobre la cosas sino la cosa en sí misma”.
Con todo, si los esquemas imaginativos, estas cosas ideas, surgen del encuentro entre la mirada y el mundo, el lenguaje cuántico de Casimir no puede sino alterar todo lo que mira, con lo que se va generando una textura distinta a la de Stevens: más caótica, por momentos mucho más brumosa, pero en medio de la cual despuntan imágenes de una precisión y nitidez reveladora. Como esta, deslumbrante, del poema “Movimiento”:

La flor del cardo
devuelve los haces de luz en forma de agujas.

No hay nada aquí de la imagen surrealista, construida por predicación inesperada, mucho menos una lógica onírica. Lo que hay es una visión epifánica en medio de un paisaje de brumas, una suerte de traducción a otra visión posible de esa célebre imagen de Pound en Los cantos: "In the gloom the gold gathers the light against it" ("En la penumbra, el oro atesora la luz a su alrededor").
Como sea, es en medio de este mundo rarificado, de epifanías episódicas, que hacia la mitad del libro aparece también un pathos más recriminatorio, activado por la realidad ya propiamente nacional, por la postdictadura chilena, que reclama ante el olvido de lo que se pretende no haber sabido, o impone la voz de un muerto al que no se ha conocido. De modo que si Wallace Stevens, en la misma traducción de Silva Barandica, hablaba de que “cuando se pasan / los setenta, donde mire uno ya ha estado ahí antes”, Casimir pone en escena más bien lo contrario; así, en “Scarifare”, advierte:

Llegaste tarde, sin conocer
a quienes perdían las piernas en Matucana
o se arrastraban por la Papelera
para calentarnos.
La semejanza es con la ingeniería
no con los hechos tempestuosos.

En "Nometulafken", a su vez, muestra que se trata de: 

Imaginar el aullido de un lobo cuando
la policía busca al culpable...
como el brillo de una bala al fondo
del bosque o un alerce quemándose
sin que nadie lo escuche.

Hacia el final, incómodo y desencantado pero nunca cínico, la advertencia deviene proverbial; así, en “Giordano Bruno” nos increpa: “eso del palo al gato, como pegas pagas / donde se cierra una puerta se abre / una ventana: hacer de todo un negocio”.
Musicalmente hablando, entonces, se habrá reconocido ya, hay otro impacto notorio de lo que es un cambio de influjo desde la textura propia de la poesía francesa derivada del simbolismo hacia la textura del inglés de los modernistas, a saber, estos ritmos aliterativos de Casimir. Pues si es difícil pensar en un poema digno de su nombre que no contenga un grado de musicalidad –que no induzca al menos una cierta cadencia y repeticiones sonoras más o menos funcionales– son sobre todo las consonancias duras las que despuntan una y otra vez al oído en Casimir, donde líneas como: “Cuanta matemática cabe / en la caja que acuna una canción” (2), o “El lenguaje entró en la casa / sigiloso como un hijo” (13), o “batir el baso de Coca Cola para el cólico” (18), o “una palabra que en la tierra palpita” (44), son el tipo de sonoridades que abundan por doquier. Al punto que, a fin de cuentas, su intensificación puede terminar llevando a una experiencia puramente sensible, que se sobrepone y hasta opaca lo que las palabras simplemente dicen. Como en estas líquidas de “Defensa del Islam”: "Silban las piedras lo que limpian las noches" (11).
Pues de sibilantes no puede sino saber Silva, condenado por su patronímico. No por nada, al final del libro, en un poema llamado “Siváinvi”, habla de “un nombre común en castellano / pirámide de letras que aguarda inquieta” (69). Es lo que obliga a volver al comienzo, al nombre mismo que firma este libro, que piramidalmente se descompone al modo de un haikú sonoro:

Juan Manuel
Silva
¡Barandica!

Que es como decir

Juan Manuel
Canta
¡En buena hora!


Andrés Claro (Santiago de Chile, 1968). Escritor. Autor de La inquisición y la cábala (1996), Las vasijas quebradas (2012), La creación (2014).

[Visiones de caza. Sobre Ejercicios de encuadre de Carlos Araya Díaz]. Por Pablo Apablaza Azócar

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Ejercicios de encuadre, publicada por Editorial Cuneta (2014), es la primera novela de Carlos Araya Díaz (Calama, 1984). Como cineasta ha trabajado en la codirección de Propaganda, primer documental colectivo de Mafi.tv (Mapa fílmico de un país). Ejercicios de encuadre, que ahora nos reseña Pablo Apablaza Azócar, se adjudicó el Premio Municipal Juegos Literarios Gabriela Mistral.



Visiones de caza

Acechar la presa y narrar. Buscar los lugares, los hallazgos o las piezas. Excavar la imagen que construye y devela memoria. Como en un puzzle, a retazos, Carlos Araya Díaz nos muestra una alegoría arqueológica de encuentros e insinuaciones. Tenemos a un hombre que acaba de salir de la cárcel y ha sido contratado como guardia en una galería de Santiago. Ejercicios de encuadre mediatiza, primero, la materialidad del recuerdo para reconfigurarlo en imágenes, pantallas que vigilan y ponen en escena un desolador espacio.
La novela arma una personalidad perversa. Los objetos se desplazan y deambulan por territorios, vistos por la cámara. La técnica registra, es la imagen semántica que deja vacíos: un padre alcohólico –luego ausente– que quema su colchón, fragmentos de infancia, un sujeto neurótico y psicopático. En esos interregnos, también, ocupa lugar un destello momentáneo, pero capturable por el sujeto que mira lo que se hace ver.
Los recuerdos de infancia son desviados para perseguir al objeto: Marcia, de veinte años, pelo café, delgada y que trabaja en una lavandería. La narración la hace, mayoritariamente, un hombre que acecha a la chica. El exrecluso es agresor y Marcia la víctima, pero Araya Díaz no pretende, de todos modos, hacer un relato policial, sino, más bien, archivar, recordar y usar notas firmadas por Marcia para pensar la narración como un revelado en que ambos personajes son el mismo cuerpo. Ejercicios de encuadre, entonces, se pregunta por esa cuestión autorial. No quedará claro en la medida que ni siquiera la materialidad del recuerdo es positiva, sino oscura y atroz.
El cuerpo del hombre que no deja de pensar en Marcia es imagen. La ve como un sueño que traspapela el olvido, el deseo y la nostalgia. El tiempo termina anulándose, por colapsar y embarcarse en el movimiento ininterrumpido de una cámara. El recuerdo, como el narrador, se mecaniza, pero también se detiene: imagina fotografías, ve muecas, rostros y fluidos que se duplican en vista de poseer y condensar imágenes de pensamiento. La ciudad, el acecho, la reclusión y Marcia trasvasijan su espacialidad para corporeizarse en el lente de una cámara de seguridad. En ese dominio, el narrador mismo penetra la imagen con su propio cuerpo.
Ejercicios de encuadre materializa el lenguaje del inconsciente en una estructura orgánica que limita con el desciframiento del mundo. Aquí, el espacio es un objeto de miradas que construyen una atmósfera agobiante. El lirismo, además, de la novela está plagado de signos opacos y vacíos que fluyen y se detienen en un personaje maldito, que pretende cazarse a sí mismo en cada imagen de la mujer que acecha, que busca tocar y encontrar sus objetos, que mira sin culpa y naturaliza el mal. La historia construida por Araya Díaz es violenta, termina por intensificarse en los derrames del ojo y en la imposibilidad de la vista por adentrarse en una pantanosa memoria.

Pablo Matías Apablaza Azócar (Santiago de Chile, 1995). Ganó la Beca de Creación Literaria del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, año 2015. Aparece antologado en Halo: 19 poetas nacidos en los noventa (2014). Cursa segundo año en la carrera de Letras Hispánicas en la Pontificia Universidad Católica de Chile.

[Barr(i)o sin cosmética, notas sobre Barro de Angélica Panes]. Por Nicolás Meneses

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Nicolás Meneses nos presenta Barro, de Angélica Panes, libro de poesía publicado por el selloBalmaceda Arte Joven durante el 2014. Para Meneses la lectura de Barro es como dejarse ir "en una barca que opone su volatilidad a la aspereza del concreto".


Barr(i)o sin cosmética, notas sobre Barro de Angélica Panes

1. El barro puede ser producto inmediato de las inclemencias del tiempo, específicamente de la mezcla de lluvia y tierra en baldíos que convierte la superficie en un terreno inestable. Pero también puede derivar de un simple riego vespertino, el desbordamiento de un canal, río, afluente cercano. Desde ahí este libro monta una pre-ingeniería del paisaje, trazado y tarjado que desborda la infancia. En ese suelo una niña tropieza, se adhiere y al levantarse, resbala.

2. No hablo de inocencia, ni nostalgia, sino de la capacidad de sobreponerse a las condiciones climáticas, de ingresar al mundo adulto y lograr reconectarse con ese ser prístino, que elude el sopor de la disciplina y no le da importancia a la suciedad ni las magulladuras.

3. La visión es nítida: Se efectúa cuando el temporal o la llovizna ya hizo sus estragos. Apenas sale el sol se cuelgan las mismas heridas en el patio de la casa. Destilar que transcurre sobre las pisadas marcadas por el calzado, las huellas del paso de un transeúnte o vecino. En el deambular de ese diaporama los ojos están constantemente inquietos, el escenario parece triste al comprobar cómo la basura y el agua ponen en conflicto la tranquilidad de un lugar precarizado y frágil.

4. La visión de a poco se empaña, se opaca en el contacto directo con esa destilación de escenarios húmedos, en permanente ebullición y condensación. La plasticidad de las imágenes evoca momentos familiares, despierta la memoria olfativa, una que remoza de vitalidad los recuerdos, a veces lacónicos, en la apertura que se pacta a partir de esa zanja de olores y matices que impregnan la piel y empujan a cavar más hondo en la sorpresa.

5. Poesía a la intemperie, casi relato de un tiempo en que la cerámica no adosaba los patios e interiores con su ilusión de modernidad y limpieza. Pisos de casas de barrio en la época en que la paranoia era un mal menor, como el de caminar sola en una calle a oscuras, apenas amparada por la luz de un poste que desaparece al pasar bajo los árboles, ciruelos encorvados y plomizos.

6. Amparado en maniobras de sinestesia es que este poemario nos embarca en sus aguas. Al mismo tiempo ese ejercicio nos refriega el vértigo del deterioro, del paso del tiempo. Hablo sobre todo de la podredumbre, el óxido, el pasto mojado y la lavaza que desprende tacto de álbum familiar, de niñez patipelada, de paseos incansables.

7. El civilizado miedo a mojarse o ensuciarse desaparece, dando paso a la exploración de los espacios personales, tales como el juego, mil maneras de capear el calor o soportar el frío.

8. Los deberes domésticos se toman como intersticios, oportunidades para aprovechar de explorar los espacios habilitados por la temperatura, determinantes de costumbres de convivencia barrial como compartir la frescura de una fuente de soda, el chorro potente de un grifo, la sombra y propiedad de las veredas, la distención de beber y dormir en las plazas.

9. Leer Barro es un poco dejar irse en una barca que opone su volatilidad a la aspereza del concreto insufrible que ahoga la urbe.

10. Amago de geografía y viaje mediado por el deterioro de los objetos, la música estridente, la visión compacta, que deriva en momentos vitrificados en la memoria, proponiendo el ejercicio de lectura como un desempañar de cristales.

11. Barro es un carnaval entre pasajes y un contundente ejercicio de bricolaje sensorial. La posibilidad de rehabitar espacios públicos y volver a encontrarse con el otro.

Nicolás Meneses (Buin, 1992) Estudiante de Pedagogía en Castellano (UMCE). Obtuvo una Beca de Creación del Fondo del Libro (2015). Aparece en las antologías Al pulso de la Letra (2013) y Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014).

[El poeta es un tiuque. Presentación de Maicillo / Sauló de Leandro Hernández]. Por Juan Ignacio Colil

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El siguiente texto, escrito por el narrador Juan Ignacio Colil, sirvió de presentación del libro Maicillo / Sauló (Das Kapital Ediciones, 2014) del poeta Leandro Hernández


El poeta es un tiuque

En mi tierna y lejana infancia, toda la familia se juntaba durante los veranos en Collico, época de cosechas, de viajes permanentes al río y de largas jornadas sin TV, ni luz eléctrica, ni agua potable. Nada de eso hacía falta. De vez en cuando llegaba un tío que provocaba la admiración mía y de mis primos. Mi tío portaba una escopeta y salía a la caza de peucos, pájaro hábil y esquivo que amenazaba los pollos de mi abuela. Los peucos eran escasos así que para no adormecer la puntería le disparaba a los tiuques, pobres tiuques. Docenas de tiuques, quizás unas cuantas docenas de tiuques caían esas semanas de vacaciones. Ahora, mirando de lejos, mi tío era el terror de los pobres tiuques. A veces caía un peuco. Pero era una matanza de tiuques.
De chico siempre asocié a los tiuques y otras especies al campo, a los espacios abiertos, hasta que fui creciendo y me di cuenta de que extrañamente también vivían en la ciudad, en medio de Santiago. Medio escondidos, tapados por los edificios, los letreros, por el humo de las micros, aprovechándose del caos de la ciudad, pero esta historia es al revés, no es que el tiuque haya llegado a la ciudad, el tiuque se resiste a marcharse de un lugar que siempre ocupó. Somos nosotros los advenedizos. He visto a estos tiuques resistentes tratando de pasar desapercibidos en este mundo hostil. Lanzando sus gritos a los transeúntes. Pájaros a medio camino entre peuco, por su aspecto, y a paloma asalvajada. Los he visto en algunos sitios eriazos, en medio de los árboles de Avenida Matta, también en el parque Juan XXIII y ahora lo veo acá.
El poeta es un tiuque sobre un eucalipto. El tiuque es un depredador oportunista. Roba imágenes, colecciona estampas de la plaza, pichangas a media tarde, pololeos furtivos, juegos. El poeta tiuque imagina escenas a partir de fragmentos. El poeta tiuque perito investigador de causas perdidas, el poeta tiuque oportunista. ¿Oportunista de qué? El poeta tiuque espera su momento.
En Maicillo / Sauló el poeta tiuque ha encontrado un pequeño reducto en el cual hacer su nido observatorio. Una plaza, un parque de maicillo es su nuevo habitat. Escarba entre el maicillo, se contenta con poco. Es un oportunista del registro. El poeta se adapta y busca un espacio entre el tráfico, el cemento y su carga de años. De otra forma no se explica ese afán.
El poeta pasea por plazas y por series de TV. Entrando y saliendo de un departamento. El poeta es un tiuque, pájaro carroñero que se adapta a lo que venga. El poeta ha dejado sus tierras, el viento lo ha arrastrado a la ciudad. No es fácil moverse. El tiuque busca las alturas y realiza maniobras en el aire, así el poeta también maniobra para sobrevivir en un territorio extraño, pájaro expulsado de su pequeño paraíso, de pronto enfrentado a la vorágine, el tiuque se pierde arrastrado por las corrientes de aire, sube, baja, se extravía en la noche, hasta que el tiuque se reconoce poeta y el poeta se reconoce tiuque.
Nostalgias del tiuque: ovejería, parrita y las tardes del pedagógico. A principios de los ochenta inventaron unas máquinas en las que uno veía las fotos como si las proyectase en una pequeña pantalla de cine. Había que acercar el artilugio a los ojos y con un simple movimiento del dedo giraba la rueda y aparecía una nueva imagen. Eran unos artefactos horribles, pero que causaron sensación en el momento. Así también pasan las imágenes por la cabeza del poeta: ovejería, parrita y las tardes del pedagógico rescatadas de su memoria y otra vez ovejería, parrita y las tardes del pedagógico. El poeta comienza a mirar hacia atrás.
Formación del tiuque poeta: las calles, su infancia, detalles, la memoria está llena de detalles, pequeños gestos que el poeta atesora.
Los lectores de poesía ya no nacen más, ¿para quién escribe el poeta? La poesía como los tiuques es escasa, rara avis, en esta máquina moledora de carne. ¿Para quién escribe el poeta?. La sencillez del poeta está en su mirada, en sus palabras despojadas de la parafernálica poética ingeniosa o poética clarividente o poética hermética. La sencillez del poeta es un paseo en la tarde viendo correr a su hijo.

Juan Ignacio Colil, escritor, autor de “8cho relatos”, “Al compás de la rueda”, “Tsunami” y otros.

[El diablo en Punitaqui de José Miguel Martínez]. Por Juan Ignacio Colil

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El diablo en Punitaquies el primer libro de José Miguel Martínez (1986); este conjunto de cuentos fue publicado por Tajamar Editores el año 2013. Lee a continuación la reseña realizada por el narrador Juan Ignacio Colil.


El diablo en Punitaqui

El diablo en Punitaqui de José Miguel Martínez es un conjunto de 12 cuentos negros. Muchas veces la literatura llamada negra, policial o criminal, tiene como protagonista a un investigador privado o un ex policía o alguien que debe iniciar una búsqueda, en este conjunto de relatos la óptica es otra. Las historias las conocemos a través de los ojos de asesinos a sueldo, traficantes y otros modelos pare cidos y no hay búsqueda de justicia.
Las historias transcurren en diferentes paisajes, el norte de Chile, Bolivia, el sur, cerca del Lago Todos los Santos y por supuesto Punitaqui, algo así como el “Comala” del conjunto de cuentos. En todos ellos se siente la misma atmósfera enrarecida.
Hay narraciones centrífugas y otras centrípetas. Las primeras desplazan su universo en todas direcciones, van abriéndose cada vez más, en cambio las centrípetas se van concentrando cada vez más en sus propios elementos, sus propios códigos que se reproducen a sí mismos, que se renuevan en nueva vuelta. Con esto no quiero decir que las primeras sean mejores que las segundas, sino simplemente quiero señalar este indicio. En estos cuentos los márgenes se van cerrando sobre sí mismos. Se logra construir un pequeño universo con su propia lógica.
Los cuentos son pequeños fragmentos, cada cuento es una unidad en sí misma, pero el conjunto también funciona como una novela a la cual se puede entrar por cualquier capítulo.
Todos los relatos de El diablo en Punitaqui están entrelazados, algunos personajes secundarios de un cuento aparecen en otro como protagonistas, algún nombre dicho al pasar vuelve a repetirse en boca de otro personaje, la historia central de un cuento vuelve a aparecer mencionada someramente en otro o simplemente nos parece que nos remite a una de las tantas historias que hemos leído. Tiene algo de esa litografía de Escher, donde un sujeto camina por una estructura que se comunica por un sinfín de escaleras que suben y bajan y nos hacen perdernos y encontrarnos una y otra vez. Pareciera un juego casual, pero creo que el autor tenía esta idea de la estructura total del libro como una de sus fortalezas. Un juego premeditado de antemano para mostrar al lector las distintas caras de un mismo sujeto. Los distintos tiempos que se funden en un solo.
Quien se lleva los honores en este conjunto de cuentos es el Gordo Granola, personaje que aparece en varios cuentos a veces como referencia, en otras solo como un nombre, una sombra y a veces como el centro de atracción de toda la historia. El Gordo Granola se va robando la película lentamente. El Gordo Granola es, en apariencia, un tipo sin escrúpulos, no trepida en asesinar, torturar y lo que venga en el "pack", no hace preguntas, actúa. Granola vive una vida intensa, pero establece una distancia con los demás y una distancia con los acontecimientos en los que se involucra; da la impresión de que Granola los vive desde afuera. Parece un tipo normal, se puede fumar un cigarro y cargar los restos de un cadáver con la misma calma, uno podría pensar que es un cínico o un personaje sobreactuado. El autor logra dar ese tono en los cuentos, a través de los diálogos, las descripciones certeras, pero en el desarrollo de las historias también vemos que este personaje, Granola, posee su lado B, lo que le otorga un poco más de carne al sujeto. Se preocupa por su madre o, al menos, muestra algo parecido a la preocupación, se preocupa por su sobrino y por su hermana. Granola con los años ha ganado en sabiduría, por llamarla de alguna forma a esa manera de ver la vida. Un tipo que reprueba en silencio algunas actitudes cobardes y absurdas de los otros, ese silencio no significa que no reaccione, sino que no lo transforma en discurso, sino en acciones. De vez en cuando deja caer un consejo, incluso pareciera que desprecia la violencia sin razón y en esas preocupaciones y silencios se reconoce su pequeño espacio ético, su familia es su débil cable a tierra. Es un espacio ético pequeño, limitado. Granola no busca el cielo y no reniega de sus actos, no se excusa ni busca la redención. Cumple con lo que debe cumplir.
El diablo en Punitaqui posee una factura cinematográfica, se lee rápido, las imágenes persiguen al lector, obviamente hay una fuerte influencia del cine yankee del género. Imágenes que de improviso sacuden, golpean o caen encima del lector. Granola es un Clemenza reeditado en versión criolla. Abundan los apellidos italianos: Cavagnaro, Pierattini, Ricci y el mismo Granola suena italiano y por ahí nos vamos al cine de Scorsese y Tarantino. Por un lado, El diablo en Punitaqui es un tributo y, por otro, es una nueva mirada a un tema que nos persigue.


Juan Ignacio Colil, escritor, autor de 8cho relatos, Al compás de la rueda, Tsunami y otros.

[La imagen que falta entre la mano y el ojo]. Por Víctor Quezada

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Toda representación se construye sobre la división entre lo que aparece y lo que permanece invisibilizado. El siguiente texto, que toma como pivotes cuatro documentales de producción chilena, se propone examinar esa relación entre imágenes exhibidas e imágenes ausentes a partir de una clave principal: la noción de imagen operativa en Harun Farocki.

La imagen que falta entre la mano y el ojo

En la ausencia de imágenes existe, sin embargo, una imagen. No la imagen de una ausencia, sino una imagen a la cual se refiere como posibilidad de participar en la historia.
El cortometraje La (des)aparición de una familia (Soto, 2009) constituye el registro de un viaje; un viaje que es, a la vez, el primer registro de una familia que se ha negado sistemáticamente a ser fotografiada o filmada. ¿Cómo es posible el recuerdo de una existencia particular sin las huellas que la fotografía inscribe en la memoria? Esta parece ser la pregunta que subyace al montaje del filme y la pregunta que alienta la impugnación que la hija dirige a la madre obstinada. Para ser plenamente, parece decirnos, se hace necesaria la propia imagen y, en consecuencia, la reflexividad de un sujeto que intenta conocerse a sí mismo. No es casual, en este sentido, que todas las intervenciones de la voz en off (la voz de la hija) comiencen con modalizaciones auto-centradas del tipo “yo digo”**El filme comienza: “Yo digo: ella es mi mamá, él mi papá, ese niño es mi hermano del medio y esa niña es mi hermana chica, esa soy yo, me llamo Paulina y esta es mi familia en un paseo que hicimos a la playa”.. Para la hija, conocer la propia imagen es la condición de existir en la memoria; para la madre, no obstante, recordar es una trama narrativa suficientemente vívida y la proliferación intolerable de las imágenes constituye un obstáculo que se interpone en el provecho de los momentos significativos de la vida; ambas representan dos modos del recuerdo que se creen irreconciliables (lo visible y lo enunciable), dos formas de identificarse con el pasado.
En una secuencia del cortometraje, la hija habla de una fotografía familiar. Es una fotografía que, paradójicamente, no podemos ver; es la única fotografía que existe de una familia desaparecida por la represión dictatorial, su único registro de existencia. De alguna manera, aquí el filme se acaba; de alguna manera, la película encuentra legibilidad en esa imagen ausente.

La (des)aparición de una familia (2009)

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¿Cómo identificarse con el pasado? Hay imágenes que faltan y que, sin embargo, hacen posible la emergencia de otras imágenes o, digamos, toda imagen se juega en la capacidad de referir a esa ausencia que constituye el modo de su aparecer; modo por el cual, la importancia de los contenidos representacionales se disuelve para señalar la fuente de la cual emerge lo visualizado y, en un mismo movimiento, lo que quiere permanecer invisible.
Una imagen no solo indica su pertenencia a un tiempo determinado, el tiempo que ha dejado huellas en el acto de su inscripción, más bien, una imagen interrumpe la continuidad de la historia, esa continuidad que articula el pasado en elementos pertinentes y pretende ofrecerlo “como realmente ha sido”.
Pero hay imágenes que faltan y que, por lo mismo, desbaratan la imagen fija y “eterna” del pasado que oculta su articulación, hay imágenes que no pertenecen a un tiempo, sino que vienen a hacerse legibles en una época determinada (Benjamin, 2009: 96). En la representación (de la historia) conviven ambas imágenes: imagen articulada e imagen desarticuladora.

*

El crítico debe “saber leer las imágenes”, reconocer en esa falta un modo de lectura, pues habría algo que se nos oculta en cada una de las imágenes que aparecen a nuestra percepción. Cuestión que implica, como es obvio, que existiría algo así como un saber alojado en las imágenes, luego, que ese saber no puede aparecer sino como imagen y, por último, si lo que se oculta en la imagen es ya propiamente una imagen, que no existe un mundo tras las apariencias que asegure una percepción transparente y natural, una percepción que no se corresponda con alguna de las mediaciones de la cultura (Vega, 2014: 52).
¿Cómo identificarse con el pasado si no es a través de una imagen? ¿Cómo formar parte de la historia de la humanidad si no es a través de una imagen? Harun Farocki, en este sentido, pone en evidencia todo intento de articulación histórica pues su trama representativa no es pensable sino como historia de la representación (Vega: 52). El trabajo de (des)montaje actuaría desbaratando la secuencialidad del relato para mostrar la discontinuidad inherente a toda operación de vínculo histórico y, de manera simultánea, los espacios vacíos entre los elementos relacionados, la ausencia de una imagen elidida, o de una imagen que siempre falta “y que solo puede presentarse […] bajo el modo de su ausencia”, razón por la cual la pregunta por el pasado está siempre siendo asediada por otra pregunta: la del tiempo y el modo en que esa imagen ausente se hace disponible para su lectura (Fernández, 2014: 38).

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En los filmes de Farocki las imágenes, al aparecer, muestran su modo de inscribirse: esa correspondencia ineludible entre producción y destrucción que es la garantía de todo vínculo figural y que dice, además, a la historia como el resultado de un montaje por el que las sociedades quieren imponer al futuro una imagen dada de sí mismas (cf. Le Goff, 1991: 238).
En “La realidad tendría que comenzar” anotó Farocki:

Desde 1972 existe un convenio en la UNESCO para la protección del patrimonio natural y cultural mundial que dispone que todos los países miembros realicen fotografías de los edificios a proteger. Ante el caso de que el edificio fuera destruido, las fotografías archivadas deben servir para recuperar el plano de la construcción. En las medidas de protección ya está implícita la destrucción (2013: 184).

Permanece latente en el “saber leer las imágenes” un deseo de “ver mejor”. Galende, comentando la aventura de Albrecht Meydenbauer que casi le cuesta la vida y derivó en el establecimiento de los principios de la fotogrametría, caracteriza su procedimiento como el de una inversión doble: inversión, primero, de la perspectiva fotográfica que permite medir lo inmenso y, segundo, la inversión del peligro de muerte por el registro técnico (2014: 18). El deseo latente de ver mejor permanece en las imágenes a partir de una doble efectividad: preservar y destruir.
En el saber que lee las imágenes, así como en la fotogrametría, descansa el deseo de ver mejor, pero, además, saber leer las imágenes necesariamente rodea el problema que significa querer hacer ver a otro, el problema de abrir los ojos al que no quiere ver. Si las imágenes son a la vez producto del trabajo y función productiva, todas las imágenes del mundo serían “el resultado de una manipulación, de un esfuerzo voluntario en el que interviene la mano del hombre” (Didi-Huberman: 2013: 13).

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Hugo Cortés Oyarzún, técnico electrónico, dice hacia el final de Registro de existencia (González, 2009): “La técnica nos avasalló”, “todo es hecho a máquina, no hay ser humano”. Hugo Cortés identifica una “nueva” fase de la actual industria electrónica, una fase marcada por la producción de artefactos desechables. Su trabajo, por lo mismo, ha dejado de ser pertinente, pues nadie necesita reparar un radio, un televisor, debido a que la obsolescencia de sus piezas está ya incorporada en la elaboración del artefacto; es más sencillo ir por un nuevo televisor, por un nuevo equipo de música y desechar los antiguos. La doble efectividad del mercado: producir y desechar para volver a producir y desechar.
El filme, sin embargo, comienza con el artista G. Colón buscando materiales en “La Zona”, especie de vertedero improvisado a las afueras de Valparaíso al que van a dar diversos tipos de desechos y escombros. Es aquí, en esta zona de disolución, donde encuentra los documentos, las fotografías y algunos implementos de trabajo de un tal Hugo Cortés, el registro de su existencia como desecho. Sin esta nueva fase de la industria electrónica (en la que el proceso de producción y la obsolescencia de los artefactos están implicados) la película es imposible. No obstante, podemos pensar que es, principalmente, el cambio de modelo de producción industrial el que se hace legible en estas imágenes; es el registro de existencia el que permite hablar sobre la producción en masa y descubrir el modo de su funcionamiento.

Registro de existencia (2009)

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“Entre el árbol y yo lo único que existe es mi trabajo” (Barthes, 1999: 131). El leñador habla para transformar lo real, su lenguaje está inmediatamente ligado a sus manos. Al contrario del habla burguesa que, hablando, se encubre a sí misma como burguesía.
Farocki, para caracterizar la noción de imagen operativa, recurre al Barthes de las Mitologías, cuyo proyecto contra la naturalización quiso descubrir el velo del habla burguesa tras el cual descansaba la imagen mitológica. “Si no soy un leñador, ya no puedo hablar el árbol [pues] el árbol no es más el sentido de lo real como acto humano, es una imagen en disponibilidad” (131). La mano del leñador es radicalmente otra que la mano del burgués: allí donde el leñador produce, el burgués manipula. Tanto Farocki como el Barthes marxista depositan un saber en las imágenes como potencia desarticuladora, pero mientras el Barthes marxista tuvo que apelar a un fondo de verdad tras la imagen invertida del mundo, para Farocki la imagen de esa verdad siempre falta o, en otras palabras, su crítica aparece siempre “como imagen”.

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¿Por qué recurrir a esas imágenes que no buscan reproducir algo, que no están hechas para entretener o informar, que son parte de un proceso automatizado en el que tanto la mano del trabajador como la imagen del ser humano sufren de una completa prescindencia?
Farocki identifica en la proliferación de las imágenes mediáticas un tedio que a través de la reiteración mitologiza lo cotidiano. “Si sentimos interés por las imágenes que integran una operación, nuestro interés más bien es el resultado del aluvión de imágenes no-operativas” (Farocki: 154). Detrás del valor operativo de la imagen pestañea lo intolerable.

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El carpintero, en cambio, al prolongar la mirada, suspende su actividad y con esto rompe la división del trabajo. “Por un momento detiene sus brazos y planea mentalmente hacia la espaciosa perspectiva para gozar de ella mejor que los poseedores de las habitaciones vecinas” (ctd. en Rancière, 2011: 63).
Como el lenguaje del leñador, la mirada del carpintero es política. Pero en un sentido muy distinto, pues la mirada del carpintero no descubre tras de las apariencias la inversión de la realidad, sino porque su mirada “hace ver lo que no tenía razón para ser visto” (Rancière: 1996: 45); es política porque produce el choque de dos regímenes de sensorialidad a manera de disenso sobre la economía policial, rompiendo así, no solamente la división del trabajo sino que, de manera fundamental, la repartición de lo sensible entre la mano y el ojo, logrando des-identificarse como mera fuerza de trabajo.
En Cien niños esperando un tren (Agüero, 1988) hay una secuencia en la que se relacionan dos imágenes: la imagen de los niños del taller de cine jugando a realizar un travelling montados sobre un carro de madera con una cámara de cartón y la imagen de unas niñas volviendo de la jornada de trabajo sobre su carro cartonero. ¿Qué se nos dice aquí de la percepción subjetiva del travelling?, ¿qué se dice del trabajo infantil? Sin duda, Cien niños esperando un tren fragua una relación inédita entre la mano y el ojo, que ahora mira lo que no tenía razón para ser visto: ese espacio en el que cualquiera puede contarse, el espacio “de la puesta en relación de una parte y una ausencia de parte” (Rancière, 1996: 53).

Cien niños esperando un tren (1988)

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Hugo Cortés ocupa sus manos en sostener un cigarrillo o en ofrecerlo a quien permanece fuera del plano y obliga a hablar. En la “nueva” fase industrial, las manos del trabajador fueron reemplazadas por brazos robóticos. Cada movimiento que ejecutan se realiza de manera efectiva, cada tarea para la que son programados es cumplida con velocidad; aun así, “tras cada movimiento parcial hay un detenimiento”, el brazo robótico “no conserva vestigio alguno de la elegancia adquirida por el hábito” (Farocki: 153).

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Para Didi-Huberman, El fuego inextinguible (Farocki, 1969) articula tres problemas: uno estético, otro político y, finalmente, un problema de saber. Farocki elude el uso militante de la imagen como estrategia para abrir los ojos de quien no quiere ver, pues “si les mostramos una persona con quemaduras de napalm heriremos sus sentimientos”**Luego de leer la declaración hecha por Thai Bihn Dahm al Tribunal de Crímenes de Guerra de Vietnam en Estocolmo, Farocki se pregunta: “¿Cómo podemos mostrarles el napalm en acción? Si les mostramos imágenes de quemaduras por napalm, cerrarán los ojos. Primero cerrarán lo ojos ante las imágenes, luego cerrarán lo ojos ante la memoria, luego cerrarán los ojos ante los hechos, luego cerrarán los ojos ante el contexto. Si les mostramos una persona con quemaduras de napalm heriremos sus sentimientos. Si herimos sus sentimientos, se sentirán como si estuviéramos probando el napalm sobre ustedes, a sus expensas. Solo podemos darles un pequeño indicio de cómo funciona el napalm”.. El fuego inextinguible liga sensibilidad, responsabilidad y saber en una misma imagen ausente, procedimiento por el que se reconoce que la exhibición de las imágenes de quemaduras por napalm simplemente lograría que los espectadores cierren sus ojos; la crítica o la denuncia, para ser efectiva, solo puede aparecer a partir de otra imagen como punto de comparación, una imagen como “un punto de relación con el mundo real” (Farocki, ctd. en Didi-Huberman, 2013: 24), quizás porque las imágenes de las quemaduras por napalm pertenezcan con anterioridad a un régimen de visibilidad que, banalizando el horror, las anula como reverso.
Lo intolerable no estaría situado en el contenido de esa imagen ausente –las quemaduras de Thai Bihn Dahm- sino en el “aluvión” de imágenes que al mitologizar lo cotidiano por su repetición, banaliza el horror de la guerra.
Un problema similar es tratado en La ciudad de los fotógrafos (Moreno, 2006). Oscar Navarro plantea la tarea de la fotografía de denuncia durante la dictadura como un hacer visible aquello que “la gente no quería ver”, para, en ese despliegue, generar conciencia sobre la violación de los derechos humanos. En parte gracias a ese trabajo callejero emprendido por los integrantes de la Asociación de Fotógrafos Independientes (AFI), hacia fines de los ochenta, la represión dictatorial se fue atenuando en las calles de Santiago de Chile. Este nuevo escenario descubrió una relación hasta entonces insospechada entre registro y objeto registrado: este grupo de fotógrafos estaba perdiendo “la capacidad de asombro”, se encontraron a sí mismos necesitando de la violencia para sentir que realizaban su trabajo frente a una represión estatal naturalizada.
Queda manifiesto aquí que el problema de la producción de imágenes y de su exhibición, el problema de abrir los ojos (que siempre implica un “ver mejor” como saber legitimador) alberga en su núcleo la violencia; que al problema estético (insensibilizarse) corresponde un problema político.

La ciudad de los fotógrafos (2006)

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Así como hay imágenes que faltan, que aparecen bajo el modo de su ausencia, también hay imágenes que prescinden del ser humano e imágenes para destruirlo:

El animal humano se ha transformado, más bien, en una sofisticada prótesis del aparato técnico; […] eso que llamamos “hombre” es, cada vez más, una pieza, un comodín en el proceso de producción-destrucción al que se encuentra subordinado y en el que participa como “extra”, como “accesorio” o como “baja” (Colligwood-Selby, 2014: 63).

En el régimen de abundancia de imágenes se aloja una pobreza invisible. En este sentido, la imagen operativa muestra por un exceso aquello que quiere ocultar: la dinámica de producción y destrucción en la que la imagen del ser humano se ha perdido.
En Naturaleza muerta (Farocki, 1997) asistimos al proceso en el que la figura del artista ha sido reemplazada por la del técnico y, la figura del técnico, por el funcionamiento del dispositivo. Naturaleza muerta, al examinar los procedimientos de la fotografía publicitaria, describe precisamente el proceso de eliminación progresiva del trabajador en los modos de producción (Cangi, 2014: 98), eliminación por la cual la imagen operativa se presenta a sí misma como producto y función productiva señalando, a un mismo tiempo, aquello que es posible ver y lo que permanece invisible.

*

Siempre hay una imagen que está recordando. Asistimos en La ciudad de los fotógrafos a la declaración que Claudio Pérez convirtió para sí en tarea de la memoria: completar el archivo fotográfico de los detenidos desaparecidos. Pérez emprendió un viaje de recopilación de las fotografías de los ausentes para así evitar su doble desaparición (los desaparecidos sin imagen sufren una desaparición doble: de la existencia y del archivo, dice en algún momento). Pero en su viaje recopilatorio encontró algo más alojado en esas imágenes: primero, un uso de la fotografía familiar por el cual siempre estamos recordando a nuestros seres queridos y, luego, que en las imágenes perdidas, esos seres humanos aparecían en la plenitud de sus vidas familiares; descubrió allí, en esas imágenes, no el detalle que punza, el punctum que es siempre subsumido por el studium, sino aquello que Barthes descubre en la foto del invernadero: la cualidad de una vida que la luz, posada sobre un cuerpo, preserva como su verdad completa. Cuestión que señala, por otro lado, la real fatalidad en esas imágenes pues lo desaparecido no es un cuerpo, desaparece la imagen del ser humano y su vida familiar.

*

La ausencia de registro en el archivo, sin embargo, señala el modo de aparición de esas imágenes, que es quizás el modo de aparecer de toda imagen, indeterminada en su referencia a una imagen que siempre falta.

*

Hay demasiadas imágenes y, en este aluvión, se ha perdido la imagen del ser humano. No obstante, en las imágenes operativas golpea la mano del trabajador a través de la elegancia de su hábito y, de manera fundamental, pestañea también su mirada.
¿Por qué un proceso de producción automatizado necesita exhibir imágenes? El hacha del leñador no se relaciona únicamente con la madera, también con la fuerza del brazo. Farocki escribió: “así como no existen ‘armas inteligentes’, tampoco existen imágenes que no apunten a un ojo humano” (158).
Si las imágenes operativas muestran que en los procesos productivos el hombre aparece como “extra”, “accesorio” o “baja”, también parecen decir que la imagen del hombre, a pesar de su desaparición o contra su desaparición, “despunta como apertura” (Casanova, 2014: 117).

*

La secuencia de La ciudad de los fotógrafos en la que vemos a Pérez en su viaje recopilatorio es antecedida por la imagen de Ana González, quien relata la manera en que consiguió la única fotografía que existe de su familia completa, antes del asesinato de sus hijos, su único registro de existencia. Respecto de esa foto, Ana González afirma: “no tener la foto de la familia es como no formar parte de la historia de la humanidad”. Este enunciado es el punto crítico de otra película, La (des)aparición de una familia, esta es la imagen efectivamente ausente en el cortometraje, la imagen a la que se hace referencia y la que otorga legibilidad al filme, sin la cual, quizás, no se habría filmado, pero, sin lugar a dudas, sin la cual la pregunta por la identificación con el pasado no tendría lugar: mientras la relación del presente con el pasado es meramente temporal, se es parte de la historia imaginalmente (Benjamin: 96).


Filmografía

Bibliografía
  • Barthes, Roland (2011). La cámara lúcida. Buenos Aires: Paidós.
  • ------------------- (1999). “El mito, hoy”. Mitologías. México, Siglo XXI editores.
  • Benjamin, Walter (2009). La dialéctica en suspenso. Santiago de Chile: LOM.
  • Cangi, Adrian (2014). “De la naturaleza de las cosas”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.
  • Casanova, Carlos (2014). “No sabemos lo que una imagen puede”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.
  • Collingwood-Selby, Elizabeth (2014). “Reconocer y perseguir de Harun Farocki: el dominio de la imagen operativa”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.
  • Didi-Huberman, Georges (2013). “Cómo abrir los ojos”. Desconfiar de las imágenes. Farocki, Harun. Buenos Aires: Caja Negra.
  • Farocki, Harun (2013). Desconfiar de las imágenes. Buenos Aires: Caja Negra.
  • Fernández, Diego (2014). “Harun Farocki, la imagen que falta o el punto crítico de las imágenes”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.
  • Galende, Federico (2014). “Farocki, Aufklärung y despiece”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.
  • Le Goff, Jacques (1991). El orden de la memoria. El tiempo como imaginario. Barcelona, España: Paidós.
  • Rancière, Jacques (1996). El desacuerdo. Buenos Aires: Ediciones Nueva Visión
  • --------------------- (2011). El espectador emancipado. Buenos Aires: Manantial.
  • Vega, Francisco (2014). “La fabricación de lo visual: catástrofe y política de la imagen en Harun Farocki”. Sobre Harun Farocki. La continuidad de la guerra a través de las imágenes. Fernández, Diego (ed.). Santiago de Chile: Ediciones Metales Pesados.

[Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo]. Por Walter Hoefler

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El siguiente texto, escrito por el poeta Walter Hoefler, sirvió de presentación del libro Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo (Das Kapital, 2014) de Natalia Figueroa; la presentación del libro se realizó en la ciudad de La Serena durante abril de 2015.

Una mujer sola siempre llama la atención en un pueblo

Ha precedido a la presentación de este, su primer libro de poesía, en la obra de Natalia Figueroa, su papel como editora de la revista 2010, un esfuerzo por cruzar las fronteras ideológicas convencionales de este Chile dividido, perplejo, absorto, crispado y quizás involuntario o también imaginario, que la revista procuró reunificar, reconciliar, reencontrarlo con una suerte de núcleo básico de su presunta identidad, donde ciertas fronteras estancas e irreconciliables pudiesen desaparecer.
Se volvió luego hacia lo local, buscando también borrar fronteras justificables, proponiéndonos Tierra incognita, una antología de la poesía protorregional, de algunos que ella podía convocar, entre difuntos, emergentes, residentes y trasplantados, señalando expresamente que “reúne textos publicados o inéditos de ocho poetas vinculados a la ciudad de La Serena”, habiendo incurrido en dos transgresiones graves, por no decir gravísimas: no incluyó a Arturo Volantines y se incluyó a sí misma. El título homenajeaba a Tristán Altagracia, que ya no estando entre nosotros, no atinaremos a llamarlo ausente. El título connotaba la idea de viaje, de un viaje de descubrimiento, queriendo quizás decir, que lo que se iba a abordar no estaba predeterminado, ni tampoco había que justificarlo demasiado. Era una antología especulativa donde juntaba a Tristán con Thomas Harris, con Teresa Calderón, agregaba a Juan Santander, un emergente; a los residentes Alvaro Ruiz y Walter Hoefler, al ya muy arraigado Jaime Retamales y, ciertamente, a ella misma, poemas adelanto de lo que nos convoca.
Como poeta, Natalia había debutado, todavía quinceañera en la antología El libro de oro de la poesía regional, que si bien no era de oro de muchos quilates, era profusa en número de poetas y a la vez escueta en cuanto a la muestra poética, una suerte de directorio de poetas a la fecha (1998), inventario de cualquier trazo ejecutado sobre páginas en blanco que pareciese verso o “que dijese algo”, como la justificaba Benjamín Morgado, entre otros. Ella debutaba así como una promesa juvenil que amenazaba ser la Rimbaud o Lautréamont femenina o, en caso más cercano, una Carolina Freire de Jaime, una carta secreta del norte más sureño, del norte más verde.
Siendo este su primer libro efectivo de poesía, el título no lo sugiere ni evidencia, queriendo parecer ocasional, casi como accidental.
Los títulos pueden ser portadores de verdades mayores o menores, parecer aforismos o conceptos, sustancias o adjetivos, delatar circunstancias, simular acciones, sugerir cierres o aperturas, tránsitos o callejones sin salida. Son frases o apenas palabras, a menudo sentimientos, pero la modernidad y la posmodernidad han roto todas las expectativas. Por eso parece ser la formulación tanto de una circunstancia ocasional, como casi remedo de una ley de conocimiento práctico. Sugiere ante todo andadura prosaica, siendo además que asume o reivindica un motivo más narrativo que lírico, “el extraño en el mundo”, pero dándole aquí un giro femenino, previendo, bajo el sesgo de un prejuicio machista, esta suerte de faro de deseos o de lámpara que atrae a las mariposas nocturnas, la presencia irruptora de una mujer, renovando sí algo que ya no es novedad.
El conjunto pareciera querer también dar cuenta de un viaje por Grecia o de una estancia, pero el hecho no se convierte en motivo ni en tema central, lo que llevaría quizás a una reconstrucción simulada o a una disposición cronológica referencial del hecho. No se trata de reconstruir desde una instancia objetiva, sino de borronerar aquí los límites o umbrales de la objetividad y de la subjetividad, por eso el viaje se entremezcla con otras experiencias, habiendo cierto recaudo también de vínculos o funciones familiares donde resaltan los ejes madre/hija; hermana/hermano; hija/mascotas; en todo caso, mascotas singulares, las que como suele ocurrir en poesía se acercan a la formulación de un particular y reducido bestiario. Pero como ya nos ha acostumbrado la lógica de la poesía moderna y, aún más, la del fragmentarismo posmoderno, las fronteras temporales o las lógicas secuenciales de la historia se posponen o se borran, sometidas al arbitrio de la subjetividad que las convoca en el orden quizás de cierta voluntad o de cierta jerarquía emocional. La poesía permite vivir el pasado, permite reencontrarse con quien sea, permite sentirnos sirgadores, participar del asesinato de Julio César o del encuentro de la máquina de coser y del paraguas sobre la mesa de disección, etc., etc. Digamos con cautela que, a su manera, remeda también el alejamiento del hijo pródigo, ahora reconvertido en la hija pródiga. Sí, porque la hablante no se entrega al vértigo del viaje y del alejamiento, sino pareciera saber que tiene el pasaje de vuelta comprado, pero es justamente esta tensión entre el adentrarse en tierra extraña y la necesidad de dar cuenta a la familia, origen de cierto misterio.
La disposición u orden lineal de los poemas puede interpretarse parcialmente como intencional, aunque también puede ser una manera intencionalmente displicente de atribuirle sentido, dejar que el azar disponga. No obstante, puede haber también pulsiones de orden subconsciente en esa suerte de conjunción u orden azaroso. Lo que resulta expectante es cierta expectativa de epifanía: dentro de las rutinas más esperables de un viaje se crea una tensión de expectativas.
Un poema clave así parece advertirlo también su primer escoliasta: Carlos Henrickson es “Camarines”. El camarín es un lugar de tránsito, un "no lugar". No sé si antes se lo había consagrado de sentido singular en algún poema. En él pasa algo, la gente se cambia de ropa, por lo tanto, se desviste, queda parcialmente desnuda, pero luego se viste de nuevo con el uniforme de algún equipo o con la ropa apropiada para hacer algún deporte. Luego vuelve de nuevo y se desviste, se ducha, se seca y se vuelve a vestir, vuelve a su estado original de calle. En eso reside potencialmente su sentido. Aquí se transforma en un sitio de iniciación, iniciación mental, la niña que se confronta con la adultez. El deseo de la hablante es ambiguo, le atrae el misterio de la sexualidad, pero esta sexualidad, manifestada como deseo, antes que como realización, se transforma en una suerte de reconversión religiosa, entre el afecto y la solidaridad de género, entre el riesgo de tomar el asunto entre sus manos o de ser sometida a lo inexplicable, todo esto manifestado de manera más sugerente y misteriosa. El poema se cierra con el deseo de reconvertirse en voluntad performativa, en acto de reivindicación y resiliencia, en algo cercano al lavado de pies ejecutado alguna vez por Diamela Eltit. Es entrega y salvación al unísono. Curiosamente el lector es transformado en sacerdote que escucha una confesión, pero que no sabe qué penitencia darle, porque no sabe de qué se habla, en nuestro tan católico subconsciente.
Volvía a casa
repitiéndome la imagen de sus manos
subir y bajar
por esas vaginas
llenas de vello.
Hacían esto con tal naturalidad
que sentía ganas de acercarme
y lavarles cuidadosamente
todos los males del mundo.
Recurso determinante es el uso doble de la forma verbal "volvía" que sirve tanto para la primera como para la tercera persona, permitiendo así la oscilación entre accionar y distanciamiento, entre subjetividad y objetividad con que se caracteriza el actuar de la hablante. Señalemos que también el primer texto se inicia con un "volvía", es decir, el pretérito imperfecto narrativo. De igual forma los poemas se desarrollan en la forma de un relato, pero que al final se revierte, ya sea en forma de paréntesis o de un final en pareado, en expresión privada, reservada o interior:
Tuve temor
de dejar mi escondite.
Expresión que también permite caracterizar todo el actuar de la hablante: "temor de dejar mi escondite", es decir, de develar mi subjetividad. La poesía que es entendida como expresión plena de la subjetividad, aquí se resiste, bajo la forma del exceso anecdótico o narrativo a exhibir sus fueros, se los guarda.
El viaje a Grecia es turismo, pero también viaje a los orígenes. No es simple recorrido por la periferia turística, se detiene en los interiores, en el interior rural, en las aldeas, en los cruces, en los bares y cafés, pero sobre todo es vínculo con personas, en el poema con nombres que sustentan su origen demótico: Kostas, Panagiotis o Filipo; así como diversos topónimos: Athos, Skafia, Ikaria, Creta, Rodas y Symi. La alternancia de estos nombres con los de otros ámbitos y lugares, algunos prestigiosos como Venecia o Barcelona, sugieren elípticamente la forma de un relato de la visita principal a Grecia, pero quedando esto subordinado, no a un observar o calar los lugares, sino a resaltar su condición pasajera: apenas un lugar se deja, se avizora el otro. El recuerdo, la expectativa, parecen así generar una cierta tensión, la que se incrementa ya que siempre se retorna, ciertamente, en el poema o a través de los poemas a su lugar de origen: la casa, la familia. Hay algunos pequeños libros, sobre todo escritos por mujeres, donde mediante elipsis, alternancia de texto e imagen o, en este caso, por fragmentación y discontinuidad, se resguarda o se sugiere una suerte de secreto de familia. El texto matriz de esto sea posiblemente “La desaparición de una familia” de Juan Luis Martínez, pero lo leo también en María Inés Zaldívar, en Milagros Abalos y en este, aunque aquí no se trate de ningún secreto en particular sino de la simple zozobra de una conciencia femenina alejada de su casa, entregada al vértigo parsimonioso de un viaje, que es más viaje por la poesía que por la realidad mentada. ¿Pretende el texto así testimoniar simplemente una suerte de viaje iniciático, de reconocimiento del origen o se reviste e inviste también de un sugerente subtexto? Responden así sus primeros lectores testimoniales: Carlos Henrickson propone "gnosis", viaje de conocimiento; Bruno Vidal en la contraportada propone llamarlo “pergaminos elogiosos del yo”, y con ello privilegiar la dimensión subjetiva; Jaime Retamales precisa su condición narrativa; Leonardo Sanhueza opta por señalar la alternancia entre el viaje extranjero y la cotidianidad familiar.
Me parece que el empeño por resaltar lo narrativo es también una forma de conjurar la pretensión metapoética de la poesía moderna y posmoderna. Sospecho que ella quiere conjurarlo, evitarlo, por eso no hay aquí tampoco la pretensión de hacer un libro, sino allegarse a la forma del álbum o quizás del almanaque, la miscelánea, por eso la aparente displicencia y esta alternancia, por eso ese aparente dejar pasar o hacer y quizás acercarse o pretender solo relatar a partir de la simple o aparente forma de la anécdota:
En Lubczyna, un pueblo al noroeste de Polonia
el dueño de un Ford Escort pidió disculpas
por su forma de manejar.
Hay cierta voluntad de situarse en lo común o en lo trivial, que no es etimológicamente solo el lugar común, sino el "Trivium", los saberes medievales consagrados, es también una encrucijada de tres vías, de tres caminos, en este caso: el de la familia, el del país visitado y el de la poesía, por eso digo, lo trivial, casi como una forma de ocultamiento en lo opcional, en lo indeterminado, a la espera del surgimiento de una opción poética, de una anagnórisis o de una epifanía como sus objetivos. Lo narrativo anecdótico es así tanto conjuro de un voluntarismo metapoético, como andadura de la expectativa poética. No deja de ser una evidencia de cierta riqueza significante que sus comentaristas no converjamos en alguna interpretación unívoca, sino matizadamente diferente.

Walter Hoefler (Valdivia, 1944). Poeta, Profesor de Estado de Castellano (Universidad Austral de Chile), Doctor en Filosofía con Mención en Filología Románica (Johann Wolfgang Goethe Universität, Frankfurt/M). Ha participado como poeta, crítico y traductor en diarios y revistas como Trilce, El Correo de Valdivia, Araucaria, Revista de Educación, Espíritu del Valle y El Día de La Serena.

[El vuelo del ave en la intemperie: Tordo de Diego Alfaro Palma]. Por Ismael Gavilán

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El siguiente texto escrito por Ismael Gavilán fue leído en la presentación del libro Tordo (Cuneta, 2015) del poeta Diego Alfaro Palma; presentación que se llevó a cabo en la librería Metales Pesados de la ciudad de Valparaíso el día 9 de mayo de 2015.

El vuelo del ave en la intemperie: Tordo de Diego Alfaro Palma

En la hornada de poetas sub-30 que empezaban a publicar en la década de 2000 siempre me pareció advertir cierto aire de familia que, por metonimia, era altamente tentador de apreciar como representación de un aire epocal que iba muy acorde con la pretensión de establecer una concordancia casi mimética y aun causal entre el lenguaje y su respectivo contexto y, casi siempre, con una urgencia de tono irrevocable. Aire de familia que hacía -y hace- del discurso de la precariedad su estandarte a ultranza, fijando su atención en el descalabro del paisaje urbano en tanto analogía del descalabro personal. Esto, sin duda, era -y es- un modo no solo de leer, sino también de escribir, asunción de una actitud y no un mero recurso retórico según el decir de varios vates expuestos en la primera línea de nuestra compasiva farándula poética. Es de aquel modo que se puede entender, me parece, esa opción –legítima por lo demás- de poetizar desde una primera persona que no problematiza mayormente el lenguaje y prefiere dejar de lado cualquier opacidad, enfatizando, de una u otra manera, elementos paratextuales que, en su evidente exposición, desplazan o dejan en suspenso las eventuales ordalías que implican los devaneos textuales que en su transcurso se problematizan a sí mismos. Aquel proceder tan loable como insuficiente, implicaba la adopción de posturas críticas que ponían –y siguen poniendo- un especial énfasis en, por ejemplo, la presencia o el uso de elementos "massmediáticos" en la imaginación poética; o la performance de un habla que mimetizaría las voces de tribus urbanas en aras de explorar, descubrir o poner en circulación una subjetividad herida que, ante el espectáculo socio-político que nos ha tocado ver y vivir, se muestra furibunda, escéptica o transgresora.
Al final, han pasado los años, nos adentramos veloces en la segunda década de este siglo y aquel aire de familia, o se ha diluido, o se enrarece para cualquier lector que, como yo, ha superado los 40. Lo que hace un lustro parecía la reivindicación trasgresora de toda una nueva generación, se anquilosa o deviene inmovilidad imaginativa, reiteración expectante o silencio avasallador. No puedo dejar de leer eso a mi modo, es decir, como un dinosaurio de los noventa y, por ende, con distancia y escepticismo ante todo anhelo mesiánico o redentorista que de tarde en cuando siempre asalta nuestras letras. Al final me quedo con poemas más que con gestos, aún más, con poemas que son gestos y donde esa subjetividad lacerada que todo poeta joven expone con el corazón en la mano, se retira bajo el silente saber que despierta el lenguaje más allá de toda queja a estas alturas, superflua o retóricamente imposible.
Al final pasan los años y en el recogimiento de esa marea febril que ha sido la “poesía joven chilena del 2000”, relumbran nombres y palabras que han permanecido en el oído y la retina, algunos que en su silencio no estuvieron en esa primera hora junto a otros que han persistido y entregan, hoy por hoy, una fruta más espesa en su densidad lingüística, emocional y experiencial, que hace 5 o 10 años era impensable. Simple maduración dirán algunos. Evidencia para mí de la vieja frase que expresa que el arte es largo y arduo y cuyos ritmos no siempre van acordes con los de la vida, más bien, son otra vida con otro ritmo.
Es en este contexto donde aparecen en mi curiosidad lectora nombres y obras y donde el caso de Diego Alfaro me parece decidor: desde los poemas de Piano de juguete (2008-2009), llegando a Paseantes (2010) y ahora a Tordo (2013-2015), lo que aprecio es tanto una búsqueda formal, como una amplitud de la experiencia. Digo esto porque Diego es un poeta que no va a la caza de novedades con poemas siempre distintos, sino más bien, obsesionado con un puñado de imágenes y palabras, reescribe paciente los mismos textos, en un gesto que podría recordar a Gonzalo Rojas, a Juan Ramón Jiménez o más cerca de nosotros a Sergio Muñoz Arriagada o Marcelo Guajardo Thomas. Así esa reescritura es tanto corrección en búsqueda de un poema imposible, como también, exploración de formas diversas en que encarna la escritura. Por ello, Piano de juguete, una breve plaquette, es la antesala de Paseantes y este, a su vez, es una reelaboración de un conjunto previo –para nosotros como lectores, mayormente desconocido- como a su vez el actual Tordo es la ampliación de Tordo, publicado en Buenos Aires en 2013. En ese vaivén, lo que aprecio es menos un experimentalismo que una serie de decisiones expresivas como son, por ejemplo, pasar del poema en prosa al poema en verso libre, del poema con pretensiones cuasi métricas, a poemas de un narrar más amplio, de poemas altamente concentrados en su economía lingüística a poemas más extensos de un aliento vertiginoso. Ese vaivén es tal vez la consideración de esta poesía como un permanente "work in progress", consideración que distingue en sus usos retóricos a Diego de otros poetas de su entorno y que hace que en estos años, haya ido creando su propio espacio de respiración, cosa que implica, ni más ni menos, la búsqueda de lo propio y característico, la indagación por lo que aparece transformándose en la imaginación que nos otorga lo permanente.
No pretendo acá otorgar claves decisivas para la lectura de Tordo, solo unas cuantas pistas que me llaman la atención y que deseo compartir con ustedes.
No me ha sido fácil abordar Tordo, pero más allá de la excusa de rigor, ¿en qué radica su dificultad? Tal vez en la apuesta heterogénea de su disposición formal que hace que el lector salte de un registro a otro en un ejercicio de gimnasia verbal e imaginativa. Ya de partida, eso me parece interesante: aquí no veo la pretensión de la obra total que haría del libro una obsesión en tanto engranaje meticulosamente articulado de partes que se condicen unas con otras para otorgarnos una radiografía de un sujeto sufriente, una circunstancia socio-histórica contable o una épica del cariz que fuera. Esa obsesión, tan necesaria y también tan nefasta en su autoritarismo, no ha sido insignificante en tantos proyectos escriturales de antaño y hogaño como si el simple acto de reunir poemas en un volumen fuera evidencia de poco rigor, falta de una visión abarcadora sobre la realidad o cosa semejante. Felizmente, lo que yo creo ver en Tordo es más que nada la asunción consciente a la luz de su heterogeneidad formal, tanto una crítica implícita a ese "dictum" como también la evidencia de la impostergable fragmentación de nuestra experiencia, aún más, la imposibilidad de asumirla de modo más o menos coherente en el tapiz de la vida. Ahora bien, esa heterogeneidad no implica, según mi juicio, fragmentación ociosa o descuido inconsciente. Para nada, leo ahí más bien un tono rapsódico que nos abre diversas puertas en invitaciones a conocer y divagar. Pero no deseo, en este comentario, ser abstracto. Deseo jugar a local pues veo ahí un sabio aprendizaje formal proveniente de la lectura provechosa que Diego ha efectuado tanto de la poesía de Ennio Moltedo como de la de Rubén Jacob. Me explico. No es que las referencias textuales y hasta casi eruditas que salpican los poemas de Diego se limiten a la obra de estos dos poetas queridísimos en estos lares porteños. Para nada. Se trata más bien de que en la escritura de Diego vislumbro procederes aclimatados desde la peculiaridad de la obra de los autores de Concreto Azul y el Boston Evening Transcript. Por un lado, la decisión de escribir poemas en prosa. Por otro, el poema ya en prosa o en verso libre como una variación, a modo de una deriva que se adentra en vericuetos geográficos, mentales, políticos y emocionales de cierta densidad expresiva.
El poema en prosa siempre ha sido la manifestación de un lenguaje de síntesis, es decir, en su esencia aparentemente contradictoria, integrada por planos disímiles, pero en última instancia, superpuestos, acaso como el medio perfecto para expresar la diversidad de lo que implica contar y cantar, en una simbiosis siempre problemática, pero que de ser bien resuelta, nos deja con relevantes particularidades. Así, en los poemas de Diego, participamos de alusiones extensas a situaciones de asombro, precariedad y lo que llamaría “exposición en los bordes de la catástrofe”. La reiteración bajo nombres distintos a diversas aves, hacen del sujeto que enuncia aquí una especie de augur: martines pescadores, chercanes y tordos forman una espesura menos de clasificación zoológica que símbolos puestos en la imaginería necesaria para contar. ¿Contar qué? La propia desolación del presente, pero no en imágenes tremendistas de colapso urbano a las que nos tienen acostumbrados buena parte de los vates nacionales contemporáneos, sino más bien, en un registro de páramos fríos, costas heladas y ruinosas, atardeceres amplios y monótonos, ciénagas y, en general, un ambiente de tundra acorde a esa imagen que nos hacemos de un pasaje frío, incluso polar, rocoso y escarpado, como en algunas escenas del cine de Lars von Trier o en algunos poemas de Tomas Tranströmer. Pero también jirones de memoria, escenas rescatadas de la infancia como cuando en el poema "Madriguera" vemos la imagen de un "chevy" en el óxido del patio entre los juegos de los niños o como cuando en el poema "Relatividad general", el niño se oculta en un puente como símbolo del transcurso del tiempo y la luz. En los pequeños poemas en prosa de la primera parte de Tordo, lo que veo es un mosaico de microrrelatos que no renuncian al lirismo a pesar de relatar una intensa desolación que, curiosamente, no es equivalente a la desesperanza, sino más bien a cierto pasmo ante la corrosión del tiempo.
Pero sin duda la "pièce de résistance" de Tordo es el extenso poema final del libro que conforma por sí solo toda su segunda parte. No es la oportunidad, ni hay tiempo para extenderme como quisiera ante este notable poema; poema que, según mi juicio, es hasta ahora el "non plus ultra" de Diego como poeta y, por ende, su logro expresivo más notable y logrado. Por eso, lo que aquí diga son meras impresiones muy provisionales. Dividido en 10 partes o secciones, el poema articula una voz que divaga en una deriva que le lleva a regiones de la memoria, espacios físicos y lugares imaginados, de un modo tal que, como decía, nos recuerda el procedimiento de variaciones que Rubén Jacob consagró en su poema The Boston Evening Transcript. Pero no es una voz que se hace a modo de un extenso monólogo de una conciencia que se asedia a sí misma con parsimonia. Para nada: en todo el poema vemos que el sujeto se dirige a un tú, una segunda persona que apreciamos como presencia femenina y que se nomina bajo el nombre de Jean de Montreal, en un procedimiento ya célebre que Blaise Cendrars -poeta vanguardista francés, amigo y contemporáneo de Apollinaire- inauguró con su maravilloso poema "Prosa del transiberiano". Pero la gracia del poema de Diego no es que se remita en su forma y contenido a emular simplemente los procedimientos retóricos, ya de Jacob, ya de Cendrars, sino que lo que hay ahí es una aventura que ausculta en su transcurso una serie de recovecos espaciales y emocionales que hace de la pregunta su propia respuesta. Jean de Montreal es muda, no la vemos hablar, no escuchamos su voz, pero nadie nos dice qué puede estar susurrándole al oído del sujeto del poema, sus posibles salidas a terreno, sus admoniciones y sus recordatorios necesarios para hacer del gesto de quien ahí habla un viaje que recorre diversas instancias. ¿Y qué se nos muestra en este viaje? Ningún paraíso artificial, ninguna serenidad ante la consumación del tiempo y la experiencia, sino más bien, una tensión que pone en entredicho la seguridad misma del sujeto que enuncia, seguridad que nos hacía creer en el poema como refugio ante la desolación del presente. Para nada. En este poema, lo que vemos o a lo que se nos invita es a recorrer la imposibilidad de todo asidero: la crisis de la imaginación, la precariedad de la responsabilidad humana ante la destrucción del entorno, la voracidad de la historia con su cruel violencia, los espasmos de la memoria para ver si aún hay puntos de referencia antes de la deriva total Y nosotros, como lectores, a la intemperie ante una aventura como esa. Para mí, este poema cumple la clásica exigencia de nuestro medio -que no por eso la compartimos siempre- de que la poesía debe dar cuenta no solo de sí misma en tanto poema que se autocritica en un ejercicio de reflexión metapoética, sino que también da cuenta de un gesto de protesta, de amonestación moral y hasta política, pero todo ello sin renunciar a ser poema, es decir, sin renunciar a concatenar imaginativamente un fraseo verbal que posee su propio impulso rítmico. Como un panóptico que nos otorga la simultaneidad de visiones en su despliegue temporal, este poema muestra nuevamente lo conflictivo que significa el contar sin renunciar al cantar, en otros términos, el conflicto -siempre productivo- si acaso es dable, una épica desde la subjetividad lírica.
Con Tordo, Diego Alfaro da un paso respecto a su propia poética, un paso que reconvierte poemas del pasado en una escritura exigente de presente. Ese dinamismo, silente y persistente, es lo mejor que un poeta como él nos puede regalar, un obsequio que agradecemos y que siempre estamos dispuestos a leer.

Ismael Gavilán Muñoz (Valparaíso, 1973). Poeta y ensayista. Autor de los libros de poesía Llamas de quien duerme en nuestro sueño (1996); Fabulaciones del aire de otros reynos (1999), Raíz del aire (2008) y Vendramin (2014). Como ensayista ha publicado el libro Pensamiento y creación por el lenguaje. Acercamiento a la obra poetica de Eduardo Anguita (2010).

[Los guantes, las manos: sobre no hay mano de Juan Carlos Urtaza]. Por Nicolás Meneses

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Nicolás Meneses escribe sobre No hay mano, segundo libro del poeta Juan Carlos Urtaza, publicado en 2012 por las editoriales La Calabaza del Diablo (Chile) y Vox (Bahía Blanca, Argentina). 

Los guantes, las manos: sobre no hay mano de Juan Carlos Urtaza

Comienzo con esta imagen del autor: en un internado de Arica aprendió a pelear a mano limpia y a plantar lechugas en el desierto. La dejaré colgada como un póster porque la miraremos todo el tiempo. Junto a esta tenemos una galería de púgiles y técnicas legendarias del boxeo que tapizan nuestra muralla, nuestro recorrido. Son cuadros en blanco que indican el movimiento, pero nada más. Tal vez porque el autor entiende que colgar la imagen es detener el movimiento, la técnica, pero el movimiento y la técnica en el boxeo son demasiado importantes como para fijarlas. Los campeones deben evocarse desde la elegancia y el talento. Los boxeadores son más que viejas postales, puestas así parecen sparrings de sus mejores años.
No sería extraño comenzar este libro y que en cada vuelta de página el lector oyera un toque de campana, aunque la falta de puntuación en todos los textos pueda decir lo contrario, responder a la necesidad de no fragmentar demasiado el relato, tender un puente, encadenar una secuencia que funcione como confidencia al lector. Quedar mano a mano con el swing del poema parece ser la pelea en este libro.
Luego la biografía del boxeador y la importancia del legado familiar, el traspaso vital; las venas determinan, empujan, arengan al hijo a hacer sombra, subir al cuadrilátero, soñar con peleas. Retar a todo el mundo para forjar el carácter, aunque esto mismo le cueste la marginación de la comunidad. Parece que se nos quiere hacer parte de esa ensoñación, pero al mismo tiempo se nos saca de ella con el relato de los ídolos. Sin embargo, la heredad del peso de las manos nos mantiene aferrados a los guantes que sirven para alivianar los golpes lanzados y recibidos. En un solo encuentro se pone en juego la disciplina que niega la disciplina de la sociedad y sus estadísticas. En este caso la sinécdoque de las manos es la precisa pues en ella están puestas las fichas; el combate se decidirá por ellas.
¿Qué puede decir un deportista sobre el desdoblamiento, que puede decir un boxeador? El niño pasa de ser el grano de arena al deportista, se transforma en la habitación y luego vuelve el joven a correr por la ciudad deshabitada. El tránsito acelerado del individuo que entra y sale de su cuerpo por la rigidez del entrenamiento, la ensoñación de una victoria, la fantasía del ídolo. El mismo que se queda en la pelea de Manny Pacquiao con Miguel Cotto en el MGM de Las Vegas mientras un terremoto asola el sur del Chile. Lo único que queda en pie es la ilusión y un par de enseres, la potencia del Pac-Man y la desaparición de los recuerdos. El boxeador derrotado diría ¿para esto entrené tanto? Esta podría ser la misma pregunta que se hicieron miles esa noche, ¿para esto trabajé tanto? Y ahí están las manos, intactas, esperando rígidas o desvalidas por el peso de la debacle porque lo importante es lo que queda, la sangre dentro y la sangre fuera de la ceja. Lo importante es lo que perdura, la sangre que sigue circulando, purasangre.
El deportista haciéndose desde la infancia como continuación centrada de una ensoñación. El niño omnipotente, que corre desnudo y lleno de parches bajo la insignia del ídolo, los padres, los hermanos, las leyendas del boxeo estampados en la muralla. Pero la protección de las cosas se derrumba, la población queda vulnerable. Aun así se acude a los ritos masivos de liberación donde el héroe-deportista encabeza la épica de un país. El caso ejemplar de Martín Vargas en tiempos de dictadura paralizando las calles, su circulación frenética que invade la sangre apelmazada de los espectadores, las heridas en la boca, las mejillas, los nudillos. La sangre del ring hace olvidar la sangre que corre en un país del terror. La disciplina insufrible ayuda a que el instinto agresivo salga a la superficie, que el boxeador llegue a visualizar el movimiento del contrario, de una mosca o de una lechuza. Así es como se rompe de antemano el mundo centrado, espiritual y protegido del niño que atesora una palabra y la confunde con una técnica de ataque, el clinch. Luego el joven descubre que es una técnica para retener el ataque del contrario abrazándolo con el fin de recuperar fuerzas hasta que el árbitro los separe.
Si hay algo de lo que el hablante no se arrepiente es de haber desechado el camino de la prosperidad, el preguntarle a los niños “qué quieres ser cuando grande”, porque sabe que eso es traicionarlos, condenarlos de antemano a un mundo reglado por la oferta y la demanda. Un deporte de violencia explícita como el boxeo cobra una potencia increíble en ese íntimo espacio donde al púgil no lo alcanzan las luces. Las manos, por tanto, si es que aparecen, solo lo hacen para saldar cuentas, dar muestra de una afección absoluta por su decisión. Apostarle a la poesía y al boxeo debe ser un doble golpe. Juan Carlos Urtaza acierta con la continuación de su primer libro, atreverse a continuar la saga. Amateur en el ring dirá la reseña. Acá gana por Knock Out claro.

Nicolás Meneses(Buin, 1992) Estudiante de Pedagogía en Castellano (UMCE). Obtuvo una Beca de Creación del Fondo del Libro (2015). Aparece en las antologías Al pulso de la Letra (2013) y Halo, 19 poetas chilenos nacidos en los 90 (2014).

*Fuente de fotografía, LUN.

[Tierras de duro reino. Lectura de la poesía de la Región de Coquimbo. 1990-2014]. Por Cristián Geisse Navarro

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Cristian Geisse Navarro nos reseña el estudio Tierras de duro reino. Lectura de la poesía de la Región de Coquimbo (Editorial Universidad de La Serena, 2014) de Walter Hoefler.

Tierras de duro reino. Lectura de la poesía de la Región de Coquimbo. 1990-2014

Se confunden en este texto el Hoefler escritor y el Hoefler académico, en lo que hay ganancia y pérdida. Ganancia porque el estilo está lleno de su carácter, de ironía, de una subjetividad valiente y polémica. Hay pérdida porque es una empresa personal, que realizó en solitario y que por lo tanto no pudo cumplir del todo. El libro, así, comienza exponiendo un marco teórico bastante sólido, aunque también una propuesta metodológica que no sé hasta qué punto cumple. Sus logros investigativos son indudables, pero imposibles de cumplir exhaustivamente sin un equipo de investigadores apoyándolo. Él mismo lo declara al final del libro: “Debería ser un trabajo colectivo en el que varios nos hacemos cargo de los distintos aspectos, así se trabaja hoy” (199). De todas formas el objetivo se cumple en su mayor parte: “Se trata aquí de presentar, describir y explicar parcialmente la generación de un campo cultural específico, en este caso, de la poesía en la región de Coquimbo, acotándola al periodo 1990-2014” (11). La empresa es personal, una especie de retribución a esta tierra en la que se siente exiliado: “Sigo en un exilio, que empieza ya con mi nacimiento, ya mis padres eran extraños en el mundo” (200), y es también una forma de analizar una etapa histórica, que obedece a un primer momento posterior a la vuelta a la democracia. Se esbozan entonces hipótesis respecto del funcionamiento general del campo cultural de la zona, se señalan y analizan productos, productores, receptores, instituciones, mercados y repertorios. Es notable, sin embargo, cómo se proyectan sus ideas, más allá del reducto que es su objeto de estudio: se dan explicaciones político-sociales a fenómenos relacionados con nuevas formas de asumir el ejercicio poético, se apuesta por definiciones sobre el rol de los poetas y la poesía, se aventuran análisis sobre los medios de circulación. Notable también es la forma en que inventa etiquetas para los más diversos elementos y agentes del campo literario (“el mercado”, “la feria”, “el hotel”, “el registro civil”, “agentes secretos”, “agentes encubiertos”, “zona de embarque”, “zona franca”, “viajeros”, “turistas”, “transplantados”, “reparaciones”, “varaderos”, “cheques en blanco”, “sobregiros”, “protestos”, “avanzadas”, “enclaves ultramarinos”, “el panteón”, “los muertos muertos”, por mencionar solo algunas). Estas últimas son una muestra del humor y estilo que caracterizan al libro, revelando hasta qué punto el análisis es personalísimo. Entendemos que le fue imposible registrarlo todo, leerlo todo, empresa por lo demás siempre demencial y utópica. Para lograrlo se apoyó en numerosas antologías y “arqueos” con los que el libro tiene una deuda importante, volviéndose hasta cierto punto en una prueba del valor de esas formas de registro. Esto no quita que haya reflexiones críticas constantes sobre los problemas y carencias que presentan las antologías y otras formas de canonización, reflexiones que –quizás esté de más decirlo- trascienden las fronteras locales.
En esta línea, el libro apuesta por amplias definiciones de poesía, del rol del poeta, que salen de la acotación local y se extienden al ejercicio poético en sí. Observamos además reflexiones intergeneracionales, observaciones sobre la poesía del norte de Chile, con lo que, a pesar de ser una descripción eminentemente local, gana recepción, pienso, más allá de las reducidas lindes de la región.
De todas formas se le nota un poco la urgencia, cierto apuro por incluir la mayor cantidad de datos y temas posible, con modificaciones de último momento. Yo no puedo mirar mal estos detalles, tomando en cuenta de que creo que era consciente de que este libro se iba a convertir en un futuro referente, lo que explica algunas lecturas algo flojas, ya sea de artículos o de poetas. Pienso que nada de eso le quita el valor final que tiene este aporte. Incluso aquellos poetas que puedan haberse sentido denostados, debieran sentirse agradecidos. A la larga debe entenderse que los juicios –responsables, fundamentados, honestos, nacidos de un intenso compromiso- son también profundamente personales y, por lo tanto, subjetivos. De hecho, vuelve visible a los poetas que parece denostar y les hace un favor, pues no hay duda de que el texto será fuente de información de futuras investigaciones que –de ser rigurosas- constatarán por sus propios medios autores y textos comentados antes de formarse sus propios juicios: “La crítica negativa también ayuda –preconiza Hoefler-, pone en su lugar, cuestiona, es una manera de integrar, de compactar la información” (103).
Tierras de Duro Reino es, finalmente, una práctica regionalista concreta y real, más allá de las buenas intenciones. Por sobre la posible ironía que veamos en ella, practica y conmina al rigor del juego más serio de todos, como lo llamaba la Gabriela. Pienso que a la larga terminará demostrando la importancia de gestos que, como este, contribuyen a la dinamización de los campos culturales.

["nueve mil trescientos sesenta y seis puntos cubren la superficie del balón de básquetbol”]. Por Eduardo Farías A.

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Eduardo Farías Ascencio nos presenta una crítica del libro Poemas para Michael Jordan (Ajiaco Ediciones, 2014) del poeta Francisco Ide Wolleter.

“nueve mil trescientos sesenta y seis puntos cubren la superficie del balón de básquetbol”: Poemas para Michael Jordan de Francisco Ide Wolleter

Es difícil que un crítico muestre las vacilaciones o dudas que pueda provocar un texto, la crítica literaria es un ejercicio de poder. Por mi parte, prefiero pensar y practicar la crítica como un discurso sincero en el que se proponen lecturas, sin abandonar, por supuesto, una posición de cierta distancia en la observación. Las dudas que pueda provocar un libro no desmedran el trabajo del crítico, quien es un lector más, que ha elegido insertar en la esfera pública sus perspectivas. Creo que Poemas para Michael Jordan de Francisco Ide es un poemario problemático en términos literarios, y prefiero no esconder tales problemas, sino que hacerme cargo de ellos.
En su libro anterior, Yakuza, Francisco Ide construía la voz ficticia de un inmigrante oriental. Ahora, en Poemas para Michael Jordan, el autor no crea un personaje absolutamente ficticio, sino que ocupa como referente una figura real, el hablante lírico es una megaestrella del deporte, del básquetbol específicamente. Por medio de esta decisión literaria, Francisco Ide problematiza, consciente o inconscientemente, la verosimilitud de la voz poética, en otras palabras, al final de la lectura creeremos que realmente el que nos habló fue Michael Jordan o, por el contrario, siempre fue Francisco Ide escondido tras esta figura deportiva. De hecho, solamente en un poema, el número IX, se observa que el hablante lírico es otro sujeto.
La voz de Michael Jordan se caracteriza por ser una voz racional que no abandona la imagen poética y la función poética del lenguaje y, a través del basquetbol, nos muestra sus inquietudes y cómo ve el mundo, incluyendo a las personas:
la tersura porosa del balón
me hace pensar en la piel humana

nostalgia por el contacto
aunque el contacto sea siempre ilusorio:

lo cierto es que estamos formados de átomos
hechos de vacío
y que los átomos se repelen entre sí
por eso no nos mezclamos con las cosas
por eso cuando tocamos
realmente no tocamos nada (11).
Desde el balón hasta la física, el poema se configura a través de la problematización de la realidad cotidiana a partir de los conocimientos científicos. Esta racionalidad se entiende también a partir de la consciencia que demuestra Jordan respecto de sí mismo y del juego:
cada movimiento mío implica
volver el estadio una vía láctea:

los flash de las cámaras fotográficas
son nubes plateadas que me sirven de escalera (13).
Junto con la racionalidad, el hablante lírico piensa el mundo desde la imagen poética, lo que trasciende a todo el poemario y permite percibir la mirada inquisitiva de Michael Jordan sobre su realidad cotidiana:
en mis salidas nocturnas
a veces me topo con Bob Dylan o Snoop Dog
vecinos que también trotan de noche
por estos barrios periféricos y marginales
en que vivimos los que ganamos dinero
desproporcionadamente (24)
O la mirada sobre sí mismo en su contexto esencial como figura de la NBA, la cancha de básquetbol, sobre lo cual dice:
los focos del gimnasio proyectan rayos cruzados de luz
sobre el piso de madera encerada

enredo de sombras en la quietud del suelo:
pulpos siameses avanzan en direcciones opuestas para
despegarse (25).
Esta última cita permite corroborar el grado de racionalidad poética de la conciencia de Michael Jordan.
A medida que avanza el poemario, se percibe la construcción de un discurso personal del hablante lírico, quien demuestra algunas preocupaciones. Una de ellas es la muerte:
así era la muerte:
un salto anti-gravitatorio
clavar el balón en la canasta
caer con los pies firmes en el suelo de madera
como sobre la superficie de la luna
y mirar a los ojos
las graderías vacías

era eso:
retirarse (14).
Sin ninguna novedad, Jordan aborda el retiro como la primera muerte de un deportista. Más adelante en el libro, este deportista vuelve sobre el tema para agregar la reinvención que debe realizar todo sujeto que pierde la posibilidad de ejecutar la actividad que le da sentido a su existencia:
cuando era un joven deportista
solo concebía mi muerte ejecutando
una clavada perfecta ante los ojos maravillados
de los fanáticos […] una muerte épica

pero uno se hace viejo, se adapta, se vuelve
empresario (30).
Este tema no se acaba acá, Michael Jordan también da muerte, específicamente, al balón a la manera de un cirujano y con la misma necesidad de responder la pregunta sobre lo que se esconde dentro del balón:
improvisé la vestimenta de cirujano y clavé
un cuchillo de cocina
en mi balón de básquetbol
con la esperanza de encontrar adentro
un ave, un motor, un helicóptero, pero: aire
aire comprimido sobre mi cara
como el aliento de dios sobre el océano […]
soy el rey del aire y como todos
fantaseo con la muerte:
imagino el relato que impone el médico forense
mientras manipula mi cuerpo liviano sobre la bandeja metálica

¿qué fantasía elegirá para hurgar en mis entrañas?
¿seré el monstruo vencido
que aterrorizaba a los tranquilos ciudadanos?
quizás me trata con indiferencia
simple balón abandonado
en la infancia de alguien que perdió el interés
sobre el mecanismo de las cosas (29).
Otra preocupación es la vinculación del básquetbol con el amor, tema literario que da cuenta del discurso personal de Michael Jordan:
el amor es una disciplina idéntica al básquetbol
y un partido de básquetbol tiene la misma estructura que la vida

hay que amarse mientras queda tiempo
como si no existiera nada más

siempre jugué así (15)
O
que el amor (amor mío) y el juego nos protejan
de tanta palada de tierra sobre los ojos
o de cualquier otra forma que tome el tedio (38).
Michael Jordan resalta el básquetbol como una actividad fundamental de su existencia, la misma importancia que se le atribuye al amor en la existencia del ser humano, un factor que le da sentido a la vida, que nos permite ir más allá de la rutina y de la muerte.
Estas preocupaciones, más otros factores literarios tales como la descendencia y los otros deportes en los que incursionó Michael Jordan, permiten que el poemario tenga reflexiones profundas. Sin embargo, en el poemario Francisco Ide solo aborda la figura del balón, dejando de lado la lógica oculta del básquetbol, por decisión o desconocimiento. En la caracterización del balón, el hablante lírico asume que es un objeto con vida:
a veces siento como si el balón estuviera
cubierto de venas palpitantes (33)

he sentido la palpitación del balón
su circulación, su pulso

como si sostuviera en mis manos un corazón inmenso
que hago latir con cada rebote

la reanimación de un muerto
o una vida que depende exclusivamente de uno (34).
Francisco Ide le da un sentido más allá del evidente al rebotar el balón una y otra vez, sentido que tiene que ver con la muerte y la vida y que permite salirse de una lógica mecanicista, pese a que el básquetbol de por sí es un juego mecánico, como todo deporte, en el que “el objetivo es anotar más puntos” (34) y en el que se cuenta “el tiempo de dos o en dos / o de tres en tres” (34-35). En el básquetbol hay mucho más que un vaivén de jugadores corriendo de un lado a otro en torno a un balón, hay estrategias o jugadas, bloqueos como murallas, robos tan sutiles como la esgrima, factores del juego que están ausentes en el poemario y que para el lector, que haya practicado durante un tiempo este deporte, no pasarán desapercibidos.
Finalmente, creo que cuestionar si nos habla Michael Jordan o si notamos el disfraz que usa el poeta es fundamental para determinar si el libro cumple su cometido, si funciona con naturalidad o si se nota la artificialidad en la construcción de la voz poética, tal es la problemática literaria que subyace a este poemario. Desde mi perspectiva, el libro no logra cuajar debido a que, justamente, Michael Jordan es el hablante lírico. Francisco Ide no logra que la mentira sea verosímilmente percibida como verdad, la costura del disfraz se aprecia. Lo que constituye la primera mentira del poemario. La segunda mentira la constituye, en parte, el título del libro: "Poemas para" implica la escritura de textos poéticos que son dedicados a alguien en específico, dedicados como homenaje. En este caso, si bien hay un poema en el que se agradece la existencia de esta megaestrella del básquetbol mundial, este texto poético no basta para sostener el significado del título, porque el hablante lírico fundamental es Michael Jordan, lo que cambia la situación del título, ya que no es un tercero el que homenajea, sino que se trataría de un autohomenaje, es decir, este basquetbolista se homenajea a sí mismo. Para terminar, a partir de estas dos mentiras literarias, Francisco Ide juega con nuestros horizontes de expectativa, insertándose en un terreno siempre peligroso, pero que no hace mella a su innegable calidad escritural.

[Poesía y crítica (o ese brazo aparentemente masculino)]. Por Víctor Quezada

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El siguiente texto, escrito por Víctor Quezada, fue leído con ocasión del conversatorio sobre poesía y crítica realizado en la Universidad Andrés Bello de la ciudad de Viña del Mar el día 2 de junio de 2015. Participaron de la discusión Jaime Pinos e Ismael Gavilán, organizaron Gonzalo Jeraldo y Jorge Cáceres.

Poesía y crítica (o ese brazo aparentemente masculino)

La pregunta por la relación entre poesía y crítica parece imprecisa, demasiado general, diríamos, fundada en cierta confianza en las regularidades discursivas. En este sentido, parece también anodina. A menos, claro, que la restrinjamos, la contextualicemos, que la entendamos, por ejemplo, en referencia a la circulación y recepción de la poesía chilena actual en la prensa de la “democracia autoritaria” o que la pensemos en su relación con las plataformas virtuales que las tecnologías de la información y la comunicación posibilitan, pero, si hacemos eso, la pregunta se torna francamente insoportable.
Quizás haya que suspender tal interrogación, por ahora, a la espera del instante en que otra pregunta salte frente a nuestros ojos, y correr el riesgo de que esta nunca llegue. Por ahora –pues no puedo obligarlos a que se queden en silencio pensando melancólicamente–, realicemos un ejercicio alternativo, propongamos otras preguntas en busca de aquella sin respuesta que nos conmocione.
Procedamos de manera arbitraria, podríamos preguntar, por ejemplo: “¿dónde comienza una rosa?”, “¿es falso decir que el diamante es suave?” O, tal vez, “¿qué significa el brazo desmembrado, aparentemente masculino?” La validez de estas preguntas es irrelevante, así como el método que hemos elegido es irrelevante, sirven aquí como disparadores: no es el contenido de las preguntas lo que nos mueve, sino conservar una cierta actitud interrogativa que permita el movimiento. O podríamos elegir, arbitrariamente también, otro tema, buscar otro tipo de relación entre dos elementos: entre palabra e imagen, por ejemplo, entre historia e imagen, por ejemplo. Veamos.
El primer volumen de la colección “Nosotros los chilenos” de la desaparecida editorial Quimantú -libro inscrito en el proyecto de identidad cultural de la Unidad Popular- retrata diferentes aspectos del quehacer nacional; estos textos son acompañados de un conjunto de fotografías que pareciera tener la función de ilustrarlos.
Entre los diversos aspectos, se caracteriza a los hombres y las mujeres del Chile presocialista. Los hombres, fotografiados en medio de su actividad cotidiana, muestran brazos y manos, aparecen asidos de sus instrumentos de trabajo o sujetados por alguna prenda distintiva: el casco mantiene en pie al minero, el gorro de lana al pescador, la chupalla al campesino, la fragilidad del sombrero de papel de diario al albañil. Las mujeres, fotografiadas en un entorno cotidiano, esconden los brazos y las manos o se las muestra en primer plano. La mujer, en esta construcción identitaria, jugaría un rol pasivo, el de la compañera abnegada del obrero.
Ahora bien, existe una excepción en ese montaje de imágenes, una de esas fotografías muestra los brazos y las manos de una mujer hundidos en su tarea productiva: es la fotografía de una temporera. La importancia de esta foto radicaría, en principio, en la apertura a representaciones que pondrían en cuestión la representación oficial; luego, en la desidentificación de la imagen de la mujer como compañera y, de manera más significativa, esa foto abriría el espacio a otras formas de aparecer entre las imágenes.
Pero, se preguntarán ahora ustedes, ¿a qué nos ha llevado este juego arbitrario?, ¿qué tiene que ver todo esto con la pregunta que abre nuestra conversación?, ¿qué sentido tiene hablar de los brazos y las manos de la temporera?
En Material mente diario (2009) de Alejandra del Río, escuchamos la voz de una niña que vive sus ocho años como si los recordara dentro de su pieza; dice:
aquí tengo un rincón donde puedo enajenarme con soltura
aquí tengo un real deseo de gobernar sobre las muñecas
aquí me habito
aquí dejaré la huella de la palma creadora.
La sinécdoque de la mano (que es aquí “palma creadora”) refiere tradicionalmente al cuerpo del escritor pues relaciona la parte con el todo. Es preciso, no obstante, resaltar que esta es una mano futura, no la mano que escribe, sino la promesa de llegar a ser poeta o, quizás, es al mismo tiempo ambas: la mano de la futura escritora y la mano que está escribiendo su vida como si la recordara. En su libro más reciente, Llaves del pensamiento cautivo (2015), encontramos una figura similar:
En noches proverbiales
noches en que el alma se arroja al centro de sí misma
una mano no tiembla al escribir (38).
En “Llave de las bodas de la mano y el cuaderno” (título del poema citado) la temporalidad de la “palma creadora” (que es la temporalidad paradójica de la memoria) parece resolverse en el encuentro del momento propicio en el que la poeta y el acto de la inscripción se identifican (las “noches proverbiales”). Sin embargo, esta mano que no tiembla al escribir pareciera tener vida propia, no pertenecer a ningún cuerpo o tiempo identificables, pareciera actuar por sí misma y ser en sí misma el trabajo de la escritura.
¿Qué podría mediar entre la mano como sinécdoque del escritor y la mano como escritura? El poema se abre con un epígrafe perteneciente a un fragmento del libro Hija de perra (2002[1998]) de Malú Urriola (“este brazo es el único capaz de librarme de mí”); examinemos un instante una sección de ese fragmento:
si no fuera por este brazo no sé qué sería de mí, por eso sigo a mi brazo, porque este brazo es capaz de encontrar lo que yo no hallo, por eso es él quien escribe, porque si escribiera yo, no encontraría las palabras necesarias, en cambio mi brazo es exacto (28).
Es tal vez esta relación con el acto de inscribir –que necesita desprenderse del control del sujeto, a saber, ir más allá de los procedimientos de subjetivación que identifican a un cuerpo con un modo de decir (o a un cuerpo con una imagen)– la que se sitúa en los fundamentos del desplazamiento del escritor a la escritura.
En este sentido, pienso que la imagen de la temporera –entre muchas otras imágenes, por supuesto– señala un imaginario por el que la mano y el brazo dejan de ser una sinécdoque del héroe (socialista, autoritario, neoliberal, etc.) o de quien tradicionalmente escribe; es decir, esos brazos y manos, inmersos en el trabajo, escabullirían la referencia a un cuerpo históricamente situado, el del obrero, el de la compañera, para desplazarse hacia la identificación de brazo y producción, indeterminando aquello que podríamos decir viene a ocupar el lugar del contenido representacional de la fotografía.
Para continuar, una pregunta, ¿podríamos entender la literatura escrita por mujeres como una historia del aparecer de las manos y los brazos o ver en ese brazo desmembrado, aparentemente masculino, una historia de la mujer como escritura?


Bibliografía

Poesía
Del río, Alejandra (2015). Llaves del pensamiento cautivo. Santiago de Chile: Garceta.
---------------------- (2009). Material mente diario. Santiago de Chile: Cuarto Propio.
Urriola, Malú (2002[1998]). Hija de perra. Santiago de Chile: Surada.

Consulta
- (1971) ¿Quién es Chile? Santiago de Chile: Editora Nacional Quimantú.
Arrate, Marina (Otoño, 2002). “El brazo y la cabellera. Algunas disquisiciones sobre poesía escrita por mujeres en Chile”. Cyber Humanitatis, N°22.
Barthes, Roland (2003). “Texto (teoría del)”. Variaciones sobre la escritura. Buenos Aires: Paidós.

[He visto cosas que vosotros no creeríais. Sobre Yeguas del Kilimanjaro]. Por Daniel Rojas Pachas

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Rolando Martínez Trabucco (Arica, 1979) es autor de los libros Chicha Mundial (2009) y Salmo a la chicha (2012). Recientemente ha publicado Yeguas del Kilimanjaroa través de La Liga de la Justicia Ediciones. Lee a continuación la presentación del libro escrita por Daniel Rojas Pachas.

He visto cosas que vosotros no creeríais (...) He visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser

Como en La literatura nazi en América, bestiario de escritores fascistas, La Sinagoga de los iconoclastas de Wilcock, cartografía de pseudocientíficos y artistas dementes, y Spoon River de Edgar Lee Masters, genealogía de un pueblo a través de la radiografía de su cementerio, Rolando Martínez edifica en Yeguas del Kilimajaro una voz que, por medio de la taxonomía hiperbólica de mujeres que dominaron la industria del porno en su edad de oro (Ginger Lynn, Traci Lord, Linda Lovelace, entre otras), arroja luces respecto a lo que fue crecer y dejar atrás los años 80, (de)formados por la televisión y en mayor medida por el culto/cultura al VHS. “Los que tenían VHS sabían quién era Ginger Lynn” nos dice en un epígrafe del libro la misma actriz.
Hay que mencionar a ciertos lectores de esta generación que el VHS fue un formato en el cual el "soft porn" campeaba dentro del diario ritual del videoclub a través de comedias tipo Porky´s y cintas "slasher" como Viernes 13, con más razón lo hacía el porno duro, hoy masificado por internet, pero que en ese entonces era una hazaña de crecimiento entre adolescentes, rayana en el ilícito.
De cualquier modo, volviendo a uno de los leitmotiv de la obra de Martínez, la industria de la pornografía podemos entenderla a la manera de Gubern:
La analogía del cine porno con cierto cine científico, en sus técnicas y en su abstracción resultante, es muy pertinente. En efecto, las escenas sexuales se trucan con los mismos procedimientos técnicos que los usados en el documental científico, el ralentí (usual para prolongar las eyaculaciones) y el acelerado (como el coito frenético del protagonista de Raw Talent).
Mero simulacro, maquillaje y escenarios de cartón en un esfuerzo por estilizar un acto natural y convertirlo en fotogramas de perfección: con actrices siempre bellas y dispuestas y hombres inagotables en su virilidad. Imagen glamourizada que se aparta de la vida y extingue (recalco esa palabra) a estos astros de la pantalla (sino remítase al obituario de las actrices al cierre del libro y constate las causas de deceso).
Del mismo modo, pensemos en los espectadores de estos filmes, vouyeristas con desfase arrojados al fuego de la pantalla, atravesados por los rayos catódicos. Aquel que hostiga su inocencia o despercude sus tabúes en la soledad, el libro nos presenta el encuadre y la mirada del lente de regreso, los mirones hoy convertidos en un nuevo género documental, aún más burdo y pornográfico, el "reality" como trivialización de lo cotidiano. Lo dice el poeta Víctor López Zumelzu en el texto de la contratapa del libro: “Todo vale en este pantano que significa la contemporaneidad”.
Todo vale en tiempos de sobreexposición del yo, la espera irresoluta en Facebook de un "like". Cito el libro:
Mas cuesta creer cuan desoladora
puede ser la tarde mientras el mundo se deshoja
y alguien espera eternamente
una respuesta
Como en la letra del tema de Megadeth “Countdown to extinction”, al igual que el tigre de Bali y el sapo dorado, somos una especie rara consumiéndose a diario a sí misma, pero a la vez, en tiempos en que la intimidad es moneda de cambio, nos regocijamos en traer todo de vuelta con la escritura, la imagen y el sonido y lo calificamos de "vintage" para ponerle un precio a la nostalgia.
Por tanto, de qué se está hablando cuando la voz de Las Yeguas del Kilimanjaro evoca a Kandi Barbour, Marylin Chambers "et al.", sino de recuerdos alumbrados de refilón por una tenue fijación temprana, para algunos serán los videojuegos y consolas de 8 bits, para otros un gol en cierta copa en disputa o los juegos de barrio con los amigos de niñez, como dice el protagonista de Stand by me, también escritor, acaso hay otros amigos. Yo pregunto entonces, acaso hay otros recuerdos por los cuales valga la pena escribir un libro. Cito: "ella se estrujó la vaina frente al globo / cuando lucas estrenaba el regreso del Jedi
Es la mirada incisiva al tiempo que se nos escapa, los momentos que procuramos atrapar a regañadientes como esos últimos cinco minutos definitivos de una cinta que vimos durante nuestra adolescencia y que marcó la educación sentimental de una voz que nos dice:
pensemos hoy en la palabra desencanto
en las duras letras que componen su esqueleto
por ejemplo
cintas magnéticas de viejos VHS
arrumbadas sobre cajas de cartón
perdiendo lentamente
su delgada franja de erotismo.
Porque si vamos más allá de lo escandaloso y atrevido de un tema que puede ser una excusa, el porno o la idolatría a sus musas, siendo reduccionistas, ciertas pulsiones y zonas de vitalidad resucitadas por medio del cuerpo de una típica india Cheyenne balbuceando en cámara lenta, no dista de lo que Lihn veía en las calles del Paseo Ahumada o el Soho de New York, perpetuando en los versos de su "poesía de paso" lo que entendemos por real mientras la realidad se difumina o sin ir más lejos de ciertas preferencias del autor, la captura de las oxidadas líneas de tren y las fuentes de soda eternizadas por Teillier.
A mi parecer la pregunta clave la hayamos corporizada en el retrato de una desaparecida Bambi Woods.
¿Dónde estarán las yeguas invisibles del Kilimanjaro? Esas "girls next door" devenidas en fieras del celuloide son, al fin y al cabo, muchachas transparentes como nosotros que también fuimos sujetos transparentes, y su estela desvanecida con Van Halen de fondo reitera el fin de una era, la muerte de un formato y nuestra propia desaparición. Todos esos momentos se perderán en el tiempo.


[¿Has visto a una mujer invisible podar sus recuerdos?: Zapping de Andrés Urzúa de la Sotta]. Por Eduardo Farías A.

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Eduardo Farías Ascencio escribe sobre Zapping, nuevo libro de Ripio Ediciones (2014), escrito por Andrés Urzúa de la Sotta.

“¿Has visto a una mujer invisible podar sus recuerdos?”: Zapping de Andrés Urzúa de la Sotta

Si pensamos en la recepción de un libro, estaremos de acuerdo en que se establece una transacción entre un lector —categoría que incluye al crítico— y un libro, libro que no solo se compone del mensaje de un autor, sino que también es un objeto diseñado por el editor. El objeto de la crítica no sería solamente el mensaje de un escritor —o el libro como un mero manuscrito—, su objeto es el libro en sus múltiples dimensiones, entre las que podemos encontrar el trabajo de diseño de la cubierta, la diagramación y la edición. Por lo tanto, el trabajo del editor constituye otro de los objetos de la crítica literaria.
De tal manera, analizar el trabajo editorial de Ripio Ediciones en Zapping, de Andrés Urzúa de la Sotta, es tan fundamental como analizar el contenido lingüístico de la obra. No es insignificante que Ripio mantenga una estética de colección, la que se evidencia en diversos factores, como el formato de los libros, en este caso me interesa destacar el uso de los tonos grises, tal como sucede en la cubierta del poemario de Andrés Urzúa y en Recolector de pixeles de Christian Aedo. Ambas cubiertas están marcadas por el uso del blanco y negro y la escala de grises. Por otra parte, la geometría es otro aspecto que se repite en ambos libros.
En el caso de Zapping, la cubierta exhibe un montaje de rombos divididos en triángulos —algunos con la imagen fragmentada de un chico y de una chica—, rombos que dan cuenta de la desarticulación visual de la imagen evocada en el gesto del zapping televisivo. En la contracubierta se reproduce en miniatura la cubierta y un texto de presentación de Jaime Pinos que está diagramado con la misma linealidad que impone el rombo. Tanto la cubierta como la contracubierta forman un todo unitario. Tampoco es insignificante que el diseño de cubierta ingrese en la diagramación, cuando los rombos aparecen en diversas páginas del libro, logrando una equilibrada relación entre lo visual y lo escrito.
Con este libro, Ripio Ediciones vuelve de un tiempo de silencio manteniendo la estética que caracteriza su diseño editorial, el que concuerda con la visualidad que propone el poemario: “la pantalla proyecta un paisaje grisáceo” (26). De tal modo, lo visual se convierte en otro elemento significativo en la construcción poética, expresada por primera vez en la palabra que constituye el título. El diseño del libro da cuenta de ella, la hace visible mostrándonos esa imagen de rombos, ordenada y difusa a la vez.
El zapping es un comportamiento que aparece, fundamentalmente, en el uso del control remoto de los televisores, conducta en la que el sujeto cambia de canal de forma repetida sin saber de antemano qué va a mirar. Mediante el zapping recibimos fragmentos audiovisuales. La fragmentariedad es una característica que se replica a nivel poético pues los poemas de Zapping están pensados desde la lógica del fragmento: textos poéticos sin título que no sobrepasan la extensión de la página. El ejemplo más relevante es el poema “Las funciones de los cubiertos están delimitadas”, poema que se divide en tres textos autónomos que se encuentran al final de cada sección de Zapping. Además, detrás de todos los fragmentos hay una historia, hay un relato.
En este relato no hay principio ni final, los personajes no tienen nombre, por lo que el autor utiliza los pronombres personales para referirse a ellos. Este relato está enmarcado en el contexto de la casa, el que es referido de manera indirecta. En dicho espacio, la mujer, principalmente, se desenvuelve en relación con el televisor, su cuerpo, los límites de la realidad y un tercero, un hombre. La historia fragmentada, a mi modo de ver, es un síntoma de la experiencia del zapping que construye los poemas, aquella que se une a la impersonalidad de la situación, un contexto cualquiera, sujetos sin nombres que dan cuenta de la imagen difusa que se observa tras el zapping literario que constituye la experiencia de lectura.
Pienso que Andrés Urzúa logra construir la experiencia lectora como otra forma de zapping, como si el libro fuese otro televisor más. La imagen que logramos ver es, justamente, ese paisaje grisáceo. El televisor como agente activo en los poemas genera, finalmente, el zapping que se produce al recorrer este poemario. En este sentido, es inevitable recordar “Televidente” de Oscar Hahn como uno de sus referentes. Si en el poema de Hahn el hablante lírico muestra su situación en relación con el televisor, en Zapping de Úrzua de la Sotta el hablante muestra la situación de otra persona, una mujer. Entonces, a lo largo del poemario podemos apreciar cómo el televisor es un elemento activo que genera modos de experimentar la realidad en esta mujer:
Ella contempla el horizonte que se aleja en la pantalla.
[…]
Cruza los márgenes del sueño, divisa
un tramoya en escena.

El eco de sus pasos la despierta (11).
El sonido de los pasos de un trabajador vincula el acto de soñar con la televisión. Por otra parte, el televisor complejiza la experiencia de la mujer, sobre lo que el hablante da cuenta al mostrar su memoria influida por la televisión: “Los parlantes se acoplan en su memoria” (10). Además, tanto el cuerpo como la realidad se funden o sus límites se caen. El vaivén entre el cuerpo de la mujer y los límites de la realidad es una problemática fundamental tanto en el ejercicio de la identidad de los sujetos como en la construcción del relato:
Su cara es un contorno vacío.
Ella dispone de treinta segundos para llenarla.

Se ubica frente al espejo,
toma un plumón amarillo
y comienza a pintar su sonrisa (17).
O
Ella es la extensión del entorno.
Entre su cuerpo y el espacio no hay fronteras

ni líneas divisorias (25).
Andrés Urzúa no entra en la crítica estereotipada del televisor como una caja estúpida, sino que la realiza desde el mundo personal e íntimo del hablante. Zapping no solo teje un relato, no es un poemario unidireccional, sino que también Andrés Urzúa da cuenta de la relación que existe entre el telespectador y el televisor y, en este caso particular, entre el lector y el libro considerado como la caja estúpida. Esta relación muestra una posición crítica del autor que va más allá al considerar el zapping como una posibilidad de escritura y de lectura:
Usted puede olvidar con este programa.
Solo mire la pantalla,
deje su mente en stand by
y sonría recostado en un bergere (18).
Y
Al cambiar de canal aleatoriamente
los diálogos se conectan de un modo perverso;

las palabras se liberan del sentido
hasta volverse figuras inconexas, como restos
de polvo, pixeles y un ojo fugaz (35).
Finalmente, Zapping de Andrés Urzúa de la Sotta propone una trama discursiva en la que el lector no será un sujeto pasivo, en este zapping quien lea tendrá que asumir el rol de quien tiene por delante un televisor y en su mano el control remoto, y en ese cambio constante de canal, de páginas, se construye una historia fragmentada, historia que no se expone directamente, plagada de ausencias, de intersticios que problematizan la relación que se da entre el cuerpo y la realidad, entre el televisor y el sujeto, entre la caja estúpida y las palabras. El zapping impone una lectura atenta, intensa y el lector se encontrará con una escritura que va desde la claridad en las imágenes (“Cuando él se marcha en la madrugada rumbo al trabajo / ella conserva la última imagen del entorno” (37)) hasta versos más herméticos y difusos. Escritura sutil, aguda y perspicaz de estos 37 poemas que componen Zapping editado por Ripio Ediciones, editorial que vuelve a dar señales de vida y bienvenido es su trabajo con este libro.

[Soundtrack: Playlist de Ernesto González Barnert]. Por Ricardo Martínez

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Playlist de Ernesto González Barnert es el libro que inaugura el trabajo de ediciones Overol, del que esperamos prontamente dos libros (de Marcelo Guajardo Thomas y Cecilia Pavón). Revisa a continuación uno de los textos que sirvió como presentación el día del lanzamiento, a cargo de Ricardo Martínez

Soundtrack

Quiero comenzar mi comentario sobre Playlist de Ernesto González Barnert citando una columna aparecida el fin de semana en el Washington Post:
Cuando el presidente Obama se acercaba al final de su panegírico –este viernes en el senado del estado de Carolina del Sur– para Clementa Pinckney (D), víctima de los disparos en una iglesia de Charleston la semana pasada, de pronto se detuvo. Fue una larga pausa, un momento de verdadero drama. ¿Había perdido la compostura? ¿Las emociones lo habían sobrepasado?
Entonces, comenzó a cantar los primeros compases de “Amazing Grace”. De inmediato toda la congregación de la Iglesia Emanuel A.M.E. se reunió con él entonando la canción.
Fue un momento de un peso y una importancia considerables: un presidente negro que lleva a una congregación al canto en un lugar donde nueve personas de raza negra fueron asesinadas por un hombre con el objetivo aparente de iniciar una guerra racial.
Y, sirvió de colofón a la más importante semana de Obama como presidente; una semana llena de acontecimientos, tanto prácticos como simbólicos, que repercutirá mucho más allá no solo de esta semana o meses, sino que de toda su presidencia.


Traigo a colación la cita, porque rara vez reparamos en la importancia que tiene la música y la canción para nuestras vidas, más allá del placer o del dolor, de la alegría o de la tristeza que nos provocan ciertos acordes y ciertos compases melómanos. Una canción o una música pueden bien transportarnos a otro espacio, o marcar momentos claves de nuestra existencia. Ahí están los himnos nacionales en los partidos de fútbol (o los cánticos de las barras bravas), el cumpleaños feliz o “El baile de los que sobran”.
Ernesto Gonzalez Barnert ha facturado un poemario constituido fundamentalmente por rodajas de vida, lo que en algunos cómics se denomina slices of life, donde algunas canciones y algunas melodías marcan instantes de la existencia y constituyen la banda sonora, el soundtrack, de esos mismos instantes. Cito:
Soy esa clase de muchacho
ya no tan muchacho
que le gusta una compañera de curso
el primer día de clases
solo porque se llama Lucía
como la canción de Joan Manuel Serrat (32).
O
Si hoy escribiera una canción de amor se llamaría Nikita,
se llamaría Sacrifice (113).
O
Se acercó por la espalda
y me dijo al oído que mi libro
estaría incompleto
si no pongo Electricidad
de Lucerito (87).
Cuando se leen así, los poemas de Playlist parecen sacados de un Winamp portátil en modo aleatorio (shuffle). Una especie de listado de MP3 que salta de un lado a otro de la historia musical y la memoria, provocando en el lector sensaciones puntuales y profundas en las que se reconoce muchas veces a sí mismo en los pequeños fragmentos de experiencia que se sintetizan en los pocos versos que componen cada entrada.
Y claro, como plantean Andreas Heye y Alexandra Lamont en un paper para el journal Musicae Scientiae de 2010 (“Mobile listening situations in everyday life: The use of MP3 players while travelling”):
Debido a los avances tecnológicos, incluyendo el formato MP3 y los reproductores de música portátiles, la gente ahora puede fácilmente ser capaz de escuchar música para acompañar casi cualquier situación de la vida cotidiana, y escuchar música es particularmente común durante los viajes.
Heye & Lamont realizan un estudio en el que concluyen que la música en nuestra era ha copado todos los espacios cotidianos, que con los dispositivos portátiles en los que podemos llevar la música a cualquier lugar, y llevar no unas pocas, sino que miles de canciones, donde sea, han logrado que se produzca lo que Selfe en 2009 llamó “paisajes sonoros” o lo que ellas mismas llaman “burbujas auditivas” (auditory bubbles). Términos quizá un poco rebuscados para significar algo que a todas y todos nos ha sucedido: salir a caminar en otoño con el USB con MP3 enchufado a las orejas y hacer que la música transforme el paisaje de las calles y las gentes, como en un videoclip hipertrofiado.
Porque hay una segunda línea de lectura en la que se puede perspectivar el libro Playlist. Ya no solo la capacidad de hacer cortes vitales a partir de ciertas canciones, sino que su alcance colectivo. Yo mismo, en numerosos segmentos de esta obra, me reconocí en las escenas y los escenarios, en los paisajes sonoros de algunos poemas. La música no es solo para uno o una –por parafrasear a Lautreamont–, tiene una dimensión colectiva. En el último número de mi revista científica favorita, la Trends in Cognitive Sciences, se habla de esto. Henry Roediger y Magdalena Abel repasan lo que se sabe hoy de la “memoria colectiva” (collective memory) y detallan como, al igual que en los recuerdos individuales, los grupos y las sociedades disponen de sus hitos y sus recorridos de hechos, y explican que tal como se documentó profusamente desde el trabajo de Miller en los años cincuenta, el recuerdo y el olvido de estos hitos sigue ciertas reglas.
En esto me quiero detener. En una gran mayoría de los poemas de Playlist se presentan canciones de los ochentas y noventas. Allí están las ya citadas “Nikita” y “Sacrifice” o “Electricidad”, pero también “Creep” o “Smells like teen spirit”. O “Blister In The Sun” de los Violent Femmes. O “Time After Time” de Cindy Lauper. Canciones todas que pueden aún oírse en los recuerdos de quienes se encuentran ahora en la treintena o la cuarentena. Y es que la memoria colectiva, al igual que la individual, no solo ostenta los efectos de recordar lo más antiguo y lo más novedoso, como descubrió el propio George Miller, sino que son presas del efecto del “salto de la reminiscencia”, del reminiscence bump, un hallazgo realizado en la década de los noventa por Jansari & Parkin y que consiste en que recordamos pocos episodios de nuestra infancia, muchos episodios de nuestra adolescencia y juventud, y luego pocos episodios de los treintas y los cuarentas. A las finales, que los momentos quinceañeros y veinteañeros, tal como cantaban “Los Red Juniors”, están poblados intensamente de recuerdos, particularmente musicales. Vuelvo a citar:
Nada como tocar I Just Called To Say I Love You
en el supermercado un sábado en la mañana,
yo y mi teclado, Stevie Wonder fluyendo por los pasillos
relucientes y atestados de esas mujeres que sostienen el país.
Esas que son mi chica de rojo también, algunas noches,
mis mineras, mi veta maldita (9).
Una última idea y termino. Los estudiosos del reminiscence bump han hallado que estos “saltos de las reminiscencias” son en gran parte lo que permite que existan identidades generacionales. Les propongo un experimento: pregúntenle a diversas personas quién es el futbolista más grande de todos los tiempos. Les aseguro que quienes tienen sesenta, setenta años, dirán que Pelé, los de cuarenta o cincuenta dirán que Maradona y los quinceañeros y veinteañeros nombrarán a Messi. Cada uno de ellos responderá a través de su “identidad generacional”, de su memoria colectiva. Algo que es muy parecido y que es un secreto que guarda este libro de Ernesto González Barnert, no solo un “playlist” o un “soundtrack”, sino que un “soundtrack generacional”.

Ricardo Martínez (1969). Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica con mención en Lingüística (U. de Chile) y Magíster en Estudios Cognitivos (U. de Chile). Actualmente cursa el Doctorado en Lingüística de la PUCV.

[Encierros. Sobre La Otra Ciudad de Catalina Infante].Por Pablo Apablaza

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Pablo Apablaza Azócar nos escribe sobre La otra ciudad (Imbunche, 2014) de Catalina Infante.

Encierros

Del relato de Catalina Infante emerge la brutalidad de una sintaxis tensa. Asimismo, la historia parece inconclusa por el modo en que el fastidio se acumula mediante el relajo. Estos resabios parten desde una mujer que está separándose hasta una niña encerrada que mira por su ventana cinco perros setter irlandés. O, también, provienen de imágenes fallidas: un hombre que construye su gallinero; su mujer lo mira mientras, al alero de su perro, toma mojitos sin alcohol y piensa en hacerle el amor a su pareja día por medio para no levantar sospechas.
Este paisaje íntimo se mira desde afuera. Nos parece extraño. La otra ciudad, entonces, es un mundo nostálgico. En esa escisión, en esa ciudad, no hay un modo perverso de vivir. Todo se muere en la casa, en un espacio que se desmonta a medida que los restos se disuelven.
El suelo del relato no es barro aunque los zapatos se manchen.
Estos dieciocho fragmentos enhebran una voz que habita espacios vacíos, íntimos afectos de una mujer que se separa. Esos modos corresponden a imágenes abrazadas a una huerta seca, al tedio de pasar en una ciudad que es un horno.
A la voz que nos narra se le sube encima un perro que babea. Así aparecen gatitos, gatas, gallinas y el setter irlandés, y diseñan un marco-guía de la escritura, de un inventario claustrofóbico.
Sin embargo, me pregunto si el diablo vive en ese espacio. Pareciera que actúa como el barro del extrañamiento, de los fantasmas que, en todo caso, esconden textos e intentos de escritura. El perro, por ejemplo, se come a los gatitos y ataca a la gata.
La ternura de La otra ciudad toca, enmaraña la superficie de pasiones truncas.
Y quizá eso sea el diablo: la ropa, las películas de Woody Allen, las cajas de lengüitas de gato, los libros, la lectura.
Creo que este relato no se escapa, pues es una obra calculada, llena de imágenes nítidas. Estas se configuran en la expresión de un lenguaje preciso desde su gramática hasta la decantación del desastre doméstico. Así la escritura se puebla de objetos a los que una mujer habla como una máquina hecha de palabras justas.
Es tierno y violento que la niña esté encerrada mirando perros encerrados. Su posibilidad tampoco quiere decir que una mujer se vaya, deje a su pareja. Por tanto, no es posible decidir, tampoco se puede hablar. Estar allí, con la voz y el cuerpo encogidos, al lado de quien ensucia las sábanas con sudor y barro. A él no se le puede gritar. La voz se come cada palabra, se come su espacio.
El cruce de un imaginario objetual, íntimo, doméstico y canino, producen que el encierro se vea a sí mismo como único motor de la micro-novela.
Hay gestos que se reiteran, desplazan y pienso en un perro que quizá ya no me reconozca: tuvimos que abandonarlo cuando lo adiestraron. Debió haber muerto. Se le subía encima a mi abuela y la atacaba. La ensuciaba con barro y sus manos se llenaban de pequeñas heridas. El olor humedecía mi cama. Lloraba al jugar con él. Mi abuela lloraba cuando la mordía.

Bonus: La otra ciudad fue editada por Imbunche ediciones a fines del año 2014. El trabajo es finísimo. Decidieron producir cien ejemplares hechos a mano, con una encuadernación tradicional y serigrafía en sus intervenciones gráficas de acuarela, tinta y minigrabados. Cada ejemplar es único. Ahora, en todo caso, escribo a partir de la primera reimpresión. El trabajo es igual de delicado, detallista y hace de este libro un objetito de arte.

[Escribir en apnea. Sobre Ejercicios en el agua de Gabriel Silva]. Por Nicolás Meneses

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Nicolás Meneses escribe sobre Ejercicios en el agua del poeta Gabriel Silva, libro publicado en 2014 por ediciones Das Kapital. 


Escribir en apnea

Siempre se ha hablado de la introspección radicalizada, la exploración interior que supone el ejercicio de la escritura. En el libro de Gabriel Silva esa introspección se despliega en el movimiento –físico y mental–, que acomete el nadador en la piscina: como se pasa de una quietud a una flexibilidad automática por medio del recuerdo.
El espacio de la piscina como símil de un estado de pensamiento: una plataforma para tirarse, bucear y desplazarse se esté a la intemperie o bajo techo. Su ventaja por sobre otros espacios líquidos es que acá se anula el influjo de las corrientes externas: el rectángulo de agua se reconoce por su serenidad, ajena a las inclemencias de la naturaleza. La misma predispone una depuración de la ráfaga de estímulos sensoriales, busca alcanzar esos momentos de lucidez y evocación esperados. Lo importante es no distraerse con aullidos y gritos de niños jugando en el parque. Al mismo tiempo, las zonas de esta piscina presentan coordenadas de ejecución más o menos estables, territorios a los que bracear o esquivar. La luz que entra y salpica recuerdos sedimentados por la edad. Hacia allá se dirigen, el cuerpo entero.
La pregunta que plantea la metáfora del agua y la inmersión sugiere el reconocimiento de un territorio vasto e inasible. Tal vez solo sea un efecto óptico, pero asimismo no deja de ser hostil. No se puede estar en todos los ángulos de la piscina y la luz “toma el conocimiento para transformarlo en algo distinto”. La reconstrucción de la narración de uno mismo no necesariamente encuentra las respuestas esperadas. La mecánica de los recuerdos si no encuentra un refugio simbólico, no tiene, ni tendrá ningún poder transformador. No es el caso de este libro. La navegación a la que nos exhorta contempla la experiencia, la imaginación y la emocionalidad. La observación y los recuerdos abren vías clausuradas, la percepción floreciente de la infancia y el mar de sensaciones que nos caen como una gran ola.
El contacto con el agua lleva el cuerpo a otro estado. Podríamos decir colectivo, inconsciente; también se puede pensar hasta en un estado prenatal, la seguridad y tibieza del vientre materno o el arrullo nutricio de los primeros años. Darle la mano a la abuela, mirar hacia atrás en un camino terroso. Nostalgia infantil que como entonces aúna la imagen del otro con la propia, pero sin confundirla. El cuerpo sumergido con su barrera natural evita que el cloro traspase al interior del organismo. La desinfección a la que está sometida el agua deja su rastro en la piel. Los ojos enrojen si se les mantiene abiertos. Pero es necesario no cerrarlos, mirar las estrías que iluminan el fondo.
Primer ejercicio: sumergirse, soñar. Las calderas se han apagado. Empieza la poda de las vivencias del día, el tránsito de las escenas ––importantes o no–– a la memoria de largo plazo. Segundo ejercicio: "Cuando el agua está fría / debes lanzarte como un rayo". Perseguir, añorar: niveles de inmersión. Sumergirse, asomar los ojos y la nariz. Oler levadura, parafina, cloro, limón. Tercer ejercicio: "el amor, la presencia de otro cuerpo / desorientado en la proximidad". El crecimiento, el condicionamiento de la percepción. Y el error está en no dejarse vencer por la corriente.




Tres poemas de Ejercicios en el agua de Gabriel Silva


Mis movimientos tal vez más
estilizados
son una idea

aunque mi sueño haya transitado desde
el conocimiento a la superstición

no disminuye mi capacidad para
experimentar el placer
de estar
en continuo movimiento
bajo el agua



A veces creo equivocarme
al controlar la respiración

no es cuestión de pura técnica
sino también de recuerdos
te miras como el niño asustado
el primer día de clases

el cloro se hace fuerte en la piel
como una máscara que volteas hacia
el sol

despiertas en ti pequeñas
olas que golpean una y otra vez

sabías que contracturé los pensamientos
ahora elongo cada mañana y cada noche

quizás el miedo a morir sea solo esto
la máscara que volteas cada
mañana
hacia el sol



Las ideas se han manchado con gotas
de té que dejo caer
a propósito

la bruma es espesa, mi mente es espesa

(un niño se toca el labio partido en el
recreo después de una pelea
su camisa está manchada con sangre
la puerta de su casa no para de vibrar
)

las palomas anidan recuerdos en
rincones / lejos del sol

como el niño con problemas atencionales
tímido y delgado, que se pierde en zócalos
y parques solitarios
me refugio en un rincón donde no
escucho las olas
agitarse

la bruma es espesa, las sombras de las sillas
ya no se toca

(cierra la puerta de su casa con cuidado
mamá trabaja lejos, en el sur de su mente)

pienso en el amor y en lo que
escribió el piamontés

[Postales garabateadas. Sobre Valporno de Natalia Berbelagua]. Por Belén Ovalle Valdivia

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Belén Ovalle Valdivia (Santiago, 1992) nos reseña el conjunto de cuentos Valporno, publicado por Emergencia Narrativa en 2011, primer libro de la escritora nacida en Valparaíso Natalia Berbelagua, quien además publicó La bella muerte (2013).

Postales garabateadas

Valporno de Natalia Berbelagua se nos presenta como un microscopio capaz de mirar el rincón más detestable de la ciudad. Habla sobre hechos corrientes suspendidos en nuestras narices: sucias marcas dactilares en vasos ajenos, sábanas manchadas, hombres aturdidos y mujeres atrevidas. Lo pornográfico estaría constituido por el intenso juego que mezcla el erotismo con la perversión y que replicaría sobre esta serie de relatos como aquello que puede traspasar el límite de lo morboso con imágenes que se instalan y se superponen frente a nuestra mirada. Digamos que Valporno explora escenarios que conocen nuestros ojos, pero que se nos escapan en la interminable rutina.
Los cuentos que componen el libro en su mayoría se corresponden con un erotismo que tiene que ver con dos aspectos del cuerpo: explícito, por un lado, abiertamente mundano y experimental y, por otro, con una excitación albergada en la mente. A través de un humor pervertido, se juega con situaciones que van urdiendo un paisaje de “mala muerte”, donde abundan los quejidos de la tragicómica vida de estos personajes.
Valporno se divide cuidadosamente en tres partes: la primera nos muestra diez relatos hundidos en el delirio, cada uno más intenso que el anterior; entre ellos, una mujer que se emborracha y besa los pies inmundos de un vago, una monja que se desprende de su dignidad con tal de acercarse a su dios y la increíble versión de un mecánico, un policía obsesionado con una estudiante. La segunda parte nos acerca a una cotidianidad más llana, empieza con las postales del Valparaíso bizarro, y sigue con el relato de una pareja inmersa en la desazón de la pobreza y la letanía, acabados sus sueños y completamente entregados a su suerte. La tercera parte remata el libro: el primer texto nos cuenta la historia de una mujer que atrae a sus amantes para saciar su soledad, encubre diferentes personalidades de quienes pasan por sus sábanas. Luego, la historia de las Toledo, dos hermanas hijas de un carabinero que provocan disturbios en la comisaría, lo que, de una manera u otra, acaba con la muerte del padre. Finalmente: “La comunidad del azote”, la autora plantea la existencia de mujeres que deciden, de forma calculada y sistemática, maltratar a hombres para desatar sus propias frustraciones.
La voz de Natalia Berbelagua muestra una ciudad que está entre el vicio y la perversión de Valparaíso y el desenfreno de Santiago. Nos ofrece un imaginario enigmático y fortuito, noches bohemias, sexo de todo tipo, situaciones cotidianas y complicidad con su escritura. Si queremos sumergirnos en los relatos de este libro, uno de los ejercicios obligados para el lector sería el siguiente: recordar la peor resaca, pensar en los actos humillantes que fueron cometidos el día de borrachera perfecta; detenerse en los rincones y los alrededores de la inmundicia y, por supuesto, recordar esa noche que no dormimos por placer.

Belén S. Ovalle Valdivia (Santiago, 1992). Estudiante de Licenciatura en Educación con mención en Castellano y Pedagogía en Castellano en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Es parte de la coordinación del Taller de Lectura, proyecto de autoformación de estudiantes de la misma casa de estudios que trabaja mediación y didácticas con literatura chilena emergente.
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