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[Visibilidad de la literatura chilena]. Por Víctor Quezada

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Revisa un nuevo artículo en La Calle Passy. Esta vez Víctor Quezada escribe sobre cierta literatura chilena actual y su socialización. Continúa tras el salto.

Visibilidad de la literatura chilena

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Es difícil creer en la literatura, y menos cuando vemos que se ha transformado en una disciplina impotente para describir los cambios que son la matriz constitutiva de la sociedad en la que vivimos.
Este problema se complejiza si constatamos que la imagen -paradigma de la comunicación contemporánea- es inefectiva para trazar con claridad algo así como una identidad que escape a la retórica del cliché y los mecanismos de la superposición y nivelación de las diferencias de los discursos visuales más convencionalizados.
En el cine, por ejemplo, esta problemática es más notoria. Ya en la década del ochenta, Wim Wenders la trató en un conjunto de películas, y principalmente en “Relámpago sobre el agua”, ficción que trata sobre los últimos días de Nicholas Ray.
Wenders veía en el uso de la imagen electrónica en esta producción, un signo del cáncer que estaba acabando con la vida del director de “We can’t go home again”; y que, por otro lado, clausuraba una manera de entender el cine. Uno de los problemas generales que surgía, entonces, era poder conciliar la imagen que nos hacemos de nosotros mismos y la que proyectamos (esa borrosa y de pésima calidad que representaba el VHS por esos años). Si lo pensamos, la extrañeza que podemos sentir frente a nuestra propia imagen produce muchas más dificultades si queremos construir una identidad de mayores dimensiones.

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Teniendo en cuenta la ineficacia de la literatura en un mundo en que ni las propias imágenes que lo sustentan pueden describirlo, creo que la actividad literaria contemporánea se limita a rescatar su propia imagen de entre la proliferación de imágenes del mundo, para desde ese movimiento derivar su simple visibilidad. Por supuesto, antes debe construir dicha imagen.

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La actividad literaria en Chile está limitada a una lucha por espacios de exhibición. Cuando ni la tradición ni los mismos libros que estamos produciendo representan un lugar sólido desde el cual construir una identidad -sobre todo en un país como el nuestro, que cree tener una tradición literaria robusta y más importante que la de sus pares latinoamericanos, especialmente en poesía- es complicado establecer un tránsito y unos lindes que sostengan la actividad literaria en sí misma. Los problemas y tensiones tradicionales de la literatura chilena carecen de importancia en este sentido; la misma dinámica moderna de la disputa del campo literario está contaminada por disputas de mayor relevancia en todos los niveles de la sociedad.

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La literatura está en extinción y, principalmente, porque la cruzan imágenes que interrumpen el espacio del arte como espacio de confianza y redención del individuo en la sociedad, como fundamental espacio de diálogo.
No se trata ya de la trasgresión, se trata del acoplamiento a la dinámica comercial, de poder utilizar las herramientas del mundo actual para hacerse visible (“Vírgenes del sol” de Alexis Figueroa emerge en su importancia como respuesta a esta dinámica).

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En este sentido deberían entenderse ciclos de lecturas de poesía y narrativa como “Los Desconocidos de Siempre” o “Antología en Movimiento” (iniciativas que nombro al paso por su actividad más extendida).
Ambos, desde lugares opuestos (el de la más férrea independencia el primero y el de la institucionalidad que le otorga la Fundación Pablo Neruda el segundo) representan esa lucha por la visibilidad y el rescate de espacios para la literatura actual. Por supuesto, estas visibilidades están en pugna ya en la medida en que se opone la luminosidad de sus espacios.

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Otro tanto podríamos agregar sobre la “industria editorial”. Aquí también –a una diferente escala- observamos, no una tensión, sino que el abismo de diferencia que media entre los polos de ella y por lo cual no debemos ocupar las mismas herramientas para entender a uno y otro.

Hay, por lo menos, tres focos de esta industria editorial.
Primero está el tradicional, aquel que deviene de la industrialización y la profesionalización del escritor, del intelectual y el editor. Esta es la que llamamos con propiedad industria editorial, la que nos hace llegar autores de otros continentes, donde hay contratos y se manejan mayores cantidades de dinero, la industria de los premios y de la figura del escritor supuestamente universal.
Esta industria actual (o el mercado a secas) aborrece de la literatura. La proliferación de lo que se ha venido a llamar “literatura de no-ficción” debiese ser prueba suficiente. Pero más allá de esto, debemos pensar qué motiva la incorporación de un producto cultural en el mercado, las condiciones históricas que posibilitan su aparición, pues siempre hay eventualidades que sobrepasan la producción ingenua. Que un libro se venda, ya parece sospechoso.

Los otros focos son el de las editoriales independientes que comenzaron sus publicaciones en el segundo lustro de los ochenta y continúan hasta ahora (como Cuarto Propio, LOM) y el de las publicaciones editoriales sin una legitimidad mayor, las que trabajan en instancias locales o domésticas, libros hechos con todas las precariedades que implica no tener sustento económico.
Las editoriales independientes, por una parte, durante su existencia han dirigido sus esfuerzos a propiciar la aparición de cierta corriente teórico-política de disidencia, publicando también a autores importantes para la “actualización” y desarrollo del conocimiento intelectual en Chile. A pesar de esto, que ya significa bastante -por los mismos problemas que implica el mercado editorial chileno (casi inexistente)- deben sacrificar su “independencia” puesto que muchas veces la forma de conseguir financiamiento es a través de fondos concursables del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes (CNCA), por lo cual alguien puede llegar a preguntarse de qué organismo o entidad, respecto de qué estado de cosas son independientes.

Por otra parte, están esas publicaciones en un estado de precariedad mayor, con tirajes irrisorios y, algunas veces, confecciones irrisorias, dudosa línea editorial, y podríamos seguir enumerando debilidades. Lo notorio de estas publicaciones es que su radio de acción no se ciñe al del papel y, por lo mismo, no se ciñe a Santiago de Chile. Cinosargo Ediciones, Editorial Fuga, Ediciones Inubicalistas y una buena cantidad de proyectos a lo largo del país, construyen redes -en algunos casos- internacionales, aunque esas redes sean principalmente con otras editoriales y otros escritores, cuestión que descubre la real socialización de dichos textos. Sin embargo, la idea de entender el libro como un producto que debe pertenecer a su propio tiempo y des-estructurarse para jugar en las condiciones impuestas más allá de esas mismas limitaciones, sitúa estas “empresas” en un lugar del todo descentrado, por el mismo intento de construir una realidad inverosímil desde el espacio del mercado editorial tradicional.

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La literatura chilena contemporánea (la que lucha por su visibilidad, la literatura inverosímil) nace dentro de los círculos domésticos y virtuales que nombramos.
También la literatura chilena está emergiendo (en una gran cantidad) desde las universidades, pero esto no es nuevo, es una constante. Lo nuevo es la multiplicación de las carreras de letras o de escritura creativa, lo que ha llevado a muchos escritores a creer que la literatura es todavía un acto posible, les ha devuelto la confianza (o ha acentuado su propia ingenuidad), a pesar de la evidencias generales de su extinción.
Esto, me parece, tiene que ver en alguna medida con cierta actitud de desinhibición en la poesía que practicaron un grupo de poetas por allá a principios del siglo XXI y que se afianzó con los talleres literarios de “Balmaceda Arte Joven” y los encuentros de poesía “Poquita Fe”. Desde esos lugares se visualizó la poesía como algo que cualquier persona podía realizar, como un acto más dentro del tráfico del mundo. También hay que considerar la aprobación del proyecto de Ley número 19.891 que crea el CNCA en el año 2003. Porque estos mismos escritores creyeron en esa evidencia como una prueba más de sus propias capacidades. Y esto a pesar de que el CNCA es, desde sus postulados (Ver: "Chile quiere más cultura - 2005-2010"), un espacio de exclusión social.
Ahora bien, esa actitud de desinhibición respecto de la literatura, sumado el contexto político que la nutre, no ha redundado sino en sostener un “mercado” que existe simplemente por existir y no tiene ningún alcance real todavía, también en preservar la ingenuidad general de una escritura que se acaba en sí misma y ese es su objeto, dirigida a los mismos productores o estudiantes de letras. Que la literatura y la crítica literaria se fragüen en círculos alternativos, que no tengan ninguna presencia mediática tradicional (más allá de lo que hace el diario “Las últimas noticias”), que estemos obligados a crear espacios de pura exhibición, es claramente un síntoma que reafirma el contexto general de desprestigio en el que se ha mantenido la literatura chilena durante los últimos treinta años. 


[La muerte de Carlos Pezoa Véliz: construcción de sí e imagen de escritor]. Por Víctor Quezada

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En La Calle Passy 061 les presentamos una aproximación a la construcción histórica de la imagen del poeta chileno Carlos Pezoa Véliz. Imagen problemática a lo largo del siglo. El presente texto analiza uno de los primeros momentos de esta construcción: el prólogo a "Alma Chilena" (1912), atribuido a Ernesto Montenegro y una respuesta realizada por Samuel A. Lillo aparecida en la prensa nacional (Las últimas noticias, 26 junio 1912), en la que se trata de refutar la biografía aparecida en el libro póstumo del poeta. 

La muerte de Carlos Pezoa Véliz: construcción de sí e imagen de escritor

Presupuesto: imagen de escritor
Los escritores inscriben imágenes de sí mismos en sus textos. Teóricamente, estas imágenes se producen en su relación con la sociedad, la tradición y campo literarios, uniendo texto y situación de comunicación sin que, necesariamente, dichas imágenes lleguen a confundirse con el autor en tanto sujeto físico o biográfico.
Pero las imágenes de escritor no simplemente pertenecen al nivel de la producción de tal o cual autor, es más, estas imágenes inscritas en los textos de ficción, se construyen relacionalmente mediante la interacción con los receptores comprendidos en los niveles institucional y particular de recepción: intermediarios, agentes de transformación y lectores individuales. Las imágenes de escritor se afianzan y encuentran legalidad en los ámbitos editoriales, de la crítica periodística y las teorías académicas, lo que ayuda a deslindar cierta idea de lo literario en un tiempo y una sociedad determinados.
Esta red de relaciones que constituyen la imagen del escritor, se entronca, a su vez, con la problemática más general del “ethos”, entendido como la construcción de sí que realiza el locutor en la escena de enunciación. Afirmamos que para el caso particular del discurso literario, el “ethos” debe vincularse con este conjunto de relaciones estratégicas, de posicionamientos frente a la historia social y literaria.
En el presente texto, trataremos de indagar en la construcción de la imagen del poeta Carlos Pezoa Véliz, pero ya no de su auto-imagen: la que se derivaría de su producción literaria, sino de la que se construye en el prólogo (atribuido a Ernesto Montenegro) de “Alma chilena” (Santiago de Chile; s.n., 1912) y de la seguida impugnación de dicha imagen realizada por el poeta Samuel A. Lillo, en la sección “Autores y libros” del diario chileno “Las últimas noticias” el día 26 de junio de 1912, primer momento de una polémica que se repite a lo largo del siglo XX en Chile.
Sin embargo, en esta indagación, el vínculo arriba descrito entre imagen de escritor y “ethos” discursivo debe modificarse. Y esto porque la construcción de la imagen de Pezoa Véliz que revisaremos en ambos textos, es el objeto de los respectivos enunciados. Suponemos, sin embargo, que, en la medida en que los locutores (narrando, describiendo o argumentando) evocan su propia enunciación, dan cuenta de la representación que hacen de sí mismos. Los locutores nos dicen mucho más de sí mismos y sus posiciones en el entramado de la comunicación literaria que de los respectivos objetos que construyen, cuestión insoslayable, según entendemos, a la hora de comprender la imagen de escritor en su sentido general.

Antecedentes: Pezoa Véliz precursor y huacho
Carlos Pezoa Véliz marca en la tradición literaria chilena uno de sus primeros monumentos y, sin lugar a dudas, el primero en la tradición de la poesía chilena. La incertidumbre respecto de su biografía, el hecho de su temprana muerte en 1908, cumplidos los 28 años de edad, su carácter inédito y las sucesivas reconstrucciones de su obra, contribuyeron a definir la posición del poeta en la literatura nacional.

A cuatro años de su fallecimiento se publica la primera recopilación de su obra: “Alma chilena”, atribuida a Ernesto Montenegro. En este libro se perfila una imagen del poeta como sujeto predestinado por las circunstancias de su origen “incierto” a ser “el primer poeta popular” de Chile (6). Caracterización que se iría afianzando, sin descontar ciertas voces de disidencia, con las posteriores recopilaciones de su producción literaria.
Contrastando con Montenegro, para Armando Donoso (en “Poesías y prosas completas”, 1927), la poesía de Pezoa no es “fruto del pueblo”, ni puede considerarse como peculiar de “la manera del sentir de las clases humildes”, es más, concluye que “el sentimiento de las cosas populares era antes imaginado que sentido en Pezoa” (36).
Nicomedes Guzmán, treinta años después (“Carlos Pezoa Véliz. Antología”, 1957), relevaría el poder de su escritura para “aglutinar en sí el sentimiento colectivo del pueblo”, pues es: “difícil descubrir en las letras de Chile […] una voz poéticamente más característica […] de nuestra tierra y sus hombres” (11).
Caracterizaciones que a principios del siglo XXI, en la re-edición de “Alma chilena”, el académico Naín Nómez recogería, pero bajo un cariz especial, denunciando, por una parte, el ocultamiento que se hizo de la considerable producción de origen “popular” del poeta (la que se refiere a la producción en décimas bajo el género de la lira chilena), y, por otra, resaltando nuevamente las hipotéticas circunstancias de su origen que vincula con una especial reivindicación de lo latinoamericano postcolonial: “Es muy posible que el iniciador de la poesía chilena moderna haya sido un huacho y este hecho es tal vez el síntoma más indeleble de su pertenencia a una matriz generativa real e imaginaria, que se ha transformado en un dato fundamental de nuestra chilenidad y nuestra latinoamericanidad” (5).
A la primera intención de situar en Pezoa a un sujeto social determinado (el que se identifica con el “huaso” y el “roto” chileno como matrices de significado de una “identidad nacional”), se suman las nociones de clase social y pueblo, y Nómez, por su parte, añade otra característica: la del hijo no reconocido por un padre en una posición más alta en la escala social a manera de “condición” de la “realidad” latinoamericana.
En este sentido, las construcciones de la imagen de Carlos Pezoa Véliz en tanto escritor, no emergen de la “simple” lectura de su producción literaria (por otro lado, no existen las lecturas simples), sino que necesariamente se cruzan con una hipotética biografía, importante por su carácter abierto: susceptible de ser re-semantizada; cuestión que devela el específico cariz de la construcción de la imagen de Pezoa a través de la historia.

Dentro de esta breve constatación de hechos, nuestra intención en lo que sigue pasa por intentar acceder a la construcción histórica de la imagen de Pezoa, contrastando las que se producen en el prólogo a “Alma chilena” (texto 1) y el artículo titulado “Carlos Pezoa Véliz” escrito por Samuel Lillo (texto 2), elegido aquí por su intención refutatoria.

La enunciación
Analizaremos en términos generales la enunciación de los textos elegidos en relación a dos directrices: las construcciones de la imagen de sí de los locutores y la imagen de Pezoa.

1. Imagen de sí: objetividad y verdad
En el texto 1 el locutor, obedeciendo a las exigencias genéricas del prólogo, se manifiesta objetivo en relación a los asuntos literarios (“se comprende: la obra del poeta […] rara vez perdura si sus hojas no tienen la consistencia de las hojas de un libro” – “no hemos de insistir mucho para que no se confunda el concepto de poeta popular con el de poeta vulgar”), y en otro nivel, como un cercano a Pezoa mismo o, alternativamente, como uno de sus amigos (“Nuestra amistad con el poeta data de la época en que vuelve a fijarse en Viña del Mar” – “Para nosotros era […] un sujeto interesante”), en virtud de dar verosimilitud al discurso biográfico que despliega. No obstante la distinción de estos niveles, es necesario constatar que tanto la biografía como las cuestiones “académicas” consignadas, formaban parte necesaria de la interpretación de un texto literario en el momento que analizamos.
Ambas modalidades de su imagen encuentran destinatarios distintos con los que busca grados de identificación variable.
Con un primer grupo de destinatarios, el de los amigos de Pezoa, se identifica casi completamente, por medio de designaciones como: “unos cuantos amigos, fieles…” - “su poesía alcanzó a interesar a un grupo de jóvenes escritores”; o por medio del uso de la primera persona plural: “Sus amigos […] recordamos haberle visto durante toda una vigilia componiendo una rimas jocosas…”
Otro grupo de destinatarios le sirve para manifestar sus intenciones: “[que] la juventud chilena se inicie en el conocimiento de un gran poeta de su sangre, que estaba en peligro de morir por culpa del menosprecio…”
También inscribe un tercer grupo de destinatarios (los escritores populares, los escritores decimonónicos) de los cuales se aleja, describiéndolos en términos peyorativos: “ninguno de los infelices compositores de décimas […] ha dado indicios de un genio capaz de mostrarnos profundamente los sentimientos de su clase” - “[el estilo de Pezoa] puede beneficiar más a la juventud […] que todas las lánguidas perfecciones de los abuelos”.

El caso del locutor del texto 2 es distinto. El texto del que hablamos es publicado en la prensa, en el espacio dedicado a la literatura del diario “Las últimas noticias”, y se manifiesta como una respuesta a lo que Samuel Lillo manifiesta como “algunas noticias erróneas acerca de la vida y la familia de nuestro malogrado poeta”. Estas características de textuales, lo inscriben en un espacio difuso entre un género literario y otro judicial, puesto que sus intenciones son las de ofrecer la “verdad” sobre la biografía del poeta por petición de la familia sobreviviente: “Accediendo a los deseos manifestados por unos parientes cercanos, hemos escrito este artículo”.
El locutor 2 no se manifiesta como objetivo o simplemente cercano, sino como poseedor de la verdad debido a su experiencia directa y, también, como portador de la voz de la familia: “los que lo tratamos de cerca” – “siempre recuerdo a Pezoa como un muchacho correcto”. Condición que refuerza a través de la exposición de su melancolía: “Los amigos de pezoa […] no han conocido, tal vez, como nosotros, […] a un primo hermano del poeta tan parecido a este en el cuerpo y en el rostro […]. El día de los funerales, al volver con él, varios tuvimos la extraña sensación de que Pezoa regresaba con nosotros, y que era otro el desdichado que acabábamos de dejar junto a los nichos de los buenos viejos que lo habían precedido en el eterno viaje”.
Como vemos, el locutor 2 se identifica totalmente con esos “parientes cercanos” a los que, también, sitúa como destinatarios. Y construye, además, otros destinatarios a los cuales impugna: el autor de la biografía identificado con Ernesto Montenegro, y aquellos otros “amigos de Pezoa que han tomado esos datos como verdaderos”.

2. Imagen de Pezoa: su origen incierto
El texto 1 describe a Pezoa principalmente en relación a dos aspectos complementarios: su origen social y su originalidad literaria. Dos aspectos que, si bien podemos diferenciar en el análisis, funcionan como un conjunto dependiente, pues el origen social es garantía de su prosperidad literaria, no solo su supuesta “originalidad”. No obstante lo anterior, esa amalgama entre origen y originalidad, inscribe cierta contradicción si consideramos las secuencias donde el “pueblo”, las “clases humildes”, las “multitudes”, y, particularmente, los padres putativos del poeta (como los representantes individualizados de ese grupo social), son referidos. Esta contradicción es solo solucionada con la inclusión de la idea de la “predestinación”: fuerza a-histórica que le da coherencia al conjunto origen-originalidad.
Así, la representación de la figura de Pezoa nos interesa en la medida en que manifiesta esa configuración problemática de descripciones.
Texto 1
Origen – originalidad
Predestinación – destino literario
[Pezoa] “es un legítimo fruto del pueblo, por más que la exquisitez de su gusto literario y la distinción de ciertos rasgos de su fisonomía, en contraste con lo burdo de sus maneras y gustos personales, parecieran concurrir a delatar una de esas uniones híbridas que se ocultan al fondo de las casas patricias” (7)

“¿Pudieron imaginarse [sus padres] y pudo importarles, que la única recompensa de tantos afanes estaría en la circunstancia de ligar sus oscuros nombres a una de las obras más originales y duraderas de nuestra literatura?” (8)
“A nuestro poeta le tocó el lote más humilde, la porción más grosera de todas; el destino le había señalado para darnos la primera revelación del alma popular” (6)

“era preciso que alguien venido del fondo mismo de esta sociedad diera expresión artística al sentir de sus iguales. Alguien que hubiera nacido como el pueblo nace, de un origen incierto, y caído prematuramente en la orfandad que hubiera sufrido sus privaciones, vivido su infancia sin alegría y su azarosa juventud” (7)


Observamos aquí, por una parte, la intención de vincular la imagen de Pezoa a un grupo socio-económico bajo (“es un hijo legítimo del pueblo”), pero solo en la medida en que se revela una hipotética relación con otro grupo social más acomodado (“al fondo de las casas patricias”) con el que se identifica la práctica de lo literario y unas características fisonómicas particulares (“la distinción de ciertos rasgos de su fisonomía”) en contraste con las propias del pueblo: “lo burdo de sus maneras y gustos personales”. Esta construcción de su origen realizada en este texto particular es la que alentará la lectura más actual de la figura de Pezoa Véliz (a la que hicimos referencia en las palabras iniciales) sobre su condición de hijo no reconocido (o “huacho” como escribe Naín Nómez).
Sus padres putativos, por otra parte, no son sino unos “oscuros nombres” adheridos a su prestigio literario y pertenecen al “lote más humilde, la porción más grosera de todas”  las del pueblo. Condición que, a pesar de la caracterización negativa, se manifiesta como una matriz necesaria de su misma nombradía futura. Su destino era, pues, pertenecer al pueblo para poder darle “expresión artística”, verdadera expresión artística, agregamos, no aquella con vigencia a principios de siglo XX en Chile, la de los “infelices compositores de décimas”, o la de las “lánguidas perfecciones de los abuelos”. Reconocemos entonces a ese grupo de destinatarios indirectos que inscribe el locutor 1, y el énfasis sobre la posible construcción de una idea de la literaria nacional (una poética histórica).

En el texto 2, la imagen de Pezoa aparece en relación a la falsedad de los datos biográficos construidos por Montenegro, principalmente en lo que concierne a su origen y su personalidad. Por tanto, el eje de la construcción de la imagen de Pezoa aquí es el de la verdad / falsedad de los hechos.
Texto 2
Personalidad
Origen
[Era un] “hombre de estudio. Se acercó a los trabajadores, participó de su vida, les dio conferencias, y aun les facilitó libros” (2)

 “Por lo que respecta a lo democrático de su aspecto y al fondo plebeyo que a cada paso dicen que se revelaba en él, los que lo tratamos de cerca nada notamos. Lejos de eso [era] un muchacho correcto, callado, de aspecto un poco orgulloso, pero lleno de ternura y cariño para con sus amigos” (2)

“sus composiciones campesinas fueron estudiadas en el terreno mismo, pero él no intervino como actor en las escenas que describe” (3)
“sus padres eran personas de modesta pero holgada condición social” (1)

“lejos de oponerse sus padres a este viaje […], lo ayudaron pecuniariamente, sobre todo su cariñosa madre” (1)

“sus padres sufragaron también en esta ocasión los gastos correspondientes” (2)

“no han conocido, tal vez, como nosotros, en las visitas que hacíamos al hospital, a un primo hermano del poeta tan parecido a este en el cuerpo y en el rostro, que es una contradicción viviente del origen esporádico…” (3)

El énfasis que notamos sobre la corrección y prudencia, el carácter voluntarioso para con los trabajadores, incluso más, el hecho de que Pezoa haya estudiado en terreno sus “composiciones campesinas” sin llegar a ser partícipe de las escenas de trabajo y socarronería popular descritas en poemas como “Pancho y Tomás” o “Alma Chilena” tienen la clara intención de borrar el “origen” que se le atribuye en el texto 1, el cual se manifiesta inaceptable en la medida en que es “falso” y el locutor del texto 2 adquiere las características de defensor legal.
Las secuencias en que refiere a la enunciación del locutor 1, introducidas mediante negaciones o con el conector “pero”, marcan ese carácter judicial de su enunciación, a la vez que despliegan un doble movimiento: se construye un “destinatario indirecto” identificado con Ernesto Montenegro; y se suscita la existencia de otros puntos de vista en su propia enunciación (o lo que Ducrot llama “enunciadores”), dando cuenta del carácter dialógico de su discurso.

Ethos
Hemos tratado de analizar aquí el carácter polémico de la construcción de la imagen del poeta Carlos Pezoa Véliz en una de sus primeras fases, bajo el presupuesto de que dicha construcción, en los casos revisados, es productiva en la medida en que tiende a arrojar luces sobre la posición del locutor respecto de la escena de enunciación, como una manera de esclarecer las tácticas y estrategias implícitas en la representación del poeta.
Podemos sacar, entonces, dos conclusiones generales:
a). Las imágenes de sí implican ethos diferenciados: el de un mundo literario - académico para el locutor 1 (en la medida en que el discurso biográfico a principios de siglo, junto a las ideas de originalidad, raza o determinismo literario, forman parte de un horizonte de recepción particular de la historia de la literatura en Chile); y el de un mundo judicial, de defensa de “una cuestión de hecho” vinculada al carácter de restitución basado en la experiencia en la enunciación del locutor 2.
b). La condición de posibilidad de la literatura está cruzada por la posición social de los distintos agentes que intervienen dentro de la comunicación literaria. Así, que el origen incierto vinculado a la imagen de Pezoa posibilite o no la aparición de un fenómeno literario, es menos importante que trascender ese origen (ascender en la escala social), pues, ambos locutores parecen decirnos que la pertinencia de la idea de lo literario y las imágenes que se derivan de ella hacia principios de siglo XX en Chile, pasa por la pertenencia a una clase social determinada.

Bibliografía online

Montenegro, Ernesto. “Prólogo”. En: Alma Chilena. Santiago de Chile, 1912.
Lillo, Samuel. “Carlos Pezoa Véliz”. En: Las Últimas Noticias. Santiago de Chile: 26-07-1912. 
Donoso, Armando. “Prólogo”. En: Poesías y prosas completas de Carlos PezoaVelis. Santiago de Chile, Nascimento, 1927.
Guzmán, Nicomedes. “Carlos Pezoa Véliz, escritor permanente y esencial deChile”. En: Carlos Pezoa Véliz. Antología. Santiago de Chile: Zig-Zag, 1957.
Nómez, Naín. “Una presentación para esta nueva edición”. En: Alma Chilena. Carlos Pezoa Véliz. Obras Completas 1912. Santiago de Chile, LOM ediciones, 2008

[voca-vulva-vida: la voz de una imagen posible]. Por Víctor Quezada

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Revisa una lectura de Voca (Santiago de Chile, Piedra de Sol, 2011) del poeta y organizador del ciclo de lecturas y conversaciones de literatura Antología en Movimiento, Simón Villalobos Parada.

[voca-vulva-vida: la voz de una imagen posible]


Quiero creer que hay, en Voca de Simón Villalobos, un esfuerzo por trascender la superficie textual. No, por supuesto, esa manera de trascendencia que intenta dar una impresión de realidad: indicando un objeto en el mundo como entidad irreductible al lenguaje o desplegando una retórica “realista”; estrategias que negando la representación, se esfuerzan finalmente en mostrar una imagen como si ella fuese el mundo mismo.
No existe esta ilusión en Voca, a pesar de las referencias ostensibles a lo largo del poemario que marcan el lugar del sujeto biográfico; pero ese es otro asunto.

El esfuerzo que visualizo en Voca, y principalmente en su sección “Mitad del cuerpo”, es un esfuerzo por llamar otros tipos de superficie: táctiles, visuales, auditivas; por las que la corporalidad parpadea a través de rugosidades, trazos, luces, ruidos, soplos; suponiendo unos nuevos –y discontinuos- territorios de emergencia.

Podemos hablar de cierta novedad en los poemas de Villalobos: aquella que Suely Rolnik, por ejemplo, caracteriza a través de la noción de “cuerpo vibrátil”: la particular capacidad de lectura que, precisamente, sobrepasa la convencionalidad del lenguaje, sus regularidades y pactos. Leer, en este sentido, escribir, es devenir otro, proponer nuevas formas de expresión para aquello que, en su inminencia, trasciende nuestras referencias y representaciones, nuestros modos de entender el mundo.

La interpretación del primer libro de Simón Villalobos debe considerar ese esfuerzo. Cuestión que representa uno de los lugares más áridos para el trabajo crítico: la innegable superficie porosa de una imagen corpórea que emerge y nos sorprende.



De: Voca (Santiago de Chile: Piedra de sol, 2011)

CUANDO UNO SE DOBLA Y CALLA y las líneas de la mano se mezclan fabricando un nido al agua que baja de los techos; como va a morir un animal sin paredes ni lluvias, recordadas tal vez de un cuadro que viste desde siempre: el recogimiento
            de las rodillas un espejo repite el blanco cáscara, el blanco almohada para dejar el respiro y el sorbo siguiente: el blanco jadeante de las facciones y las sombras brutas

A veces uno es este nido que atrapa la voz cerca cuando mana, dentro y siempre cerca, la cara que se hunde y va olvidando, como si de otra manera cayera con los brazos abiertos, y entre los dedos un silbo dibuja el nombre que es el otro extremo de la sombra: la manta que recibe, los espacios que se amoldan y vacían, como quien entra en su otro signo

***

EL CLIMA DEL HAMBRE una marca gris en los bordes de la multitud, que la descubre como una consecuencia, como un aliento, aguas que se atascan y retroceden en la arcada del fango
            de lo agudo que se ponen los cuerpos cuando intentan escapar, zafarse, desmenuzarse en cuerpos propios y un rumor sobre las cabezas los mancha de una misma luz

atado y vuelto a atar; las costras donde los pies resbalan, sedimentos brillantes, empuñaduras de la corriente que se cierra y marchita, granos de colores se gastan rodando por las orillas como si durmiesen
                        hay un coro de hombros sucios y ropa hundida en grasa, donde el fuego es una reminiscencias que avanza hasta su límite y se ahoga; figuras en la pared como en un altar pisoteado
                                    y el sonido del hambre; de alguien que se aleja, de una voz como un llanto que se aleja y desentierra de las costillas sus puntas de aire cortante, de alguien que queda desencajado, hundido en los que faltan
                        quedan alas como láminas de piel seca
conversaciones en oscuros pasillos
                                    queda un susurro atrapado
                                                ese susurro es guerra

***

El vientre duro en medio del cuerpo / sesgado, algo que se entienda, que se explique por sí mismo violando su propia convención / una piedra morada en medio del cuerpo mientras vamos separando sus partes, su necesidad

Pintura de Marcelo Grez

[Sonidos que hilan la grieta: Hebras viudas de David Bustos]. Por Karen Bascuñán

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Karen Bascuñán nos presenta el último libro del poeta David Bustos (1972, “Nadie lee del otro lado”, “Ejercicios de enlace”, “Jardines imaginarios”, entre otros), titulado "Hebras Viudas". Continúa leyendo tras el salto.
Sonidos que hilan la grieta

Al encontrarme con Hebras viudas (Cuarto Propio, 2011), me invade una imagen inicial que evoco desde su título: los telares andinos, aquellos que después de años han sido encontrados como huella de otro momento, y dejan ver en sus bordes las hebras que se desanudaron de sus pares, vestigio de un tejido que fue huella de la memoria.

Hebras viudas, de David Bustos, dibuja un recorrido de memoria de desamor. Recuerdos que apelan al dolor de la ruptura amorosa que se mira tras un vidrio, empañado por el contraste de la tibieza vital del personaje y el frío que lo rodea. Desde el primer poema, nos encontramos en un escenario que se muestra fuera de sus márgenes originales, ya no es el mismo territorio y una mirada obligada a ampliarse entra en recovecos surcando los poemas de Bustos. Haciendo este recorrido, se encuentra con los objetos cotidianos que quedan como huella de la ausencia y los cuestiona arropado por el silencio “restos de una dulce vida doméstica / la alfombra cuelga del balcón, los transeúntes / levantan la vista, la bandera rota del último terremoto.”

Diálogo silencioso, cuerpo húmedo, luz de una lámpara de lágrimas que refleja la luminosidad con la que se puede leer la tristeza reflejada en suaves brillos sobre el piso y los muros de una habitación que envuelve las preguntas y enmarca las palabras que no se encuentran o nos deshabitaron.

Personaje que murmulla y observa, acaricia objetos testigos de lo que fue, algo palpable con lo que se pueda significar y elaborar. La habitación se rompe y el paisaje toma cuerpo en los poemas a través del desplazamiento, buscando respuestas e historias con las que dialogar el desencuentro “Atravieso las fronteras de papel, los guiones blancos de / la carretera como clave Morse, / las campanas de las iglesias de los pueblos que / atravieso vociferan en silencio.”

La revisión del escenario de la intimidad también es puesto en el paisaje natural que explota silente en la noche. Una oscuridad que se despliega a través del oleaje y los bosques, o cómo el rastro del erotismo se deja entrever en la frondosidad de la vivencia en el imaginario del bosque “sé que en tu cabaña de chocolate/ en tu bosque de manzanas rojas/ se ha instalado una tormenta eléctrica peligrosa.”

La herida amorosa que recorre el libro da cuenta del pasado, de la arruga como gesto en el cuerpo portador de recuerdo, del entorno inmediato que da cuenta de la ausencia y el deseo. Pero aquella herida muta a costra. El libro en sí es una huella, como la ruta a través de esa carretera con la amenaza del espejo retrovisor latente en paralelo, o la imagen actualizada que devuelve el espejo de lo que fue una vida compartida.

Como otro espacio de diálogo para la elaboración circula en el libro la metáfora del diván acompañando la pregunta por lo femenino, ¿qué es una mujer?, ¿qué significa Anna O. ante una pregunta que desborda? Aquella interrogante abierta del psicoanálisis tomada a través del encuentro y desencuentro amoroso, cuestionando el amor y su caducidad. Huella dura que se indaga como si se labrara la piedra, elaborando lo sucedido.

Pero no sólo de ruptura e intimidad nos implica Hebras viudas, también nos arrastra señalando nudos y evoca rastros que van más allá de la intimidad, otros lugares del dolor y de historia con los que podemos identificarnos. Los reflejos de la lámpara de lágrimas que inaugura el libro se expanden atravesándolo, a modo de resto de una historia reciente y también de un pasado más lejano del mismo personaje. La viudez se desplaza como significante abierto también a otros sentidos, si bien es el amor y su fin, también lo político irrumpe y es marco que se entrecruza en este fantasma del tejido que fue “y luego lees el prólogo de R. Contreras donde menciona / a Ignacio Ossa torturado hasta el cansancio por la DINA / No deseas salir a la calle, te sientes invisible.”

Hebras viudas está lleno de sonoridad más allá de sus palabras, como los ecos del silencio en el entorno natural. La intimidad se interpela en el sonido aplastante de la ausencia y del afuera en tanto paisaje. El mar como escenario del adentro del que es imposible salir, pero que se confronta con la continuidad del diálogo ante la evidencia del mundo más allá de las paredes que atraparon el recuerdo, y el cuerpo mismo que se marca con esa huella. En la ciudad está el sonido compartido con la ausente a través de la resonancia característica de la cinta de embalaje al sellar una superficie, que se reitera a través del libro portando su fantasmática. Y la música, a modo de coro griego; las palabras no son enunciadas por quien deja su ausencia, las palabras y los sonidos flotan musicalmente enunciadas por otros que han dicho lo escrito desde siempre, la caducidad del amor y las preguntas que circulan en la soledad: “Pero cuando te decides a entrar sin persignarte / al templo del duelo / florecen hebras viudas como música barroca”.

Karen Bascuñán P. (Santiago, 1977). Estudió psicología en la Universidad de Chile y actualmente cursa el Magister en Literatura Latinoamericana y Chilena en USACH.




*Fotografia de David Bustos tomada de “El ciudadano

[A propósito de un artículo de la revista 2010-2 y Los hijos suicidas de Gabriela Mistral: En verdad, ¿Cuántos nortes hay en el norte?]. Por Daniel Rojas Pachas

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Daniel Rojas Pachas nos ofrece el relato de una crítica, una reflexión sobre el papel de los agentes culturales y los medios en el circuito nortino de la literatura chilena, donde los hijos suicidas de Gabriela Mistral, Fernando Navarro Geisse, Rolo Martínez Trabucco o un tal Paxi Ramírez aparecen como misteriosos hombres delante de un fondo que recuerda el espacio del desierto en Roberto Bolaño.

A propósito de un artículo de la revista 2010-2 y Los hijos suicidas de Gabriela Mistral: En verdad, ¿Cuántos nortes hay en el norte?
Es extraño descubrir que pasas tanto tiempo leyendo ficciones, creándolas, teorizando sobre estas e incluso haciendo chistes aburridos y citas irónicas sobre ellas con tus amigos “geek”; que sin darte cuenta, de pronto te ves inmerso en una por nexos que ni siquiera premeditaste.
Todo empezó con un e-mail de un escritor de Vicuña que decía: “tengo para ti la última copia de la revista 2010 en que escribo un artículo sobre el norte, te puede interesar”; asumo que es por la buena onda, porque compartimos conversación, libros y copete en el pasado, y claro, porque vivo en la frontera con Perú y Bolivia. Acepto y le ofrezco en reciprocidad el catálogo completo de mi editorial (envío que aún no hago, por mucho que el paquete está allí esperando). En todo caso, a este escritor lo conocí allá por el 2009 cuando fui jurado junto a Elvira Hernández de un concurso llamado “Lagar”. Certamen organizado por Arturo Volantines, “figura clave de Atacama”, en esos términos es mencionando en el artículo “Los nortes del norte” que motivó el envío de la revista y desde luego esta reseña/relato.

En fin, de este poeta llamado Fernando Navarro Geisse, lo primero que conocí fue su obra “Los habitantes del fuego” que recibió la primera mención, luego compartiría con él y otros escritores en la post-premiación, recuerdo que fue un tour por diversos bares de La Serena con autores cuyos nombres omitiré aunque esto suene a verso del poema Kermesse de Germán Carrasco “lo vieron en provincia con el jurado en un bar de dudoso gusto y reputación”. Poco de eso hubo… hago la aclaración pues todo fue a plica cerrada y muy serio.

Lo curioso en esa oportunidad fue conocer a un poeta de mi ciudad, Rolo Martínez Trabucco, radicado largamente en la cuarta región y del cual no tenía noticia pues su presencia literaria en Arica, por lo que supe más tarde hablando con el propio Rolo, fue fantasmagórica y marcada por una desazón terrible – lo entiendo, Arica y el norte en general tienen ese efecto: muchos poetas, poca buena poesía y lo mismo se puede decir de todos los géneros literarios; sin embargo, el ego de estos artistas y su envidia es morrocotuda.

Insisto en lo divertido de esto, pues a esa altura yo pensaba tener rastreados a todos los escritores que pasaron desde los cuarenta por este lugar de Chile, incluidas las generaciones de recambio y los que todavía siguen activos por estas latitudes. Mi error fue grande y lo confirmó otro poeta de la ciudad, que por su deseo de invisibilizarse llamaré hombre puente. Este me contó sobre Rolo, luego de darse a conocer públicamente el resultado y antes de que viajase a la ceremonia de premiación a La Serena, el tipo había cosechado con un estilo escritural teilleriano una cantidad de premios y se había paseado por Chile, especialmente por el sur como un fantasma que acumula experiencias, escucha historias de viejos escritores y nuevas generaciones y, es más, en algunas resulta protagonista.

Otro dato extraño es que él sabía de mí, de la revista que tenía a mi cargo y sobre todo de mis viajes continuos e intercambio con poetas y editoriales de Perú, paraje que fascina y, tengo claro, continúa fascinando a Rolo.

Bueno, el concurso ofició como una red macabra que puso como fichas sobre el tablero al poeta Martínez Trabucco, a su servidor y, desde luego, a Navarro Geisse; este último, esa noche comentó sobre un libro en el cual colaboraba desde hace un rato, “Los hijos suicidas de Gabriela Mistral”, una suerte de curaduría poética de jóvenes del Valle del Elqui cuyo antólogo e investigador fuera Leonidas Lamm, crítico literario y poeta frustrado, también nacido en Vicuña el año 46 y que sale al exilio rumbo a Alemania durante el golpe de Estado, y cuyo sino de derrota sumado a un alzheimer terrible lo empujo a la edad de 63 a autoeliminarse. Navarro Geisse colaboró con Lamm en ese trabajo de años, lo cual constituye un rescate de cuatro voces poéticas (ex)céntricas, cinco si contamos a Lamm y observamos su vida como una obra de poesía mayor vinculada de forma trágica y agonal a ese rincón del mundo llamado Elqui y que se ve indistintamente, iluminado y oscurecido por la potencia de la figura de Gabriela Mistral.

El proyecto debo confesar, me pareció interesante en ese momento – pero del modo que uno dice interesante moviendo la cabeza condescendiente y sin mayor atención. Pasaron los años, Rolo volvió a Arica y yo seguí con mi labor como escritor y editor, en un momento tuve la idea de hacer una serie de encuentros en la frontera y Rolo tomó un tiempo libre de su trabajo como profesor y se dispuso a ayudarme a organizar estos eventos que terminaron frustrados en cierta medida, por el deseo de los poetas invitados de jugar a ser rockstars. Eso no debilitó mi amistad con Martínez Trabucco pero sí me previno de trabajar con él y otros escritores a la hora de gestionar cosas con el nombre de Cinosargo.

Noticias de Navarro Geisse no tenía más allá de esporádicos mensajes por Facebook o llamadas de Rolo dada la amistad que ambos fraguaron en Vicuña a raíz de conocerse la noche de premiación del concurso “Lagar”. Por ello no me sorprendió tanto cuando supe que ambos harían una gira por la frontera rumbo a Arequipa y luego a Cuzco y de allí hacia algunos parajes de la sierra en que escritores de nuestro lado de la frontera gustan perderse pues lo ven como Tailandia o un espacio para hipotecar sus prejuicios occidentales, esto quizá luego sería la matriz del artículo de la revista 2010-2 de Navarro Geisse - recalco esto a modo de especulación, pues Geisse quizá vivió y observó cosas que despertaron su interés y cambiaron su modo de percibir el mundo, despertando su anhelo por completar el trabajo de Lamm y buscar por estos páramos que hacen colindar a dos naciones, a aquellos perdidos hijos suicidas de Gabriela, radicados en el norte profundo y mestizo de Chile; más híbrido y ambiguo que La Serena y sus alrededores que ya huelen a sur… Desde luego también agrego esto para no desvariar tanto y recordarle al lector que estoy hablando del trabajo de Navarro Geisse a propósito de su artículo “Los nortes del norte” y el libro “Los hijos suicidas de Gabriela Mistral” en que colabora.

De ese viaje solo vi unas fotos en Facebook en las que Rolo me etiquetó y ahí estaban los dos poetas, el de Elqui y Arica compartiendo con otros amigos en común. Sin duda Geisse se estaba nutriendo con dinámicas y formas de relacionarse que aunque sean minúsculas, detalles insulsos, marcan una brecha tremenda ante la artificialidad que vivimos en Chile. Seguro bebía en ronda del mismo vaso en clandestinos o hacía esos tours de muerte en combis, comía en la calle y se topaba con una hospitalidad y cariño inusitado, por eso me alegró mucho recibir unos meses después, durante una pequeña lectura en Arica, de manos de Rolo el libro “Los hijos suicidas de Gabriela Mistral” (Ediciones Inubicalistas, 2010). Rolo me dio los detalles del viaje y de los planes de Geisse por peinar el territorio desde el norte chileno al sur del Perú y así completar lo que en ese punto concebía como la inacabada obra de Lamm, a quien denomina en su epílogo de la antología, “el único suicida real de todos los supuestos hijos de Gabriela Mistral”. Ofrecí mi ayuda y amistad para que pudiese cumplir la empresa, no sé si Rolo se lo comunicó pues en ese entonces no tenía ni el mail o fono de Geisse para corroborarlo, y tampoco se lo pedí al amigo en común, incluso el único número celular que llegué a tener del poeta de Elqui fue por manos de otro escritor y siempre estaba apagado, pues cuando partí a presentar libros de la editorial a Valparaíso, lugar en que supe radicaba durante el 2010, traté de ubicarlo inútilmente.

Pero, ¿cómo saltamos al presente, al 2012 y al e-mail que propició el envío de la revista y, por ende, al artículo de Navarro Geisse que da pie a toda esta retahíla de encuentros y partidas?, ¿qué pasó entre medio? Rolo tuvo una hija y continuó escribiendo en silencio como es mejor hacerlo… yo publiqué otros libros y Navarro Geisse, que hasta donde sabía, había declarado su suicidio literario renunciando a la poesía, me sorprendió con su artículo sobre el norte en la revista 2010-2. Artículo que devoré durante el trayecto en bus a Tacna, camino a buscar a la imprenta con que Cinosargo trabaja, libros que luego debería nacionalizar en la aduana de Chacalluta, pero eso es materia de otro cuento… el artículo es lo que importa. Este me resultó ofensivo, reduccionista y plagado de clichés, me molestó como editor por ciertas livianas declaraciones que hace Navarro Geisse al indicar que el norte fronterizo ha sido y es un erial literario al señalar: “no ha habido hasta el momento –que yo sepa- nadie de estatura poética suficiente para representar la zona fronteriza, la zona del encuentro/desencuentro con el Perú”.

Navarro en su ignorancia de turista con cámara Nikon al cuello y chullo improvisado a fin de mimetizarse, desconoce de plano el trabajo poético y editorial de muchos y, para colmo, se lanza a la tarea de pontificar a un poeta del cual, todos los que vivimos y trabajamos literariamente en estas latitudes, jamás escuchamos, cosa curiosa, pues este supuesto escritor nace en Arica, de padre peruano y madre chilena. Paxi Ramírez es un año menor que yo y comparte mis siglas patronímicas, en ese instante sólo podía pensar en una parodia insulsa que más encima a juicio de Navarro Geisse representa el futuro escritural de este yermo maldito lo cual a mi juicio es otra forma de negación del trabajo literario de una gran cantidad de autores valiosos, y lo peor es que el mentado Paxi escribe como un diluido manu chao en su tema clandestino:

Qué paja, hermano
como las huevas
pasamos Chacalluta
Qué paja, hermano
Como las huevas
vendrá Santa Rosa
Qué paja, hermano
Como las huevas
Es la Tierra de Nadie
Mi única tierra
Qué paja, hermano
Como las huevas
peruano chileno
chileno peruano:
Qué paja, hermano
Como las huevas
siempre estoy lejos
cuando estoy cerca

-del poema Qué paja -

Geisse de mierda, ¡Geisse de mierda!, fue lo único que pude repetir un buen rato como un mantra… se caga en nuestro patio y luego manda un artículo de esto como una postal en la que exhibe paso a paso cómo se guanea en mi casa, para que más encima contemplativo le celebre la gracia… es cierto, en ese momento no era mi yo escritor el que hablaba, sino el editor y pude gracias al primero reaccionar y darme una bofetada lenitiva preguntándome, pero Paxi puede que no sea una parodia, sino un poeta como Rolo, a quien desconocías totalmente antes del “Lagar” -agregué en mi monólogo- no puedes autovenderte esa pose de patrón de fundo nortino y creer que tienes toda la región monitoreada como Ozymandias en Watchmen; y es claro que hay voces, poemarios y editoriales que escapan a tu conocimiento, estás siendo demasiado duro y soberbio, escríbele a Navarro y pregúntale por los datos de este poeta nortino, por eso surge la pregunta de cajón, las disyuntivas y confusión… quién es este Paxi Ramírez, supuesto avatar y mesías listo a redimirnos… El conflicto es evidente, Paxi puede ser la suma total de los que escribimos y pensamos la literatura en este lado del mundo, quizá otro Rolo, un ser con logros de los cuales no tenías noticia alguna y que Geisse descubrió en sus viajes y que yo en mi soberbia de feudalista y paranoia veo como un intento paródico de mi persona hiperbolizando una lectura que no existe, pero luego mi mente retorna al libro “Los hijos suicidas de Gabriela Mistral” en que Navarro Geisse declara:

Y esto que voy a contar me parece ahora doloroso y retorcido, que conste. Pues bien, ahí va: uno de los autores recopilados es en realidad una entelequia creada por mí y por Pedro Álvarez. Alfonso Pinto, supuestamente único poeta de esta antología que realmente se habría suicidado, es en realidad un personaje que inventamos a partir de textos elaborados por Álvarez, siguiendo sus ejercicios de experimentación poética en base a crónicas rojas.

Su biografía y la carta de suicidio son de mi autoría. Partió como un juego que hicimos al profesor en la primera etapa de su investigación. Posteriormente, cuando el análisis de los textos de Alfonso Pinto quedaron dentro del artículo del profesor que apareció en Komala, nos pareció que realizábamos un sueño de muchos escritores: fundir ficción y realidad, vida y poesía de forma potente, indistinguible. Pronto comenzamos a tener sentimientos de culpa y vergüenza que nos atormentaban”.

Entonces, como en los viejos tiempos, Navarro Geisse da cuenta de su prontuario, tiende a su juego a lo Borges, Pessoa o Wilcock de crear biografías y obras fantasmales, aunque puedo equivocarme, la pregunta sigue latente… Paxi puede estar por allí y quizá termine leyendo este artículo dando prueba material de mi error… pues es así como uno sin querer termina escribiendo un artículo que debiera ser la reseña de otro artículo y libro y funde ambos en un pseudo relato, pero acaso, pregunto, ¿no todo lo que conocemos y hemos aprendido, es al final parte de un relato…? Y, asimismo, ¿no es la manipulación de fuentes y cristalización falsa de obras y biografías el juego predilecto de la academia y todos esos podridos sistemas de legitimación del arte que tienden a canonizar y centralizar nuestras lecturas? El mismo Lamm lo dice a propósito de Gabriela Mistral en su prólogo a la antología de poetas jóvenes del Elqui:

la figura de Gabriela Mistral se convierte en paradigma al momento de analizar el destino de la imagen del intelectual exitoso chileno. Asombra lo fácil que es manipular la estampa de cualquier prócer con cierto renombre dentro de la población, ya sea para obtener beneficios económicos con marcas comerciales, o para echar mano de su figura cuando ya no problematiza políticamente a los gobiernos de turno. Es lo que sucedió precisamente durante la dictadura militar chilena, la que dio énfasis a Gabriela Mistral, convirtiéndola en papel moneda y carne de estatua, en parte para invisibilizar la molesta presencia de Pablo Neruda, otro referente obligado dentro de nuestra cultura, cuyas manifiestas inclinaciones políticas e ideológicas eran una piedra en el zapato para un régimen derechista carente de figuras públicas culturales que contrastaran en peso con el grueso de las ideas contenidas en los textos literarios del Premio Nobel de 1971.

Se ocultó sutilmente entonces que Gabriela Mistral había apoyado al Frente Popular que llegó al Gobierno en 1938, que defendió a Sandino frente las Naciones Unidas, que buscó infatigablemente propiciar una reforma agraria en nuestro país, que advirtió a la gente en Latinoamérica sobre la venta de sus recursos a naciones extranjeras, que estuvo siempre del lado de obreros, campesinos e indígenas, y que por último desarrolló sostenidamente una postura radicalmente antimilitar. La manipulación de su imagen contó con el apoyo de la pereza crítica de las grandes masas de nuestro país, favorecida y alimentada por supuesto por un gobierno que prefería el analfabetismo y la precariedad intelectual de los sectores más desposeídos, que su desarrollo como masa pensante y verdaderamente constructiva. Fomentó de esta forma su necesidad de santones, santos y héroes deportivos de los que enorgullecerse, convirtiéndola así en figura equiparable a Miguel Ángel Poblete y la virgen de Villa Alemana, Sor Teresita de los Andes, Martín Vargas o Hans Gil de Maister [sic], todos ellos figuras que en distintos ámbitos servían para desviar la atención de las atrocidades y coerciones físicas e intelectuales forjadas durante el gobierno militar

Entonces entre las palabras de Lamm sobre Gabriela Mistral, y los dichos de Navarro Geisse a propósito de Paxi, uno tiende a problematizar su propio rol de crítico, editor e incluso promotor de algunas antologías en este lado -¿no estaré jugando el mismo papel de falso cristalizador, canonizando con los fines erróneos, jugando al pastiche de elevar nombres e invisibilizar a otros? ¡Geisse de mierda! -dije de nuevo, pero el tono ya no era de rabia sino de admiración hacia su trabajo por generar una tensión en torno al norte en una revista como 2010-2 (Santiago de Chile, Pfeiffer, 2011) a la que ese mote de poesía nortina ubicado en un apartado llamado “fértil provincia”, quizá solo corresponda a una pega que justifica el Fondo del Consejo de Cultura o como acto de buena crianza, una política correcta de inclusión, la maldita discriminación positiva que propugna odiosas alusiones a ese otro Chile que no importa en verdad, quizá me equivoco y les estoy tirando un palo innecesario y gratuito, pero en la mayoría de medios es así…por eso sin darte cuenta, ya que pasas tanto tiempo leyendo ficciones, creándolas, teorizando sobre estas e incluso haciendo chistes aburridos y citas irónicas sobre ellas, acabas sin querer perdido en esa delgada frontera de realidad ficción. Solo me queda parafrasear a Navarro Geisse: “De todo corazón espero que después de lo que acabo de declarar, Navarro Geisse no pase por tonto. Prefiero quedar yo como un imbécil, un cobarde, un mal amigo”.


Visita también: Ediciones Inubicalistas.

[“Decir muchas cosas que son ahora indecibles”]. Por Víctor Quezada

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Diario argentino de Witold Gombrowicz, fue publicado en Buenos Aires el año 2006 por Adriana Hidalgo. Libro que discurre sobre el exilio de más de veinte años vivido por el escritor polaco en Argentina. Revisa una lectura del diario tras el salto.

“Decir muchas cosas que son ahora indecibles”: Diario argentino de Witold Gombrowicz

¿Cómo debía presentarme?

Recuerdo la primera vez que fui a cenar a su casa. ¿Cómo debía presentarme a los Capdevila? ¿Como el trágico exiliado de una patria invadida? ¿Como un literato extranjero que sabe discurrir sobre los “nuevos valores” en el arte y desea informarse sobre el país? Capdevila y su esposa esperaban que apareciera en una de esas encarnaciones, además estaban llenos de una simpatía potencial hacia “el amigo de Choromanski”… pero pronto se sintieron confundidos al encontrarse ante un muchacho enteramente joven que, sin embargo, no era ya un muchacho tan joven…” (Gombrowicz, 37)
Fácilmente, frente a un diario, se podría optar por un análisis textual donde la representación sea reconocida como tal, como pura representación, tarea plausible que, sin embargo, me parece anula cierta ilusión, cierto carácter que sin dejar de estar inscrito en el texto, desborda la superficie textual, para suscitar una imagen del sujeto del diario.
Me gustaría –con la conciencia del dominio de la representación- hablar de la ilusión de realidad que tenemos cuando leemos un diario de vida, cuando leemos literatura en general: como el producto último de un sujeto determinado, cuya problemática personalidad es suficiente como para sostener una casa.

***
Esa ilusión que nos hacemos, ¿cómo abordar esa ilusión dentro de los dominios de la ficción? ¿No es acaso más importante nuestro compromiso con la realidad de/en un texto, con “una” realidad?
A los pactos por los cuales aceptamos a la literatura en su verosimilitud, ¿no abría que sumar algo así como un pacto de realidad, un pacto de “ilusión de realidad”?

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Pero, ¿cuál es la modalidad particular de dicha ilusión?

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Wolfgang Iser (en Ficcionalización: la dimensión antropológica de las ficciones literarias): “La ficcionalización en literatura implica la condición de ‘éxtasis’, que permite a uno ser simultáneamente uno mismo y aparte de uno mismo”. La ficcionalización operaría en el ser fuera de uno mismo; suscitando las figuras del doble, el disfraz, la máscara, la “personae”.
Entonces: ¿cuál es el lugar del sí mismo en literatura? O –teniendo en cuenta el carácter relacional del problema de la identidad (de la determinación, de la definición, de la individuación)-, ¿existe algo así como un “sí mismo” en literatura?

***
La ficcionalización para Iser tiene un objeto claro: “volverse accesible a uno mismo”. Aunque esa accesibilidad “no es nada más que una forma de hacer creer”: por un lado, que uno es accesible para sí mismo; por otro, que los términos de dicha accesibilidad no son sino “formales”, “literarios”, un “relato”, no “reales”. ¿Existe o no existe algo así como un “sí mismo” en literatura?
"Esta particularidad define toda mi producción literaria. Ensayo diferentes papeles. Asumo actitudes diversas. Doy a mis vivencias diferentes sentidos… si uno de ellos es aceptado por los demás, me afianzo en él. El verbo no me sirve únicamente para expresar mi realidad, sino para algo más, es decir: para crearme frente a los demás y a través de ellos". (Gombrowicz, 70)

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La modalidad particular de esa ilusión: un sujeto que –aunque problemático- se muestra completo. ¿Es el objeto del diario de vida volverse accesible a sí mismo? Para, en esa búsqueda, quizás, reconocerse perdido.

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¿Existe algo así como un “mí mismo” para mí? W. Iser:
“Por lo tanto, la ficcionalidad literaria puede tomarse como una indicación de que los seres humanos no pueden estar presentes para ellos mismos – una condición que nos hace creativos (incluso en nuestros sueños), pero que nunca nos permite identificarnos a nosotros mismos con los productos de nuestra creatividad. Esta constante puesta en escena de nuestra modelización de uno mismo nunca encuentra restricciones, aunque el precio que ha de pagarse por esta libertad de extensión es la falta de definición y permanencia de todas las formas asumidas. Si la ficcionalización provee a la humanidad con las posibilidades de la extensión de uno mismo, también expone la deficiencia de los seres humanos – nuestra inaccesibilidad fundamental a nosotros mismos”.

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No somos para nosotros mismos sino a través de un proceso de ficcionalización.

Un juvenil bastarme a mí mismo

Entendida la identidad no como la imagen monolítica de sí (los rasgos propios de un individuo, “apropiados” por/para una colectividad), sino como la pluralidad de imágenes que se superponen, yuxtaponen y presentan de manera estratégica en el espacio de la representación, ¿no es acaso la manera en que elijo presentarme a mí mismo -ser esto en vez de aquello- frente a diferentes situaciones de comunicación, precisamente, prueba de mi libertad frente a mí mismo y el mundo, la forma de una resistencia?
"Aunque quisiera imponerme como un valor, ¿qué podía hacer si el idioma me era desconocido y la gente se entendía conmigo en un francés cojo? Así que todo: mi aspecto, mi situación, mi absoluta desviación de la cultura y las vibraciones secretas de mi alma, todo me empujaba hacia una ligereza juvenil, un juvenil bastarme a mí mismo". (Gombrowicz, 38)

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Leer como si fuese verdad, no como verdad. Pacto de ilusión de realidad. No –el Diario argentino- en su carácter de construcción discursiva, ficticia y cerrada, secundaria y, por tanto, ineficaz, porque en Gombrowicz la búsqueda de una nueva sensibilidad, de nuevas formas de expresar lo que aún no ha sido dicho, de una “nueva suavidad” (Rolnik), es política y debiera actuar sobre la realidad: “Solamente cuando lograra liberarme de la masculinidad, su juicio sobre mí perdería virulencia y podría entonces decir muchas cosas que son ahora indecibles” (68).
¿Sin embargo, qué entendemos como realidad?

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Si la realidad aquí implica un presentarse a sí mismo frente a otros, si la realidad la entendemos como una relación del “yo” con el mundo, en el reconocimiento de las posibilidades estratégicas de la presentación de sí se definen las relaciones de poder. Y las posibilidades de ser (Gombrowicz), de ser “inferior”: “¿Cómo debía presentarme a los Capdevila? ¿Como un literato extranjero que sabe discurrir sobre los ‘nuevos valores’ en el arte y desea informarse sobre el país?” (37).

Una juventud idéntica a mí

No somos para nosotros mismos sino a través de un proceso de ficcionalización. ¿Podemos entender dicho proceso como una práctica de libertad que nos permita entender qué es nuestra libertad en el mundo?
"Los griegos, en efecto, problematizaban su libertad, la libertad del individuo, para convertirla en un problema ético. Pero la ética en el sentido en que podían entenderla los griegos, el ethos, era la manera de ser y de conducirse. Era un cierto modo de ser del sujeto y una determinada manera de comportarse que resultaba perceptible a los demás. El ethos de alguien se expresaba a través de su forma de vestir, de su aspecto, de su forma de andar, a través de la calma con la que se enfrentaba a cualquier suceso, etc. En esto consistía para ellos la forma concreta de la libertad: es así como problematizaban su libertad. El que tiene un ethos noble, un ethos que puede ser admirado y citado como ejemplo, es alguien que practica la libertad de una cierta manera. No creo que sea necesaria una conversión para que la libertad sea pensada como ethos, sino que la libertad es directamente problematizada como ethos. Pero para que esta práctica de la libertad adopte la forma de un ethos que sea bueno, bello, honorable, estimable, memorable, y que pueda servir de ejemplo, es necesario todo un trabajo de uno sobre sí mismo". (Foucault)

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El ethos discursivo: una “manera de decir” que sea a la vez una “manera de ser”:
 “En última instancia, la cuestión del ethos está ligada a la construcción de la identidad. Cada turno de habla implica a la vez tomar en cuenta las representaciones que los participantes se hacen el uno del otro; pero también la estrategia de habla de un locutor que orienta el discurso de manera de formarse a través de él una cierta identidad” (Maingueneau).
Siendo el ethos discursivo diferente de los atributos y características reales del sujeto empírico, nada tiene que ver con las particularidades que el sujeto de la enunciación se arroga, sino con la apariencia, la imagen, que las palabras que utiliza le confieren: la puesta en escena de un sujeto. El ethos, de este modo, se muestra en el acto de enunciación y no se dice en el enunciado. El ethos discursivo escapa a la palabra propiamente dicha.

Jamás he sido homosexual

Lo cierto es que en "Diario argentino" se insiste en dejar claro que la sexualidad es un problema más complejo que la simple identificación del deseo con un sexo; podríamos decir que no acepta el régimen de sexualidad por el cual el deseo es teleológicamente heterosexual y la mujer, en este caso, su objeto natural de posesión; Gombrowicz traza la forma de una resistencia, pero solo en la medida en que niega ciertas prácticas sexuales como “apropiadas” para sí mismo.
"A quienes se interesan en el punto debo aclararles que jamás, aparte de ciertas experiencias esporádicas en mi temprana juventud, he sido homosexual. No puedo quizás hacer frente a la mujer, no lo puedo hacer en el terreno de los sentimientos, porque existe en mí algo frenado, una especie de temor al cariño… sin embargo, la mujer, sobre todo cierto tipo de mujer, me atrae y me sujeta". (41).
Esta estrategia de negación, sin embargo, suspendiendo el deseo, lo sublima y se justifica en una represión constitutiva: “existe en mí algo frenado, una especie de temor al cariño”. Para Ricardo Llamas, si las estrategias de negación señalan focos de resistencia, indican, además: “prácticas de connivencia y complicidad con el régimen de sexualidad. Si ‘el sexo’ está establecido como clave de identidad, la negación del sexo es una negación de sí” (188).

La mujer mataba en mí al muchacho con el hombre

Si no el hombre, ¿qué tipo de mujer lo atrae y lo sujeta?
Suely Rolnik sitúa el espacio del amor y el deseo en la desterritorialización de la familia como garante del régimen de sexualidad. Entre el miedo y la fascinación por la desterritorialización de la célula conyugal, se actualizan una determinada figura de hombre y de mujer.
Penélope: la voluntad de permanecer; Ulises: la voluntad de partir. Donde la desterritorialización es el objeto de sus pánicos. Por eso Penélope niega la aventura, la discontinuidad del viaje, y teje; Ulises, por su parte, niega el tejido, la discontinuidad de la trama, el texto: los accidentes de su viaje, en cuanto tales, son pasajeros.
En el continuo partir de Ulises, su continua pérdida, Penélope se pierde y se encuentra en sí misma; en la continua melancolía, la continua carencia de Penélope, Ulises se pierde y se encuentra en sí mismo. Para encontrarse en sí mismos, deben estar “fuera de sí”.
En el viaje de Gombrowicz, su voluntad de partir, la desterritorialización la leemos como una dimensión para generar nuevos territorios de deseo, nuevas maneras de vivir: “lo inferior”.
"[Surgieron de en medio de la niebla de Retiro dos propósitos importantes] El primero, claro está: dotar de una importancia primordial a esta palabra secundaria “muchacho”, añadir a todos los altares oficiales otro más sobre el que se irguiese el dios joven de lo inferior, de lo peor, de lo-sin-importancia, en todo su poder vinculado con lo bajo. He aquí un ensanchamiento imprescindible de nuestra conciencia: introducir, en el arte, por lo menos, aquel otro polo del porvenir, dar nombre a la forma humana que nos une a través de la insuficiencia, obligar a que se le rinda culto". (67)
En la escritura del diario, su voluntad de permanecer, leemos la desterritorialización como “orfandad epistemológica”, ya que ni lo masculino, ni lo femenino, ni un “tercer sexo” son simples territorios que habitar. Aun así su pánico es “devenir mujer”:
"Pero ahí surge otra tarea: era imposible tocar este tema [lo inferior] aun con la punta de la pluma sin liberarse previamente de la “masculinidad” y, para poder hablar de esto o escribirlo, debía vencer en mí el miedo a la insuficiencia en este sentido, el miedo a lo femenino". (67)
Para afirmarse a sí mismo en la forma de “lo inferior”, debe operar un doble movimiento: liberarse de la represión que lo constituye (“una especie de temor al cariño”) y aceptar la insuficiencia.

***
Sin embargo, ¿qué tipo de mujer lo atrae y lo sujeta?
"La feminidad no exigía de mí juventud, sino masculinidad, y yo me volvía solo macho, conquistador, capaz de poseer, de anexar la biología ajena. Lo terrible de la masculinidad es que no se preocupa de su propia fealdad, no desea agradar, constituye un acto de expansión y prepotencia y –ante todo- de dominio. Este señorío está siempre en búsqueda de su propia satisfacción… y puede ser que esto me procurase un alivio momentáneo… era como si abandonase mi condición de ser humano, temeroso, amenazado, convirtiéndome en señor, poseedor, soberano… y ella, la mujer, mataba en mí al muchacho con el hombre". (53)
Al contrario de Ulises, Gombrowicz no se encuentra a sí mismo en Penélope, esta lo reduce a su aspecto biológico de macho procreador, otorgándole las características suficientes del estereotipo masculino: macho, conquistador, dominador. La mujer no es objeto de deseo en la medida en que representa una peligrosa pérdida de identidad, un pánico que solo es salvable en la medida en que el yo deviene mujer.

Ese toro superpotente

"Naciones enteras se lanzaban como un toro sobre la espada del torero… Solo de miedo a que la galería fuese a tacharlas de tener alguna vinculación, por ligera que fuese, con la ewig weibliche… Y no me quedaban dudas de que ese toro superpotente cargaría contra mí al olfatear un atentado de mi parte contra sus preciosos genitales". (67)
En la medida en que el estereotipo (“ese toro superpotente”) refiere a cierto régimen de sexualidad, desplaza el acontecimiento del texto a lo extratexual, vincula enunciado y situación de comunicación, en el sentido en que el estereotipo señala una creencia compartida relativa a rasgos y comportamientos de un grupo social. Pero para Gombrowicz, además, el estereotipo marca un objeto de resistencia.
El estereotipo envuelve lo masculino y lo femenino en la medida en que el “toro superpotente” se opone a lo “eterno femenino” y lo comprende como objeto de dominación. Por esto la práctica homosexual, ese “amor prohibido y humillante” (63), desplazando la simple connivencia con el régimen heterosexual, es inaceptable, pues sitia al sujeto en tal marco de comprensión del mundo y determina su identidad consigo mismo.
"La única diferencia que surgía entre los hombre “normales” y yo consistía en que yo adoraba el destello de esta diosa –la juventud- no solo en la joven sino en el joven, y que él y no ella me parecía ser su encarnación más perfecta… El pecado si existía, se reducía a que yo me atrevía a venerar a la juventud independientemente del sexo y que la abstraía de los dominios de Eros". (62)

Decir muchas cosas que son ahora indecibles

La libertad en "Diario argentino" es la superación de los estereotipos de lo masculino y femenino representados en la célula conyugal; superación necesaria para proponer una nueva forma, anterior a la individuación por el sexo.
En su emerger como nueva “forma” de expresión, lo “inferior” ocupa el lugar del sí mismo, inaccesible en tanto carece de plenitud. Si negar el sexo en un régimen que determina a los individuos por su práctica sexual era “negarse a sí mismo”, en Gombrowicz esta negación de sí se redirecciona hacia la afirmación de nuevas posibilidades de ser y de habitar los territorios del deseo: “muchas cosas que son ahora indecibles” (68).


Bibliografía

Rolnik, Suely. “¿Una nueva suavidad?”.
Halperin, David. “La política Queer de Michel Foucault”.
Llamas, Ricardo. Teoría Torcida. Madrid: Siglo XXI, 1998.
Maingueneau, Dominique. “Problemas de Ethos”.

[“Morgue y otros poemas” de Gottfried Benn, comentarios a la traducción]. Por Daniel Rojas Pachas

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El siguiente artículo funciona como presentación de la próxima publicación de “Morgue y otros poemas” del escritor alemán Gottfried Benn (Arica: Cinosargo, 2012 – Colección Pink Cigarette). Libro que llegará a nuestras manos próximamente gracias a la traducción de Daniel Rojas Pachas, editor de Cinosargo y autor del presente texto.
Podrás, además, disfrutar de un pequeño adelanto de cuatro poemas de este libro.

“Morgue y otros poemas” de Gottfried Benn, comentarios a la traducción

Gottfried Benn (Mansfeld 1886 – Berlin 1956) es uno de los escritores más importantes del siglo XX, un extraordinario poeta y prosista, creador de ensayos de gran lucidez, y una de las voces alemanas decidoras que marcan la avanzada del pensamiento y creación en nuestro tiempo. Como lector ha sido un enorme placer toparme con su trabajo y reconocer la crudeza escatológica de este poemario.

Benn ha tenido traducciones previas al español, no tantas como merece y el presente libro “Morgue y otros poemas” del año 1912, tiene quizá su versión más conocida en nuestra lengua de manos de Fondo Editorial Pequeña Venecia, 1991, gracias a Verónica Jaffé. Debo reconocer a esa versión el servir como primer paso de aproximación a la poética de Benn, sin embargo, sentí, tras numerosas revisiones, que dicho trabajo de traducción carecía de crudeza y precisión: hay poemas que pierden brío y, en algunos casos, el intento de ser políticamente correcto o demasiado literal, aleja a la traducción de lo que considero la intención de Benn al escribir piezas tan impactantes como “Apéndice” y “Sala de parturientas”; las que revelan sin tapujos nuestras patologías y falta de idealismo, la carroña en que el cuerpo se convierte ante la falta de trascendencia de la llamada alma humana y paraíso perdido, disminuyendo así la potencia lírica de sus antecesores, una metafísica trasnochada y mirada burguesa plagada de lugares comunes aprovechada para expresar con redundancia la sensibilidad de los tiempos que se viven; esto Benn lo derruye con delicada precisión poética, sin descuidar el contraste de versos que confrontan la extrema violencia y degradación de vísceras ante una inusitada ternura.

El poema que abre el libro “Pequeña Áster”, está dedicado a una flor que recibe su nombre de las estrellas, esta flor que aparece adosada al cuerpo de un hombre ebrio que está siendo diseccionado, fulgura como protagonista del texto; no es solo un objeto, al contrario, encarna la vitalidad perdida y esa belleza objetiva y sensible que subyace ante lo que consideramos el horror de la muerte. La flor evidencia la perfecta y maravillosa biología que nos compone y cómo este organismo que muere, el hombre, renace al volver a la tierra de la cual surge y se nutre. Ese espíritu he querido conservar en el poema, esa sensibilidad es la que me motivó a revisar mi traducción una y otra vez, antes de llegar a una satisfactoria conclusión.

El segundo texto, “Bella juventud”, en que un cuerpo infantil es encontrado en estado de descomposición, yaciendo en una especie de pantano o pastizal abandonado, por motivos que no se explican al lector de modo explícito, cuenta la historia de una familia de ratas que crean su hábitat y recodo de seguridad en las vísceras roídas de la pequeña niña, una visión cruda para estómagos sensibles, pero que pensada desde la supervivencia animal, delata otro tipo de relaciones de fraternidad y cuidado que se dispensan estos carroñeros entre sí, acto carente de maniqueísmos y dicotomías morales. Siento que Benn quiere exponer esa otra belleza, la juventud de estas ratas que son sacrificadas por la torpe y brutal mano de los humanos que las ahogan, tan viles y obsesas, como el que causó la muerte de la niña anónima, cuya historia el lector debe completar más allá de lo representado en el poema.

“Ciclo” me parece un poema de transición pero es de aquellos en que Benn destila su humor negro, su ironía y futilidad del cuerpo, una vez extinta la vida por las causas más comunes y apócrifas; una prostituta sin identificar, cuyo cadáver cae en manos de un trabajador de la morgue que retira un objeto extraño y de valor de su cuerpo, una tapadura de oro por la cual quizá la prostituta trabajó mucho o que era motivo de su orgullo. El agente inescrupuloso decide no desperdiciar el objeto y lo empeña para ir a bailar, y sentencia además: “sólo tierra debe retornar a la tierra”. Benn aquí da cuenta de esa pasión inútil que somos, nuestra precariedad, y, a la vez, denuncia sin moralismos y tampoco asco, la frialdad de los que están a cargo de trabajar con los occisos, la desensibilización de médicos y especialistas que va “in crescendo” en los otros poemas del libro.

“La novia del negro” es un poema que destila erotismo y brutalidad, una especie de combinatoria explosiva de Eros y Thanatos en que la sensualidad arrebatadora de una mujer y las promesas angelicales de su cuerpo se dan de bruces con la violencia del hombre, el novio que juguetea con su cuerpo como un objeto, introduciendo sus extremidades mugrosas en las distintas cavidades de la difunta que yace en su sanguinolento lecho. Estamos ante un breve relato de necrofilia, pero que más allá del escándalo (noticias hay de la prohibición y censura que tuvo “Morgue y otros poemas” en su época) e incluso el tono racista que puede tomar el poema hoy en día, expone el ultraje de la carne, algo que luego veremos en la obra de Burroughs o en la cinematografía de Cronenberg sin tapujos, empero, pensemos que estamos a comienzos de siglo. De avanzada, el poema tiene además un tinte “pulp”, una “femme fatale” que encuentra su trágico destino y cuya belleza aunque muerta, sigue erotizando y bestializando al hombre, pues el vicio y la paridera no han dañado su esplendorosa carne.

“Réquiem”, “Pabellón de parturientas”, “Apéndice” y “Hombre y mujer atraviesan la barraca de los cancerosos”, son parte de esos poemas que destilan al máximo el grotesco y esperpento de los centros de salud, espacios de encierro que corresponden a la manifestación material de la dominación del individuo. Sin entrar a discutir las ideas expuestas por Foucault en “El nacimiento de la clínica”, por ejemplo, podemos ver cómo los pacientes importan poco y son parte de un tráfico y manipulación insalubre e indignante. Estos lugares recrean la imagen infernal que todos tememos del encierro y la claustrofobia. El sanatorio o sala de experimentos en que una vida es tratada solo como un vil pedazo de pellejo bajo el bisturí. Todo se resume en el siguiente verso del poema “El pabellón de las parturientas”:

En ningún otro sitio el sufrimiento y dolor
importa tan poco
porque aquí siempre grita algo

La muerte se pasea por estos rincones rechinando sus dientes y los doctores, a la luz de los versos de Benn, parecen más bien matasanos insensibles que gritan a las mujeres en labor:

¡puja mujer! ¿Entiendes, puja?
No estás aquí por diversión.
No lo contengas!!! No alargues la cosa!!!
Puja incluso si te cagas encima.
No estás aquí para descansar.

Benn recolectó toda esta información de modo directo, es parte de su experiencia médica y, sin duda, de su labor en los campos de batalla durante la primera guerra mundial. Benn vivió un tiempo conflictivo, la guerra de trincheras y sus últimos días estuvieron cruzados por la presencia del imperio Nazi y luego la prohibición que sufrió de manos de los aliados, no pudiendo publicar sus obras. El horror de todo el periodo de entreguerras y la locura de nuestra especie se anidan en estas páginas que no son temblorosas, al contrario, son firmes y afiladas, capaces de imponer duros cortes a nuestra entereza y desnudarnos: una mirada profunda a la carne y sus reveses.
Por último, debo hacer mención a “Café nocturno”, uno de mis poemas favoritos del libro y que, sin lugar a dudas, marca una vuelta de tuerca pues Benn personaliza a los sujetos por sus enfermedades cutáneas, virales y nos expone como entes contagiosos que se relacionan intercambiando no solo pláticas y miradas, sino flatulencias, excrecencias, salivas y mucosas. Un poema lleno de sarpullido, malformaciones y viscosidades en una danza con Chopin de fondo; la cacería de todos los fines de semana, hombres acechando mujeres, mujeres en busca de un novio y todos en un baile patético que se resume en un tráfico de fluidos, otra manera del autor de reducirnos a plaquetas y grasa.

En cuanto a mi elección, que incluye, además de los poemas originales del libro, tres textos extra: “Tren expreso”, “Tren subterráneo” y “Frente a un maizal”; debo reconocer mi interés por no dar fin al libro y al trabajo de traductor; lanzando así una promesa de nuevos poemas de Benn u otros autores de su talla por comunicar en nuestra lengua al lector y también, incubo en este acto arbitrario, la creación de un contraste que rompa los prejuicios de miopes que pretenden restar valor a la capacidad creativa y percepción de la belleza edificada por este gran escritor, pues Benn no utiliza la escatología como un recurso estéril, al contrario, cada una de sus obras dan cuenta de su visión de mundo. “D-Zug” y “Untergrundbahn”, en el contraste del viaje material y el viaje metafórico hacia lo oscuro del deseo, esgrimen lo que Martin Travers indica en “The poetry of Gottfried Benn: text and selfhood”: estamos ante exuberantes himnos dedicados a las energías amorales y la liberación de los instintos, vemos en ese grado la agónica lucha entre la racionalidad y las fuerzas primales de la vida, un discurso reflexivo y la búsqueda de identidad personal. Con humildad y admiración inmensa ante el genio creativo de Gottfried Benn, espero contribuir a que no se diga que su poesía es sólo carne, rabia y letras atropellándose.

Arica, 2012.


Muestra de los poemas traducidos



SCHÖNE JUGEND

Der Mund eines Mädchens, das lange im Schilf gelegen hatte,
sah so angeknabbert aus.
Als man die Brust aufbrach, war die Speiseröhre so löcherig.
Schließlich in einer Laube unter dem Zwerchfell
fand man ein Nest von jungen Ratten.
Ein kleines Schwesterchen lag tot.
Die andern lebten von Leber und Niere,
tranken das kalte Blut und hatten
hier eine schöne Jugend verlebt.
Und schön und schnell kam auch ihr Tod:
Man warf sie allesamt ins Wasser.
Ach, wie die kleinen Schnauzen quietschten!



BELLA JUVENTUD

La boca de una niña que había estado largo tiempo entre los juncos
lucía tan roída.
Cuando abrimos su pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Finalmente en el arco bajo el diafragma
encontramos un nido de jóvenes ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y riñón,
bebiendo la fría sangre gozaban de
una bella juventud.
Y bella y rauda fue también su muerte:
Lanzamos a toda la pandilla al agua.
Oh, cómo chillaban esos pequeños hocicos!!!



NEGERBRAUT

Dann lag auf Kissen dunklen Bluts gebettet
der blonde Nacken einer weißen Frau.
Die Sonne wütete in ihrem Haar
und leckte ihr die hellen Schenkel lang
und kniete um die bräunlicheren Brüste,
noch unentstellt durch Laster und Geburt.
Ein Nigger neben ihr: durch Pferdehufschlag
Augen und Stirn zerfetzt. Der bohrte
zwei Zehen seines schmutzigen linken Fußes
ins Innere ihres kleinen weißen Ohrs.
Sie aber lag und schlief wie eine Braut:
am Saume ihres Glücks der ersten Liebe
und wie vorm Aufbruch vieler Himmelfahrten
des jungen wannen Blutes.
Bis man ihr
das Messer in die weiße Kehle senkte
und einen Purpurschurz aus totem Blut
ihr um die Hüften warf.



LA NOVIA DEL NEGRO

Entonces el rubio cuello de una mujer blanca
yacía encamado en oscuros cojines sanguinolentos.
El sol tempestuoso en su cabello
se extendía lamiendo sus delicados muslos
y se arrodillaba ante sus bronceados pechos,
aún no deformados por el vicio o el parto.
A su lado un negro de ojos y frente marcados por la coz de un caballo
mete dos dedos de su sucio pie izquierdo dentro de su pequeña oreja blanca.
Sin embargo, ella yace durmiente como una novia:
En el marco jubiloso del primer amor
y la víspera de numerosas ascensiones de cálida juventud.
Hasta que hundimos el cuchillo en su blanca garganta
y le echamos una liga purpura de sangre muerta
alrededor de sus caderas.



NACHTCAFÉ

824: Der Frauen Liebe und Leben.
Das Cello trinkt rasch mal. Die Flöte
rülpst tief drei Takte lang: das schöne Abendbrot.
Die Trommel liest den Kriminalroman zu Ende.

Grüne Zähne, Pickel im Gesicht
winkt einer Lidrandentzündung.

Fett im Haar
spricht zu offenem Mund mit Rachenmandel
Glaube Liebe Hoffnung um den Hals.

Junger Kropf ist Sattelnase gut.
Er bezahlt für sie derei Bierre.

Bartflechte kauft Nelken,
Doppelkinn zu erweichen.

B-molI: die 35. Sonate.
Zwei Augen brüllen auf:
Spritzt nicht das Blut von Chopin in den Saal,
damit das Pack drauf rumlatscht!
Schluß! He, Gigi! -

Die Tür fließt hin: Ein Weib.
Wüste ausgedörrt. Kanaanitisch braun.
Keusch. Höhlenreich. Ein Duft kommt mit.
Kaum Duft.
Es ist nur eine süße Vorwölbung der Luft
gegen mein Gehirn.

Eine Fettleibigkeit trippelt hinterher.



CAFÉ NOCTURNO

824: Vida y pasión de las mujeres
El cello se toma un trago rápido. La flauta
eructa profundo en tres compases: Su sabrosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.

Dienteverdoso con espinillas en la cara
le hace ojitos a conjuntivitis.

Cabello Grasiento 
habla a boca abierta con amígdalas inflamadas.
Fe, esperanza y caridad penden de su cuello.

Incipiente bocio es dulce con nariz montada.
Él le invita tres cervezas.

Irritación de afeitada compra claveles
para enternecer a papada.

Bemol-menor: la Sonata N° 35.
Dos ojos rugen con escándalo
¡No derrames la sangre de Chopin en esta pocilga,
estos buenos para nada, no la merecen!
¡Eh, Gigi! ¡Basta! -

La puerta se desborda: Una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen, llena de cavidades. Ella trae consigo un aroma.
Imperceptible aroma.
Sólo es un dulce entumecimiento en el aire
rondando mi cerebro.

Un mórbido panzón da saltitos detrás de ella.



VOR EINEM KORNFELD

Vor einem Kornfeld sagte einer:
Die Treue und Märchenhaftigkeit der Kornblumen
ist ein hübsche Malmotiv für Damen.
Da lobe ich mir den tiefen Alt des Mohns.
Da denkt man an Blutfladen und Menstruation.
An Not, Röcheln, Hungern und Verrecken—
kurz: an des Mannes dunklen Weg.





FRENTE A UN MAIZAL

Frente a un maizal él dijo:
La fabulada veracidad del aciano
es un agradable tópico para las pintoras.
Mas yo prefiero la profunda ópera de la amapola.
Te hace pensar en sanguinolenta ropa y menstruación.
En sufrimiento, quejidos,  hambruna y estirar la pata-
en pocas palabras: el turbio derrotero del hombre.

[Citar la cita: “Varadero de Rubén Darío” de Enrique Lihn]. Por Víctor Quezada

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Lee ahora una reflexión sobre los mecanismos de la cita en el poema perteneciente al libro Escrito en Cuba de Enrique Lihn: "Varadero de Rubén Darío" y la posible caracterización de la poética lihneana de una poesía situada.
 
Citar la cita: hacia la caracterización de una poesía situada en “Varadero de Rubén Darío” de Enrique Lihn

1. Por un arte revolucionario: las armas y las letras

Enrique Lihn llegó a La Habana con un creciente prestigio tras haber obtenido en 1966 el “Premio Casa de las Américas” por su obra “Poesía de paso” (La Habana: Casa de las Américas, 1966); allí vivió durante dos años (1967 y 1968) y alcanzó a redactar en su mayor parte el libro “Escrito en Cuba” (México: Ediciones Era, 1969). La influencia que la isla y su contexto político tuvieron sobre el poeta fue de gran trascendencia, llevándolo a encontrar un giro radical en su escritura pues, según las palabras del propio Lihn:

«Hago o trato de hacer ahora una poesía dirigida a un auditorio o hasta capaz de moverse en un escenario. Una poesía casi discurso, casi teatro, dispuesta a hablar de todo en todos los tonos y desde distintos ángulos. A la vez pública y privada, objetiva y subjetiva, razonable y delirante. Creo que algo de esto puede verse en Escrito en Cuba» (citado en Santiváñez 188).

Sin dudas, el especial contexto que se vivía por ese entonces en la isla –con sus fervientes intentos de teorizar una literatura que fuera parte del proceso revolucionario- llevaron a este cambio en la poesía de Lihn.
En “Entre la pluma y el fusil” de Claudia Gilman podemos encontrar el relato menudo de estas teorizaciones, relaciones y transformaciones que podrían constituir una “poética revolucionaria”. Sin embargo, aquí es productivo resaltar dos momentos de dicha construcción que nos parecen pertinentes para la comprensión de “Escrito en Cuba” y la particular estadía de Lihn en La Habana. Esto porque el trayecto que va desde la adjudicación del “Premio Casa de las Américas” hacia la publicación de “Escrito en Cuba”, representa una especie de bisagra entre el momento de una literatura revolucionaria como vanguardia artística y el momento en el cual se comenzaban a debatir las posteriores nociones de las prácticas artísticas como “pedagogía social”.
Por un lado, la década de los sesenta trajo para los artistas cubanos como gran promesa la posibilidad de unir vanguardia literaria y vanguardia política. Cuestión que se vio alentada por la voluntad de admitir nuevas formas y cierto “experimentalismo” en la literatura sin perder su “compromiso” con la revolución; o, lo que es más correcto, el carácter “vanguardista” de la revolución cubana en América latina, propició las condiciones de dicha voluntad. Exigencias estas que sustentaron la polémica entre “realismo” y “ruptura”, como también, fueron perfilando la diferente función que a cada una de las figuras de intelectual que suscitaban, le correspondía. Se produce entonces una primera tensión entre el intelectual como experimentador de formas artísticas y el intelectual como un líder en la instrucción pública.
Por otro lado, la concepción de una “pedagogía social” que, entrada la década del 70 parece ganar vigencia para el arte revolucionario, en los años en que nos situamos comenzaba a perfilarse como la alternativa oficial para una “literatura comprometida”. La tarea del intelectual, entonces, era la enseñanza, la pedagogía frente al “agotamiento” de la literatura y las “deficiencias” de la cultura occidental: producto de la clase burguesa. La literatura adquiriría –quizás solo como expresión de un deseo- una nueva dimensión en el “encuentro del creador y su obra con el pueblo” (Otero y Martínez, citado en Gilman, 340).
El anti-vanguardismo vendría a ser una de las primeras manifestaciones a favor de esta idea de la cultura que sería oficialmente consagrada en el año 1971 con el “Primer Congreso de Educación y Cultura”, ocasión en la cual se proclama la educación como objeto de todas las prioridades de la revolución.

Estos momentos de la polémica entre literatura y política en Cuba, pueden entenderse bajo las intenciones de un cambio de paradigma frente a los objetos culturales, ya no manifestaciones de un genio autorial, sino que entendidos como producciones dentro de la red de las demás producciones sociales. La literatura, en la medida en que –como producto cultural- participaba de la cultura burguesa, provocaba un doble ocultamiento: el de las formas de lo literario menos convencionalizadas -entendida la función de lo literario como puro entretenimiento o evasión de la problemática social (la perspectiva del arte puro, del arte por el arte)-; y el ocultamiento de la figura del autor como productor, desasido del fondo original, trascendente a las condiciones sociales que propician su aparición en la cultura.  
Las intenciones generales de este conflicto entre literatura y política son las de combatir las ideas de una cultura funcional a la evasión, producida por un sujeto “único” y trascendente que, en última instancia, sitúa su irrupción en un tiempo fuera del tiempo, desasido de su contexto de producción. Cuestión que genera presiones prácticas y teóricas para el trabajo del escritor a la vez que sitúa un papel preponderante en los controladores de la producción cultural: sean estos la Iglesia, el Estado, o la Revolución.
Este hecho es significativo si pensamos que hacia 1971, además, se habló de un “boom” de la poesía en contraste con el “boom” de la narrativa latinoamericana. El nuevo “boom” reaccionaría contra el “subjetivismo” y la “genialidad”, proponiendo una literatura sin afanes de trascendencia, caracterizada por acoger la “actualidad” en sus temáticas y las modalidades de la “conversación”, el “testimonio” y la “sencillez” dentro de sus estrategias literarias; características que parecen constituir las nuevas reglas del género. Era esta, una poesía “anti-intelectualista que expresaba la contradicción entre dos máquinas en conflicto: la de escribir y el fusil” (Gilman 348).
Lo que resulta interesante, dada esta caracterización que seguimos con Gilman, es que tal movimiento es un movimiento al que Enrique Lihn no desobedece y encarna muy a su manera. En su poesía de la época observamos dichas reacciones contra el subjetivismo (y en general contra las inflexiones del romanticismo europeo en América latina y Chile) y la incorporación de estrategias de géneros discursivos cotidianos. Lo particular en Lihn es que este cambio transversal en la manera de pensar la literatura frente a la contingencia o, en un sentido amplio, frente a lo político, nunca deja de someterse a cuestionamiento. La literatura de Lihn no es una literatura “comprometida”, pero, definitivamente, es una literatura “alineada” con un proceso de de-sublimación de los mitos literarios y políticos latinoamericanos:

«Pero si se trata de poesía
no acepto por razones difíciles y aburridas de explicar
que hagamos un mito de Darío menos en una época
que necesita urgentemente echar por
tierra el 100 por ciento de sus mitos» (“Varadero de Rubén Darío” 67).

Actitud que marca su forma específica de posicionarse en La Habana de esos años y respecto de la tradición y su momento de producción: dos de los ejes constituyentes de su poética de una “poesía situada”.


2. “Varadero de Rubén Darío”: en busca de un concilio entre literatura, tradición y política

“Varadero de Rubén Darío”, segundo poema del libro “Escrito en Cuba” de Enrique Lihn, fue escrito en París y concluido en La Habana, donde fue leído con ocasión del “Encuentro de Rubén Darío” realizado en Varadero el 18 de febrero de 1967. Esta situación extra-textual es comprobable a través del sistema deíctico del poema, que señala la referencia a ambos países y las situaciones particulares por las cuales el poeta atraviesa: en el mercado de la rue Clair y el encuentro de poetas al que asistió. Asimismo, dicho cambio se manifiesta a través de la notable diferencia de tono de ambas partes: donde la cierta vitalidad escrutadora de la primera se contrapone con el desanimo de la restante: “En Varadero es otra cosa; me inclino más bien a desanimarme” (65).
En “Varadero de Rubén Darío” creemos ver un lugar fundamental en la discusión sobre política y literatura que examinamos arriba para el contexto cubano de los sesenta, y un texto prolífico a la hora de entender lo que por ese tiempo podría haber representado la poética de una “escritura situada” en la producción de Enrique Lihn.

2.1. Una escritura situada

En “Varadero…” la pregunta por lo político en literatura halla una expresión directa a través de la puesta en duda de la efectividad de la literatura en la sociedad:

«¿Tomar las armas o denunciarnos frente al mundo “por el mundo” “contra el mundo”? Lo demás es silencio o literatura. Poesía del trino o del trueno, para el caso da igual,  Laurel o Hardy». (60)

Podemos definir, en este sentido, la poética de una “escritura situada” –nunca caracterizada de manera satisfactoria, ni por el propio Lihn ni por sus críticos- como la relación conciente entre texto y contexto, poema y situación de producción y entenderla así como el producto de la polémica entre literatura y política. Propuesta no contextualizada como tal en Chile hasta Lihn, pero que, no obstante, se inscribe (con sus obvias diferencias) en la tradición y recepción de las vanguardias históricas y su esfuerzo de unir arte y vida mediante la proposición de un “nuevo realismo”.
La “escritura situada” se produce, como dijimos en el apartado anterior, en el cruce entre los ejes de la tradición literaria y el del momento de producción y se caracteriza –específicamente en “Varadero de Rubén Darío”, pues no es nuestro afán definir a cabalidad esta poética que a lo largo de la producción de Lihn irá mutando, flexibilizándose y volviéndose más compleja- por cuatro estrategias generales:
-Las citas: principalmente a través del estilo directo.
-Los giros conversacionales.
-La reflexión metalingüística: entendida como un pensarse a sí mismo en tanto poeta y pensar el poema como producción lingüística.
-Y la polifonía: que se materializa a través de la argumentación.  
Por supuesto, estas estrategias se funden en virtud de los distintos fines que se persiguen a lo largo del poema.
El recurso que nos parece englobante aquí, y por tanto, más importante en contraste con el resto, es el recurso de la cita, pues la cita recorre y acoge los fines que podríamos entender como específicos de cada una de las estrategias mencionadas.

2.2. La cita

Para la lingüista Graciela Reyes (Los procedimientos de la cita: estilo directo y estilo indirecto. Madrid: Arco Libros, 1995), la cita en su carácter abstracto tiene como rasgo definitorio el de ser una “representación de discursos”. Un texto citado sería, entonces, una “imagen de otro [discurso]: lo representa como si fuera una fotografía, un dibujo, o una grabación”; una imagen hecha a semejanza de otra cosa, pero que nunca es completamente igual a su modelo, pues en el hecho mismo de citar se opera un desplazamiento de contexto que definitivamente cambia el sentido de la cita misma: “solo por desplazarse de contexto, el texto citado se altera irremediablemente”.
El procedimiento de la cita en “Varadero…”, no obstante, no es la mera representación de un discurso otro, si entendemos la representación como la “reproducción de un objeto”.
Puede llegar a ser una representación en la medida en que consideremos a la cita como parte integrante de una escenificación donde la palabra del otro le otorga cierta teatralidad al discurso: la ilusión de una conversación.
Y es en este sentido de la representación que queremos relevar el recurso de la cita en “Varadero…”, pues, analizando sus irrupciones efectivas en el texto, podemos reconocer funciones en la escritura general del poema. Para ser más precisos, diremos que no es la representación de un discurso en otro el rasgo común a las citas, sino el desplazamiento de contexto de una secuencia textual.
De esta forma, la cita tiene por lo menos cuatro funciones: la desacralización, el cuestionamiento, la parodia y la reflexividad como formas de enfrentarse a la tradición poética.

2.3. Funciones de la cita en “Varadero de Rubén Darío”

Situado el poema en el mercado de la rue Clair, por donde el poeta transita entre medio de las tiendas y los productos, Lihn cita las “Palabras Liminares” a “Prosas Profanas” de Darío:

«“La gritería de trescientas ocas no te impedirá, Sylvano [sic], tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo, el ruiseñor, esté contento de tu melodía”». (54)

Y agrega a manera de comentario:

«El faisán de oro se prepara de cien modos distintos
y yo me pregunto si los ruiseñores se comen
con un hambre que es también el de la poesía, imposible de saciar con un solo de flauta».

La referencia a las “Palabras Liminares” encuentra sentido aquí en su cambio de contexto que tiene una función desacralizadora, contra la sublimación de la poesía y el rol del poeta que en el texto original se expresaba como una afirmación total de la poesía frente a su propia situación en una sociedad donde el “ruiseñor” (efigie alada del poeta) no está presente:
«La gritería de trescientas ocas no te impedirá, silvano, tocar tu encantadora flauta, con tal de que tu amigo el ruiseñor esté contento de tu melodía. Cuando él no esté para escucharte, cierra los ojos y toca para los habitantes de tu reino interior. ¡Oh pueblo de desnudas ninfas, de rosadas reinas, de amorosas diosas!


Cae a tus pies una rosa, otra rosa, otra rosa. ¡Y besos!» (“Palabras Liminares”. Rubén Darío)

La caracterización del poeta y la poesía en la cita a Darío en “Varadero…”, en cambio, está vinculada con las necesidades vitales del hombre dentro del espacio del mercado, la producción y el trabajo: “un hambre que es también el de la poesía”.

Otra función de la cita en Lihn –en el tránsito ensayístico de su poema, en el que discurre poéticamente sobre la figura de Darío en la tradición latinoamericana y su recepción contemporánea- es la del cuestionamiento directo de una autoridad. Rescata, por ejemplo, en la página 55, una aserción del poeta español Luis Cernuda aparecida en su texto “Experimento en Rubén Darío” de 1960:

«Hay algo más sobre Darío en esta mesa que no oscila ni así tanto en señal de complicidad con los espíritus:
la palabra seca desmigajada y ácima de Luis Cernuda:
“Darío como sus antepasados remotos ante los primeros españoles estaba pronto a entregar su oro nativo a cambio de cualquier baratija brillante que se le entregara”».

Afirmación que comenta a continuación de la siguiente manera:

«Pero don Luis toma francamente la verdad por la manera en que la entiende en lo demás estoy por darle la razón»

En el cuestionamiento a la autoridad (representada aquí en Cernuda, pero que transita por afirmaciones de Ernesto Cardenal, Rufino Blanco Fombona y Jean Cassou) se cifra, además del dominio por el cual marca su posición frente al objeto de su argumentación: oponiéndose a algunos autores y dando la razón a otros; el posicionamiento frente a un estado de cultura en el cual Darío es un mito fundador: el “poeta de América” o una “especie de Cristóbal Colón al revés”.

A la intención desublimadora y de cuestionamiento de la autoridad, se suma una tercera función de la cita en “Varadero”: la parodia del discurso del otro que tiene un fin de censura al exponer cierta inaceptable manera de referencia. Como en el caso de la siguiente cita donde Lihn desbarata y desnuda el aparato de mujeres cosificadas en Darío mediante el rescate del poema “Filosofía” (“Cantos de vida y esperanza”) donde se alude a los genitales femeninos:

«contra el “abrazo imposible de la Venus de Milo” y los intentos varios de confundir almas de mujeres con estrellas, cuerpos con estatuas, diosas de la mitología griega con amigas francesas o simple y extraordinariamente sudamericanas. ¡Fíjense en este botón!:
“El peludo cangrejo tiene espinas de rosas y los moluscos reminiscencias de mujeres”» (63)

Alejado Enrique Lihn del subjetivismo trascendente, la reflexión metalingüística produce el pliegue del sujeto sobre sí mismo robusteciendo el “yo” del poema; característica definitoria en la poesía de Lihn a través del cuestionamiento constante de su hacer. La reflexividad aquí, como la cuarta función de la cita, vincula esta estrategia con la reflexión metalingüística en la poética de una “escritura situada”, dando cuenta de la necesaria interdependencia del conjunto de estrategias que enumeramos como característico de la poética de “Varadero”.
Por ejemplo, Lihn anota sobre el poema “Divagación” de “Prosas Profanas”:

«“París donde reinan el amor y el genio”. Conforme. Pero, ¿no es el suyo un París irreal? ¿Y qué estamos haciendo aún aquí nosotros?
Usted debió preguntárselo, Rubén. Pero, no, todas eran respuestas, solo se trataba de responder desde lo alto de un Olimpo artificial, con una voz engolada» (58)

Aquí la cita es productiva en la medida en que alienta la introspección del sujeto y logra construir una red interlocutoria: “usted”, “nosotros”; que representa al poeta como figura en relación con la tradición de la poesía a través de las preguntas que surgen a un “Rubén Darío” imaginario y la posterior crítica al Modernismo como movimiento fundador de la poesía latinoamericana moderna (“un Olimpo artificial”).

En conclusión, la cita, como estrategia discursiva, tiene en “Varadero…” la facultad de alentar la fuerza polifónica y argumentativa del poema, escenificando una conversación o un discurso público, a la vez que logra introducir momentos de reflexión metalingüística.


3. Palabras al cierre

«La visión del poeta, o del productor de poesía, del lector de poesía, que se enfrenta con una tradición o con una presunta tradición y trata de rescatar de esa tradición: la tradición viva de la poesía chilena. Eso es lo que me interesa a mí destacar. También como una manera de definirse por oposición o por identidad con esa tradición».
Enrique Lihn. “Momentos esenciales de la poesía chilena”.


En el contexto conflictivo de la Cuba de finales de los sesenta, preciso momento en que se fraguaba una construcción oficialista de la cultura, Enrique Lihn escribe gran parte de “Escrito en Cuba”. Y es en la problemática entre anti-intelectualismo, claridad lingüística y autonomía literaria, donde encuentra los límites y alcances de su producción.
Sustraída de los temas y la retórica tradicionales que por ese entonces tenían vigencia en el suelo chileno, en la poesía de “Escrito en Cuba” encontramos el despliegue de un proyecto contra la sublimación de la literatura que representaba el romanticismo y el surrealismo en la primera mitad del siglo XX en Chile, pues en la medida en que esa sublimación se volvía un simulacro de la autonomía discursiva de la literatura o llegaba a confundirse con ella, corría el peligro de alejarse de la trama de la historia:

«Dejarías detrás de ti, si procuraras acortar esa distancia, un hilo de baba por todo testimonio,
un ramillete de poesías líricas;
el mundo cambia a su manera, y la historia de la poesía como la historia de los pájaros es más bien del dominio de la inmortalidad esto es no afecta en nada al curso de la Historia» (“Escrito en Cuba” 30-31)

La pregunta por lo político en Lihn encuentra en “Escrito en Cuba” un primer lugar en su obra y el poeta trata de responder esta pregunta acosado, como dijimos, por la situación histórica que se vivía en la isla. El relieve de la relación de mutua necesidad que establece un texto con su contexto sociopolítico es representado en este libro de manera de evidenciar la crisis fundamental del concepto de realidad de la literatura latinoamericana contemporánea y la ruptura del concepto de una literatura inmanente.
Esta teorización sirve como respuesta a la discontinuidad entre literatura y vida (Binns 73) pero viene a manifestar la radical contradicción de su poética de una “escritura situada”: al tratar de establecer ese puente que uniría arte y vida, texto y contexto, poema y situación de producción mediante el recurso de lo metalingüístico, se subraya la evidente tensión entre la eficacia comunicativa y la eficacia estética del poema.


Bibliografía

Graciela Reyes. Los procedimientos de la cita: estilo directo y estilo indirecto. Madrid: Arco Libros, 1995.
Claudia Gilman. Entre la pluma y el fusil. Buenos Aires: Siglo XXI Editores Argentina, 2003.

[Bajarse de la micro por la ventana: Alameda tras las rejas de Rodrigo Olavarría]. Por Pablo Torche

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Alameda tras las rejas es la primera novela y también el primer libro de Rodrigo Olavarría (Puerto Montt, 1979), conocido hasta ahora por su tarea como poeta y traductor de la obra de Allen Ginsberg, Sylvia Plath o Patti Smith. Pablo Torche, narrador chileno y fundador de Revista Intemperie, nos entrega una lectura de este libro aparecido a finales de 2010 por Calabaza del Diablo.


Bajarse de la micro por la ventana: Alameda tras las rejas de Rodrigo Olavarría


De las múltiples causas que pueden explicar la oleada de narradores jóvenes que ha surgido en Chile los últimos años, tal vez la más importante sea también la más aburrida: el crecimiento económico. Para bien o para mal, creo que es cierto que las becas de estudio y creación, los premios literarios, la posibilidad de subsistir –aunque sea apenas–, con trabajos “freelance” que dejan algo de tiempo libre, tiene su efecto en la emergencia de nuevos músicos, cineastas y, por supuesto, escritores. Lamentablemente, este desarrollo económico no ha sido acompañado de la transformación de los hábitos lectores de los chilenos, de manera que -por poner un punto de comparación- si ya sobrepasamos el ingreso “per capita” de Argentina hace un par de años, todavía estamos a años luz de acercarnos a las dimensiones de su mercado editorial, el que en Chile sigue siendo extremadamente magro.
Como sea, toda esta dilatada reflexión societal sirva de prolegómeno para introducir uno de los libros más recomendables surgido de la mano de los así llamados narradores “jóvenes” (perdón por el vocablo), en los últimos años. Se trata de “Alameda tras las rejas” publicado hace más de un año por Rodrigo Olavarría, quien hasta ahora se había mantenido al margen de la narrativa, entregado a los más riesgosos oficios de la poesía y la traducción. El volumen viene editado por Calabaza del Diablo, editorial que, aparte de cierta marcada propensión al descompaginamiento por parte de sus producciones, se destaca por un notable catálogo de título.
Organizada en forma de diario, la novela de Olavarría se estructura narrativamente sobre la base de las aventuras amorosas y seudo-eróticas del protagonista, sazonadas por profusas reflexiones en torno al alcohol (teóricas más que prácticas), amén de otras elucubraciones acerca de la literatura, el suicidio, el arte y la vida. El autor juega con un yo muy localizado, supuestamente biográfico o muy cercano a la realidad. No cabe duda de que una buena parte de los eventos o fragmentos relatados son, por así decir, veraces, tuvieron en algún momento carta de ciudadanía en el territorio de lo que llamamos real. Pero más que la veracidad, lo que realmente llama la atención de este libro es su extraordinaria “verosimilitud”, la enorme vividez [sic] con que transmite una atmósfera de emociones, relaciones y pensamientos completamente convincentes.
El ambiente “henrymilleriano” en el que se desenvuelve la novela, poblado de lechos fortuitos e inopia marginal, sirve de marco para una reflexión de signo diverso, quizás contrario, respecto del verdadero significado del amor, el sentido de la vida y el tipo de relaciones que permite (y no permite) una sociedad totalitarizada por la idolatría de la eficiencia y el éxito material (en esto último sí se emparenta con el mensaje profundo de Henry Miller. ¿Acaso en lo primero también? Es discutible).
El libro intercala algunos episodios en verso, pero las que resultan más propiamente poéticas y alucinantes son las amplias reflexiones en prosa acerca del vacío y la nada:  

“A diario repito que no me importan ni yambos ni placeres, aun así todos los días leo y escribo estos poemas que pongo frente a mí, no veo mayor contradicción en eso, incluso es común que salga y me pierda entre calles o camas deformadas por el uso donde busco algo para lo que todavía no hay nombre o que simplemente puede designarse como nada”.

El referente más explícito del tono del narrador -crecientemente apasionado y ansioso de escudriñar el significado oculto tras los sentimientos y relaciones pasajeras- es el Kerouac de “Los subterráneos”, pero me parece que el yo más profundo que se asoma y da sustento al relato es el del Quijote. El resultado es quizás el logro más valioso de “Alameda tras las rejas”, construir un convincente “loco-lúcido”, un idealista de causas perdidas, que contrapone su derrota y desvarío a un mundo manchado por la instrumentalización de los sentidos de vida, y de las relaciones humanas.
Al igual que el Quijote, su locura no le impide hacer filosofía de los grandes temas existenciales, la cual, a pesar de lo disparatado del contexto en que surge, parece mucho más acertada que la pléyade de lugares comunes que copan nuestro horizonte. El resultado es una curiosa inversión de los sentidos, donde las ideas o escenas más ridículas parecen cobrar de pronto un sentido íntimo, casi revelador, precisamente a causa de su quijotesco absurdo, como ocurre cuando el protagonista decide saltar por la ventana de una micro para sorprender a un amigo, intento que casi termina en un malhadado accidente.

"Alameda tras las rejas" ofrece una lectura  a la vez profunda e hilarante, donde la risa porta también debajo suyo una crítica profunda y llena de resonancias.

[Ciertamente escribo fumo y bebo: Sobre Umo de Leandro Hernández]. Por Daniel Rojas Pachas

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Umo de Leandro Hernández Gómez es un libro de poesía aparecido el año 2010 por Das Kapital Ediciones. El cruce entre escritura, goce y enfermedad es examinado ahora por el escritor Daniel Rojas Pachas


Ciertamente escribo fumo y bebo: Sobre Umo de Leandro Hernández


“Por ese círculo rojo entro forzosamente cuando evoco esas altas noches de estudio en las que me amanecía con amigos la víspera de un examen. Por suerte no faltaba nunca una botella, aparecida no se sabía cómo, y que le daba al fumar su complemento y al estudio su contrapeso. Y esos paréntesis en los que, olvidándonos de códigos y legajos, dábamos libre curso a nuestros sueños de escritores”.
Sólo para Fumadores – Julio Ramón Ribeyro


Paul Auster relata en “La habitación cerrada” cómo Bajtin, quien condenado por Stalin a un exilio forzoso en un lugar donde no había estancos, se vio obligado a fumarse un ensayo sobre Goethe, en el que trabajo por diez años. Mecanografiado en papel cebolla, se confió de tener otro manuscrito guardado en la capital rusa, documento que desapareció patéticamente tras un bombardeo, no pudiendo agregarse dicho material a sus espectaculares estudios sobre Rebelais y Dostoeivski. Una obra que sin duda se esfumo en una dulce bocanada.

Un sacrificio que muchos no entenderían. Tiempo dilapidado, una obra que se evapora, dar la espalda al éxito, poner en juego la propia integridad física, dinero fuera, orgullo hipotecado, bancarse malos momentos, malos tratos, rostros amargos, sermones, son cosas que pasan a un segundo plano y que no se cuestionan cuando en la mente hay una fijación, satisfacer el hambre de un artículo de primera necesidad y todos tenemos nuestra propia fosa común, parafraseando al libro de Hernández. Esos nichos pueden estar construidos en torno al cenicero o quizá…

“ciertamente escribo fumo y bebo
trinidad de vicios que nada engendran
salvo cenizas resacas dolores”

Considero que el poema de Umo que mejor grafica esta escisión de los hombres en base a sus abanderamientos y obsesiones es performance, este da cuenta de un debate cunetero, cada cual con su cartel…  El barbón descreído y pedante, el borracho, el izquierdista de la vieja escuela y un globalifóbico que cita a Chomsky, pero todos al final, se resumen en  sombras que se mueven tras el humo del hablante que propone una posición tolstoioana de subsistencia al margen del sistema, al margen de Minsal Chile que te dice, el humo de tabaco los ahoga y enferma.

No se requiere de un tremendo ingenio para inferir que eres un proscrito si tu placer ensucia nuestro aire, y quizá valga la pena preguntarse, estrechando los vasos comunicantes de la literatura y el tabaco más allá de Bajtin, por ejemplo si añadimos lo que Andre Gide, que murió octogenario y fumando, dijo una vez: "Escribir es para mí un acto complementario al placer de fumar", por tanto, si tu arte ofende, si tu escritura ensucia y contamina mi sistema, mi aura de poder y lo que entiendo por verdad, pues tendremos que ponerle una advertencia o una marca que prevenga al incauto lector, una cita tipo Minsal que rece: “leer y pensar más allá de la cuenta los ahoga y enferma”.

En tal medida, el libro de Leandro Hernández no es tan solo una superficial apología del placer de fumar, sino que en realidad de lo que todo placer comprende y comunica, pues  Hernández dice en “fumar es un placer…”

“Intento señales
con la ceniza esparcida
sobre la mesa

soplo lo cifrado
de una sola vez
y todo se desarma

intento escribir
con lo que fumo”

y esta escritura del fumar y pensarse a uno mismo en el proceso se hace extensible a otras supuestas nimiedades que en general vamos dotando de ritualismos y significados más amplios que la mera necesidad de cumplir una rutina. En el poema “cuando llueve”, observamos  cómo la escritura de la vida se ramifica sobre los hombros de los objetos que nos rondan y la cartografía personal que dibujan.

“¡y me alejo así del escribir
sobre mí mismo
sobre el simulacro de mi vida
cuando en verdad plasmo la historia
de los objetos que me rondan
frustraciones disfrazadas
de extrañeza
nimiedades en maletas
llenas de ropa
desnudeces cubiertas por pinturas”

En “Umo”, fumar es un acto de vida o muerte o quizá solo de muerte como ciertas escrituras que nos hacen pensar en otra versión de la conocida formula Literatura = vicio + enfermedad = enfermedad.

Cuenta Canetti en su libro sobre Kafka que el más grande escritor del siglo XX comprendió que los dados estaban tirados y que ya nada le separaba de la escritura el día en que por primera vez escupió sangre. ¿Qué quiero decir cuando digo que ya nada le separaba de su escritura? Sinceramente, no lo sé muy bien. Supongo que quiero decir que Kafka comprendía que los viajes, el sexo y los libros son caminos que no llevan a ninguna parte, y que sin embargo son caminos por los que hay que internarse y perderse para volverse a encontrar o para encontrar algo, lo que sea, un libro, un gesto, un objeto perdido, para encontrar cualquier cosa, tal vez un método, con suerte: lo nuevo, lo que siempre ha estado allí.” (Bolaño 2003:2).

Asimismo en su conocido cuento “Sólo para Fumadores”, Julio Ramón Ribeyro en un descarnado   autorretrato de sus compulsiones atestigua:

El fumar se había ido ya enhebrando con casi todas las ocupaciones de mi vida. Fumaba no solo cuando preparaba un examen sino cuando veía una película, cuando jugaba ajedrez, cuando abordaba a una guapa, cuando me paseaba solo por el malecón, cuando tenía un problema, cuando lo resolvía. Mis días estaban así recorridos por un tren de cigarrillos, que iba sucesivamente encendiendo y apagando y que tenían cada cual su propia significación y su propio valor. Todos me eran preciosos, pero algunos de ellos se distinguían de los otros por su carácter sacramental, pues su presencia era indispensable para el perfeccionamiento de un acto

De manera que, tanto la parábola sobre el teórico ruso desesperado, el perfeccionamiento de los actos a la luz del vicio según Ribeyro o la referencia que Canetti hace de Kafka y su afiebrada noción de escritura capaz de consumirlo hasta la médula, permiten como dice Roberto Contreras en su lectura de “Umo”, establecer ciertos nodos subyacentes entre dos o muchos vicios que en realidad aparecen en el poemario de Leandro Hernández descritos como la justificación de los placeres que acompañan cada uno de nuestros movimientos en el tablero y, por lo mismo, van quedando dispersos e impregnados en aquellos lugares por los cuales transitamos y nos perdemos.

Allí reside el aliento del libro y quizá para algunos, esos “zen” que prefieren eludir el placer en actos obsesivos, amparados en la urgencia que representan ciertos objetos y fetiches, parezca ridículo e incluso, un verso como el que a continuación transcribo, egoísta:

“Los no fumadores pierden
Una de las experiencias
Más gratas de la vida
Para un hombre sensible:

La convicción de estar sucumbiendo
A un vicio que solo lo puede dañar a él”

Debe ser que ciertas pulsiones patológicas hacen simbiosis y mellan con más fuerza en ciertas sensibilidades. La música, el café, un trago de alcohol y los libros sumados a cierto caos en las bibliotecas o incluso en los archivos que uno guarda en su pc y que nadie más podría desentrañar, se dan cita en estos versos retratando personalidades y momentos a modo de fragmentos o señales que uno puede ignorar si lo desea, pero al contrario, si hasta cierto punto reflejan o desnudan algunos de tus malos hábitos, no puedes evitar esgrimir una mueca de complicidad.

Mientras escribo esto veo a mi alrededor y no hay casettes de “King Crimson”, pero sí algunos dvds, cds de “Mars Volta” quizá y la ropa no cuelga de una bicicleta pero sí de una silla y a su lado se apilan libros y otras obsesiones como figuras de colección y comics y vinilos y de pronto tienes miedo… porque lees en los textos de Hernández lo que unos malnacidos le hicieron a Bertoni y la música que nadie cacha y te preguntas, cabe la posibilidad de que se corra el dato y terminen mis cosas reducidas en un persa o en el agro.

Esa capacidad tiene el libro de Leandro Hernández, situarte… porque escribe con sinceridad, desde una posición que además comprende y sufre la vivencia del que no puede sustraerse de sus propios vicios, como el que escribe sin poder restarse de esa tensión que le genera una idea o lectura y el poder sentirla completa, únicamente si primero media una segunda lectura hecha a través del solitario acto de…

Ribeyro lo comprende mejor:

Ya para entonces el fumar se había infiltrado en todos los actos de mi vida, al punto que ninguno —salvo el dormir— podía cumplirse sin la intervención del cigarrillo. En este aspecto llegué a extremos maniacos o demoníacos, como el no poder abrir una carta importantísima y dejarla horas de horas sobre mi mesa hasta conseguir los cigarrillos que me permitieran desgarrar el sobre y leerla. Esa carta podía incluso contener el cheque que necesitaba para resolver el problema de mi falta de tabaco. Pero el orden no podía ser invertido: primero el cigarrillo y después la apertura del sobre y la lectura de la carta”.

[Tétrica simetría de tetrix: Observatorio de Francisco Ide]. Por Daniel Rojas Pachas

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"Observatorio" es el debut del joven poeta chileno nacido en Santiago en 1989, Francisco Ide Wolleter. Publicado por Ediciones Corriente Alterna en 2011, el poeta y crítico, cabeza, además, de Editorial Cinosargo, Daniel Rojas Pachas, nos ofrece ahora su lectura sobre este libro.

Tétrica simetría de tetrix: Observatorio de Francisco Ide

hombres-cosas, hombres penas, polvo lleno de polvo, formas llenas de formas, seres llenos de seres
Tribunales – Pablo De Rokha

Observatorio de Francisco Ide Wolleter se construye bajo una atmósfera de seres escindidos, o, más bien, bajo una belleza natural también presente en los sujetos, la que atestiguamos aplastada por el artificio del entorno.

“Una tautología de mirlos cubiertos de petróleo
despedazan a un canario silvestre, la noche
parece decirle al sol del verano: eres lindo, eres lindo
pero me aburro de tu cara” (2011:14)

Tras la lectura, queda la huella, retazos de momentos simples, instantes cargados de ternura y contemplación ateridos de modo violento a la máquina, al metro,  la urbe, y todo vehículo que cruza de boca a boca a los individuos tornándolos carne molida o una mancha azul en el pavimento, ese pavimento soporte del tráfico e intercambio comercial que conforma la ciudad.

Deleuze nos dice: “Los individuos se han convertido en "dividuos", y las masas, en muestras, datos, mercados o bancos. Tal vez sea el dinero lo que mejor expresa la diferencia entre las dos sociedades, puesto que la disciplina siempre se remitió a monedas moldeadas que encerraban oro como número patrón, mientras que el control refiere a intercambios flotantes, modulaciones que hacen intervenir como cifra un porcentaje de diferentes monedas de muestra. El viejo topo monetario es el animal de los lugares de encierro, pero la serpiente es el de las sociedades de control. Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente, en el régimen en el que vivimos, pero también en nuestra forma de vivir y en nuestras relaciones con los demás. El hombre de las disciplinas era un productor discontinuo de energía, pero el hombre del control es más bien ondulatorio, en órbita sobre un haz continuo. Por todas partes, el surf ha reemplazado a los viejos deportes” (1991).

El poeta en esa medida, emerge como una especie de testigo fugaz, más bien el cuerpo que toca e interpreta “las facciones de las chiquillas”, y a aquellos transeúntes incautos, otorgando por medio de sus sentidos y sensibilidad, nuevos significados a las reificaciones diarias:

“La muerte es la silueta de un cadáver
marcada con tiza Azul en el cemento oscuro.
La silueta la marcan de la misma manera
en que tus dedos atentos – de ciego-
repasan las facciones de las chiquillas del café:
con un mano le repasas las facciones, con la otra les aprietas la muñeca,
ellas no saben que prácticamente estás haciéndoles el amor” (2011: 8-9)

Zerzan al respecto señala: “En un mundo comprendido de forma creciente por las más rígidas formas de extrañamiento, términos como reificación o alienación ya no se encuentran en la literatura que supuestamente se ocupa de ese mundo. Aquellos que declaran no tener ideologías son a menudo los más constreñidos y determinados por esa ideología dominante que son incapaces de ver, y es posible que el .mayor grado de alienación se alcance allí donde la conciencia no llega. El término reificación fue ampliamente usado en la definición que de él dio el marxista Georg Lukács, a saber: una forma de alienación resultado del fetichismo de la mercancía de las modernas relaciones de mercado. Las condiciones sociales y la situación del individuo se han convertido en una función misteriosa e impenetrable en lo que comúnmente denominamos capitalismo de consumo. Somos aplastados y cegados por la fuerza reificante de la etapa del capital que comenzó en el siglo XX” (1998).

Se desprende que la función del poeta es en un grado trazar paralelismos ante la historia oficial que se teje frente a nuestra mirada desprevenida.

El poeta en “observatorio” escapa a estas dinámicas de cosificación y desafía ciertas instituciones o cuerpos bajo la simple tarea de imaginar otros ángulos.

“andar con cuidado es transitar casi transparentes
el espacio entre un lector y su objeto de lectura,
andar con cuidado es insultar cuando se pueda
la inteligencia de la policía,
andar con cuidado es machacar las vitrinas
de los bares de la metrópolis lentamente, solemnemente,
e intentar resolver poemas tranquilos
como hongos nucleares en el desierto –entre brindis y besos
que suenan como hongos nucleares en el desierto-” (2011:27-28).

Al respecto, el narrador Barrientos Bradisic dice en una nota titulada, “Francisco Ide Incrustado de quiasmas”:

La primera sensación que tengo de este libro es de la poesía entendida casi como arquitectura, una suerte de labor de urbanismo alegórico, de ocupación de una ciudad que se construye a partir del ojo, el mismo ojo travieso vallejiano, pero que esta vez emerge incrustado de quiasmas y constelaciones diluidas en los laboratorios de la belleza.  “la ciudad nos permite pocos aciertos/ y no se camina precisamente en busca de alguno:/ andar con cuidado es transitar casi transparentes/ el espacio entre un lector y su objeto de lectura,/ andar con cuidado es insultar cuando se pueda/ la inteligencia de la policía/ andar con cuidado es machacar las vitrinas/ de los bares de la metrópolis, solemnemente” (2011).

Curioso, pues enfrentamos un testigo ausente, una voz que testimonia desde la abducción, la conjetura y, en general, desde el afuera, ya que se introyecta e imagina, por lo mismo no observa bajo las regularidades y lugares comunes de un oficialismo.

“recuerdo el quiasma:
frente al espejo permanezco invertido y diminuto
en una parcela del cerebro
si pudiese tragar esa imagen de mí
y mirar al exterior como posicionado en un observatorio
la luz sería un pedazo de cielo nocturno entre el follaje espeso
del árbol predilecto (un naranjo tupido,
una figura que cuelga de sus cabellos
en el ángulo idóneo” (2011:23)

En los versos de Ide se anida además la ruina, por eso la cita inicial a De Rokha, referida a un futurismo de devastación, hay en los versos del autor un aire “steampunk”, como el mundo no tan lejano de “Alita” Ángel de combate (1).

Se trata de cuerpos machacados y mutilados cayendo de un transfer o devorados por una gran oruga de acero que cruza las entrañas, redes subterráneas de una ciudad flotante y contaminada, materia devorada por grandes manchas de petróleo y la alusión/ilusión referida a explosiones nucleares mudas y solitarias que se detonan en las dunas del mundo.

El diálogo persiste en la tarea de edificar un mundo moderno y a la vez devastado en sus raíces, a medio camino entre la carne y la máquina, como las pinturas de Giger,  y así da cuenta de la degradación y  una decadencia latente y discursos enrarecidos, como saltar sin destino o apoyarse en suelos que se derrumban, negando todo retorno, sin embargo, queda siempre un margen diminuto e impensado, por eso vuelvo a la idea del poeta como testigo y a la poesía como memoria, como infratexto.
El poeta Thomas Harris nos recuerda: “El infratexto como memoria, como una forma de saber, como un re-conocimiento de nuestra humanidad, como un recuerdo remanente de la manada y como una invocación a la más primaria sabiduría: la del milenario elefante. La memoria se transforma así en la superación del desgarro, de la ira, de la culpa, de la vergüenza, del trauma, al fin: la resiliencia del animal que a fin de cuenta somos. Y con mucho humor y tanta ternura también” (Harris, 2009:238).
Los versos cumplen el rol de salida al abismo que está dado por esa frágil realidad al borde de la asfixia. El susurro que supone el encuentro desesperado con otros o ese otro que puede ser uno mismo y que elude esa “tétrica simetría de tetrix” (2011:26)
La consigna final de la escritura, y sobre todo la poesía parece desaparecer, desvanecerse o pasar desapercibida como un siniestro en zonas eriazas, o eriales en que nadie repara, pues no conlleva damnificados, destruir desde el silencio y la oscuridad, “con la paciencia de un ciego”.

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Nota
(1) Un futuro lejano indeterminado. Tiphares es una gigantesca ciudad flotante suspendida en el aire, al nivel de las nubes. Justo bajo ella se extiende El Patio de los Desperdicios, hogar de los parias y vagabundos, drogadictos y cyborgs, que se ha construido alrededor de la zona donde Tiphares expulsa su basura, que usa la tierra como un gigantesco vertedero para sus desechos y residuos. Ido es un doctor y mecánico de cyborgs que un día, paseando por el vertedero rebuscando piezas todavía aprovechables, se encuentra la cabeza de una cyborg intacta. La cabeza pertenece al cuerpo de un cyborg muy antiguo, de hace 200 o 300 años, pero el cerebro todavía está intacto, como si hubiera estado en hibernación, así que Ido la repara, descubriendo que está amnésica, así que decide darle el nombre de Gally.
Al principio Gally lleva una existencia normal junto a Ido, pero un día en una situación de peligro, se lanza para proteger a Ido e instintivamente utiliza el "Panzer Kunst", una poderosa técnica de combate desarrollada por cyborgs humanoides. A partir de este momento, Gally intentará descubrir su pasado y encontrar su lugar en el mundo, en una peripecia que le llevará a realizar diferentes trabajos (desde cazarrecompensas hasta jugadora de Motorball, un salvaje deporte de carreras), conocer a diversos personajes (e incluso enamorarse), y enfrascarse en todo tipo de brutales combates de los que no siempre saldrá muy bien parada.

Bibliografía
-Barrientos Bradasic, Oscar. (2011). FRANCISCO IDE INCRUSTADO DE QUIASMAS en Letras s5. Consultado en internet el 13/05/2012
-Deleuze, Gilles. (1991). “Posdata sobre las sociedades de control” en Christian Ferrer (Comp.). El lenguaje literario, Tº 2, Ed. Nordan: Montevideo.
-Harris, Thomas. (2009). “Elefante de Teresa Calderón: la memoria como saber y resiliencia”. Taller de Letras N° 44.
-Zerzan, John. (1998). “Things We Do”, apareció en la revista Anarchy (Columbia), nº 45.

["Encontrar algo fuera de mí"]. Por Víctor Quezada

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“Chueca” y “Partir y renunciar” son dos obras de la dramaturga chilena nacida en Washington DC (1977), Amelia Bande, las que ahora son publicadas por Sangría Editora (2012). La primera fue estrenada en 2006 en la XII Muestra de Dramaturgia Nacional, en el Teatro Nacional, con una segunda temporada en la Sala SIDARTE; “Partir y renunciar” se estrenó en el Teatro del Puente en 2010, ambas obras fueron dirigidas por Javier Riveros.
En el presente texto, Víctor Quezada nos entrega una lectura de “Partir y renunciar”.

"Encontrar algo fuera de mí"

“Partir y renunciar” es, ante todo, la proposición de nuevas formas de habitar la realidad. Y, en términos concretos, la historia de cuatro amigos en medio de los vaivenes en que la vida en sociedad los sitúa, desestabilizándolos:
Tender y Travis llevan una relación lésbica que es interrumpida por el viaje sin destino que esta última emprende por el mundo. Brian y Karsten son dos amigos que en el transcurso de la obra van descubriendo su amor por el otro.
El desenlace de la historia es propiciado por una debacle mundial, un ataque terrorista masivo que va hundiendo en el mar a todo Occidente y amenaza por acabar con el mundo entero. Es entonces –en un espacio apocalíptico con referencias a la ciencia ficción, especialmente a SIVAINVI de Philip K. Dick- donde los cuatro amigos logran encontrarse.

En la obra, la introspección característica de los personajes es el principal antagonista, el objeto que impide el encuentro consigo mismos. Esta condición nos habla de una situación general del mundo representado.
En el contexto del capitalismo mundial integrado (referido a través de la “Compañía única”, empresa telefónica en la que Brian trabaja en un cubículo de atención al cliente) los personajes emprenden un viaje a través de la dificultad para reconocerse en el prójimo y la despersonalización de las relaciones sociales.
Esta dificultad para construir relaciones “verdaderas”, más que cuestionar la posibilidad del reconocimiento entre las personas –pues dicho reconocimiento es una de las garantías del desarrollo argumentativo de la obra-, es dada por el profundo deseo de querer ser otro: para uno mismo, para quien se ama y lo que se ama. Cuestión que va estriando las relaciones interpersonales, y en particular las amorosas, como a través de un juego de espejos.
En este sentido, hay diferentes distancias representadas en “Partir y renunciar”.


Por un lado, no hay espacios abiertos, estos parecen inaccesibles a la presencia física de los personajes. Las pequeñas casas de Tender y Karsten, el cubículo del “call center” donde trabaja Brian, los fragmentos de habitaciones de hoteles (una cama y una ventana) en los que Travis piensa su viaje, son los lugares sobre los que se trabaja para describir el mundo.
Los espacios públicos se presentan en la obra a través de los diálogos que Travis emprende con algunos turistas, o por la televisión. El espacio público, es siempre un espacio mediado, y su mediación más terrible es la de la memoria: los espacios públicos –a saber, los espacios democráticos, tradicionalmente políticos- en “Partir y renunciar” se recuerdan o refieren lateralmente. Uno de los objetivos de Brian, por ejemplo, es participar en un concurso del “Fondo de Beneficio” con un proyecto que busca entender “cómo se puede vivir el espacio que uno vive de una forma más amena” (246).

Por otro lado, los personajes están sometidos a distancias simbólicas. El mismo Brian quiere ganar el “Fondo de Beneficio”, avergonzado por su actual trabajo, para “ser alguien” y así no parecer menos frente a Karsten. Tender, por su parte, se enamora constantemente para no pensar en sí misma: “Por eso me ando enamorando tanto, para pensar siempre en otra persona y nunca en mí” (244). Karsten quiere ser una mejor persona, más ordenada y prolija. Rodeado por los artefactos que inundan su casa (el computador, la televisión, el teléfono, la impresora, una carpa, un saco de dormir y una maleta, linternas, carpetas, luces navideñas, etc.), lucha con su miedo a perder algún objeto, con sus sentimientos de posesión, reemplazando el caos de su soledad por el deseo de un orden impecable. Travis, emprende un viaje, pero no encuentra nuevos espacios (las habitaciones de los hoteles, la comida, son siempre las mismas), no parte nunca del amor que Tender representa.
Es necesario ser otro para ser uno mismo. Pero ese proceso –que en términos generales es un proceso de ficcionalización- se entiende como una barrera para alcanzar el lugar de la verdad del individuo. Y sin esa verdad es imposible el amor.

Como ya he dicho, Travis emprende un viaje, pero no se va. Obligada por el recuerdo de Tender, le escribe cartas que no envía, o escribe una larga carta interminable de su vida. Tender, por su parte, también le escribe -agobiada por encontrar las palabras precisas con las que hablarle- una carta que no termina.
Ulises es un turista, un peregrino postmoderno. Pero, antes de ser el héroe civilizador que conocemos, Ulises es Penélope.
Tender y Travis actualizan la figura tradicional en la que descansa la concepción del amor como célula conyugal; pero la resignifican: a la distancia que le otorga legibilidad al amor, añaden la escritura como una forma de esperar a la otra y de encontrarse con sus vidas.

[Se drena, se inunda, se descansa. Entrevista a Marcelo Guajardo Thomas]. Por Víctor Quezada

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Marcelo Guajardo Thomas es un poeta nacido en Santiago de Chile (1977); y hasta ahora solo había publicado un libro: “Teseo en el mar de Cartagena” (Ediciones del Temple, 2001), sin embargo, eran conocidas las micro-ediciones de más de una decena de poemarios que se gestaron, auto-publicaron y distribuyeron, casi de mano en mano, a partir del año 2002.
Felizmente, dichas publicaciones llegan ahora a nuestras manos gracias a Das Kapital Ediciones en “Un momento propicio para el exilio. Poesía reunida (2002-2010)”; libro que cristaliza el prolongado e interesante trabajo de Marcelo Guajardo. Sobre esto, su poesía, su manera de ver el mundo y algo más, hablamos con el poeta en la siguiente entrevista realizada por Víctor Quezada.

* “Un momento propicio para el exilio” es la reunión de 11 poemarios: “El dolor de los enjambres”; “Joseph Merrick. Diario del hombre elefante”; “La Jauría revelada”; “Persa”; “Víctor Sarmiento comprende el tedio”; “Cinco comarcas”; “Máfil”; “Pucara”; “Los delicados valles de la modernidad”; “Cocaví”; y “Nuevas impresiones del litoral”.

Antes que todo, tú eres la cabeza de un proyecto editorial, o como lo llamas, de una “nanoeditorial de poesía”. Sin embargo, lo de publicar a otros me parece ser accesorio, “Garage Ediciones” es un proyecto personal y artesanal. ¿Por qué decidiste formalizar, de cierta manera, en “Un momento propicio para el exilio”, aquellos poemarios ya publicados por “Garage”?

Me era completamente necesario recopilar y publicar en un formato más definitivo mi trabajo de los últimos ocho años. Las Ediciones Garage circularon poco y nada y la verdad es que me consideraba en algunos aspectos un autor inédito. Necesitaba exiliarme de mi propia poesía. Se había acopiado una cantidad considerable y la verdad ya me estaba empezando a dificultar el inicio de otras escrituras. Respecto del valor del libro tradicional, le asigno el valor que tiene un formato específico, hecho para circular, ser manipulado y leído, en ese contexto Das Kapital cumplió con todas mis expectativas.






Cuéntame un poco sobre el proceso de edición del libro, el criterio por el cual se fueron concatenando los poemarios

El criterio de ordenamiento de los poemarios es cronológico. Espero en siguientes impresiones incluir una nota que advierta al lector de tal decisión. “Jauría Revelada” (1) es el único poemario que no existía propiamente tal, sus componentes se encontraban inicialmente separados, los reuní y los titulé para la edición final.

En el acto de nombrar los hombres se convierten en caballos
los caballos
en las piedras de la caverna
luego de encender sus crines
en medio del fuego

el hombre viejo muere
rodeado de moscas
en su mano la piedra de tallar
nombra la pezuña y la lanza

el caballo se interna en la grieta

desangrado
ebrio

ha dejado de ser un animal salvaje.

Ahora hablemos de los poemarios. En “El dolor de los enjambres” hay una cierta atmósfera primitiva, por llamarla de alguna manera, un espacio donde las cosas quieren encontrar un nombre. ¿Cuál es el papel del poeta en “El dolor…”, en tanto que es una figura que encuentra su base en la del hombre cavernario: aquel que traza al animal en la cueva y manifiesta, quizás, una “obsesión de la palabra y la escritura”?

El protagonista del “Dolor de los Enjambres” es el lenguaje, su potencia y voluntad transformadora. El poeta no existe como tal, como unidad, como hecho consumado. Allí está la fuerza del descubrimiento y el modo en que la lengua queda adherida a las cosas, a la civilización en ciernes. Yo solo contuve ese flujo, le di forma y algún grado de sentido.

Me parece que a lo largo del libro hay un discurrir sobre el origen, al parecer estamos frente a un mundo que no acaba de crearse.
Teniendo en cuenta esta característica “genética”, ¿cómo abordas aquella imagen del poeta como “creador”, figura que para mí representa, básicamente, el lugar de una sublimación?

Lo que me pides es que interprete los diques que elegí para contener este caudal. Pero no puedo yo interpretar mis materiales, porque no son totalmente míos, están allí como signos que arden por sí mismos, no necesitan que yo, apenas provisto con una vela, eche luz alguna sobre ellos.
Lo que yo hago es revelar un pulso que luego obtendrá de mí la forma y, enracimado, al final, sentido. Le doy paso a caudales para el riego, abro y cierro las compuertas para que el agua inunde aquí y luego allá, para que germine por secciones un predio desconocido en su mayor parte. Se drena, se inunda, se descansa.

Dia 16
no soy el ciervo
sino el amo

al cielo clavado por la piedad de las criaturas

quién, sino un salvaje
recibe la corona y la cruz.

Hablemos de “Diario del Hombre Elefante”. Es inevitable no leer este poemario sin pensar en la película de David Lynch (“Elephant man”, 1980). Asimismo, surgen notables diferencias respecto de la perspectiva en que eliges “contar” esta historia.
En la película, Merrick es retratado a través de la mirada de los otros, hasta encontrar cierto contenido interior, en tu poemario, por otro lado, esa mirada es –constitutivamente- interior, y no solo por el hecho de ser un diario de vida, sino porque Joseph Merrick es, ante todo, un ojo, una mirada del mundo (“Un ojo me basta / Un ojo y el mundo”).
¿Cuál es, para ti, el mundo que el Hombre Elefante está mirando? Sobre todo pensando que tal mundo es uno particularmente cristiano.

El modo con que Joseph Merrick se aproxima a la Doctrina Cristiana es la representación de mi propia Fe y sus transformaciones. Desde la perplejidad ante el dolor sin resultado, sin propósito, hasta la revelación de su fuerza transformadora. Es el dolor de Jesucristo la ofrenda que vence a la muerte.  El aislamiento de Merrick, es precisamente mi propio aislamiento, su celda es mi celda, su ojo torcido que descubre la realidad por medio de la representación, es mi ojo torcido que contiene el caudal y le da dirección.

Prólogo con respecto a nuestra situación como latinoamericanos. 
El contradevoramiento de Calibán en la mesa de Hernán Olguín
Calibán no ha dejado de devorarse
todo cachivache
todo escombro
es para él, el salvaje, el indio
alimento de la mejor especie
Hernán Olguín preparado para la comida
vestido discretamente de traje y corbata.

Calibán
raquítico del otro lado
no soporta el hambre
decide alimentarse a sí mismo.

Hernán Olguín era un periodista chileno que, durante la primera parte de la década de los ochenta, conducía “Mundo”, ese programa de Canal 13 sobre ciencia y avances tecnológicos. Pero en tu poemario, Olguín se vincula con la figura del “Calibán” y, así, es un “caníbal”. Su canibalismo es “planetario”, y su boca de caníbal es, además, una clara alegoría de la televisión, de una imagen que se quiere imponer como un todo.
Pensando el momento de la historia de Chile al que refiere el conjunto de poemas (el tramo final de la dictadura militar), ¿cuál es, para ti, la productividad de esta parodia?, pues me parece que uno de sus logros radica justamente en la posibilidad de mostrarse como una versión de esa historia reciente.

Hernán Olguín representó para mí la promesa de civilización y modernidad en una época de profunda oscuridad para el país. Aquella oscuridad no se ha ido del todo y aquella promesa de modernidad nunca se cumplió. Tengo la impresión de que nunca se cumplirá porque aquellos modelos del “primermundo” están allí solo como modelos, son solo apariencia, no tienen fallas, son entelequias de algo que no nos pertenece, que no existe, que no somos. Por eso la derrota de Hernán Olguín es una derrota infinita y el hambre de Calibán infinita también. Ese es nuestro modelo, creación y devoramiento, embalsamar y fracturar en la mesa de nuestros frágiles héroes.

Nourishment
Busca la hiedra de la ciudad un lugar donde existir, la grieta del acantilado, el ladrillo que presiona, y se junta y se junta. Más allá del paso, del zapato amarillo reluce, en la vidriera a luz de neón que ciega cuando se ve de frente. Busca el agujero la hiedra de la ciudad, y crece donde no debe, arrancada una y otra vez para el deleite de un tonto de capirote.

En el poemario “Los delicados valles de la modernidad”, a través de distintas citas a pinturas, películas, etc., te preocupas de construir un mapa de lecturas, una red en la que el conjunto de poemas se nutre de sentidos.
Una estrategia bastante interesante aquí es la de anclar referencias. Por ejemplo, los poemas sobre las obras de Michael Landy, Elizabeth Magill o Joaquín Cociña (“Nourishment”, “Parlous land” y “Una chica coja y analfabeta…”, respectivamente), parecen ser comentarios a los objetos artísticos en sí mismos. Estos poemas provocan la ilusión de supeditar su sentido a una existencia previa y, así, producen conexiones entre manifestaciones artísticas a priori desconectadas...

“Los Delicados Valles De La Modernidad” es un ojo que se abre a lo que me rodea, especialmente fragmentos de arte, partes de películas, libros. No responde a un proyecto unitario como la mayoría de los otros poemarios sino que el placer que me produjo la constatación del hecho mismo. El Cielo Protector, Donnie Darko, Pablo Burchard, dibujos de hierbajos que crecen en la ciudad. Al modo de un coleccionista atesorando momentos de asombro. El placer de la representación por  la representación. Gracias a Dios, no está solo, le preceden y le suceden poemarios de otra intensidad. Mi debilidad por las jugarretas quedó razonablemente camuflada.

En el poema “Grúas” escribes: “Este equilibrio podría ser una nueva clase de lenguaje”. Más adelante en el poema sobre “The sheltering sky”, se lee: “Si algo compartimos es nuestra sospecha del lenguaje”.
Entre ese lenguaje posible, el del equilibrio, y la sospecha, ¿qué es para ti la escritura?

Es una buena forma de definir el modo en que me aproximo al lenguaje, la comparto. El equilibrio y la sospecha de alguien que manipula material explosivo. Peligroso en tanto las palabras contienen energía y es buen poeta aquel que logra revelar toda la energía que pueden contener. Tensando hasta el límite sus capacidades de sentido, forma y significación. Cuando eso ocurre, la palabra se transforma en un cruce de caminos. Eso hago, parafraseando el epígrafe de Forrest Gander,  trato de mantenerme de pie donde el cruce sucede.

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(1) El poemario “La jauría revelada” cuenta con las siguientes secciones: Olguín 8400; Sobre el héroe Hernán Olguín; Sobre las actividades de Hernán Olguín y la relación de estas con eventos recientes; 37 mujeres calvas; La jauría revelada; El cielo enrojecido.


[Faisanes de Los Embajadores: el sonido del despertar]. Por Juan Manuel Silva Barandica

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Juan Manuel Silva Barandica, tras un prolongado receso, vuelve a las publicaciones en La Calle Passy 061. Pero, esta vez, nos habla sobre el disco "Faisanes" del grupo musical chileno "Los embajadores"; desde la pintura taoísta al barroco, el descubrimiento de este proyecto musical, que no "se niega a ser poema", es retratado con delicadeza. Lee, descarga y escucha tras el salto.

Faisanes: el sonido del despertar

Se dice que el faisán viene del lejano oriente, el mismo lugar que según el Tao ordena simbólicamente su geografía con colores y animales. Así, el oeste es un búfalo y el oriente, un dragón, planteando cómo desciende la imaginación hacia la materia y cómo la materia misma es soplada por la fuerza del vacío (wa wei) hacia la no existencia y el fluir. Las pinturas taoístas parecieran estar vivas y fluir junto a nuestra mirada, como si todo el universo ejecutara una danza. En China, específicamente la etnia miao realiza la danza del faisán para representar el vuelo y cómo acaba el invierno y comienza la primavera: las esencias que invaden la prefectura de la muerte y llevan esa muerte a otro estadio. Expresa el advenimiento de los fénix, así como la prosperidad de las golondrinas duplicadas. En el decir de un crítico: “La danza primaveral china del faisán, sigue el esquema de la iniciación paso a paso. Dicha danza pretendía propiciar los acoplamientos y,  por contigüidad simbólica, la manifestación del trueno que había permanecido oculto durante el invierno. Puesto que el destino liga el amor entre los faisanes, el trueno y los encuentros humanos de primavera, aceptarlo implica conectar estos momentos suyos, danzándolos. Primeramente los faisanes cantan y fingen tamborilear con las alas, agitan las espaldas como tronando. Pisotean piedras de manera que las hacen sonar, rodar, lo mismo que el trueno hiende la piedra, así ellos despetrifican, deshielan a las faisanas.”  (Zolla: 66), siendo esta iniciación un camino para comprender la posibilidad de la unión o de la reunión, en este caso de la política y la belleza.
Aunque lo anterior sugiere que las texturas sonoras y relieves de Faisanes busca adentrarse en el exotismo o en la experiencia trascendente, podríamos decir que el punto de partida de este disco habita un espacio intersticial –quizás en el decir de Derrida-, una diseminación, un plano dialéctico en el que se despliega equitativamente la representación política y la experimentación estética.  Así,  más que una declaración panfletaria, el discurso manifiesta un imperativo crítico, con respecto al nivel de legibilidad de las letras de la música pop chilena (Javiera Mena, Dënver, Astro, Manuel García y un largo etc.), digamos, un marco de producción acorde al consumo, la agilidad de la escucha y la ausencia absoluta de digestión sensorial. En este sentido, es interesante hacer hincapié en la orfandad de autocrítica con respecto a tópicos “juveniles”, “rebeldes”, “sicodélicos” por parte de autores que hipotecan el poder del resentimiento y de una conciencia de clase, para compartir con actores, artistas visuales y otros músicos que vienen de familias de altos ejecutivos, empresarios o, directamente, de la oligarquía chilena. Curiosamente esta música facilista e ingrávida es el vehículo más certero y agudo para la reproducción ideológica de un modelo salvaje de mercado, en el que la competencia, el valor especulativo y el poder de los medios de comunicación masiva relevan producciones casi tan pobres como ridículas (cfr. Astro, Adrianigual).
Ya desde la elección del nombre del grupo como a la heterodoxa mixtura de sus integrantes, Los embajadores efectivamente plantean una música de embajadas, es decir de mensajes y del acto de ser embajador: representantes en una tierra otra. Ahora bien, en el cuadro de Holbein (“Los embajadores”) se advierten los objetos que figuran el quadrivium, cuestión no accesoria, puesto que cada uno de los temas que componen este debut musical que es Faisanes, no hace más que demostrar que tanto lo comunicable como el mensaje que lo pude comunicar es absolutamente prioritario y, en esa misma dimensión, dificultoso. La querella contra la estulticia, la credulidad y el conformismo que promueve el arte postdictatorial, hiperburgués, arribista y hedónico, no adopta un carácter civilizado o ilustrado, sino que más bien retrocede a una situación ritual de la música, una onomatesis, podríamos decir, que libera a los sonidos de su significación convencional para salir del tiempo de hierro en el que vivimos, permitiéndole a cada instrumento recordar su función en la comunidad. Como dice Lezama Lima: “El hombre sale de su hibernación, de su momento subterráneo, del predominio del ying cuando las patas de los faisanes comienzan a danzar. En toda la vida, según Chuang-tse, existe el momento dragón y el momento serpiente, lo invisible y el sueño, sale del sueño con un golpe fuerte de su talón, que es momento coincidente con la danza de los faisanes.” (Lezama Lima : 249). El tempo amoroso, las frecuencias de la comunicación se asumen en la dualidad que expresa tanto el cuadro que le da el nombre al grupo, como al dueto que hace dialogar a Danae Morales con Cristóbal Gajardo, quienes dibujan con las ondulaciones de sus voces la imagen del despertar, como la comprensión de las mutaciones y, en el fondo, de la multiplicidad de manifestaciones que asume la existencia para llegar a ser canción.  Como advierte Gabriel Pinto la presencia de grabaciones de campo anticipa que la aparente apnea en las aguas del pop, algunos elementos góticos o el melodrama ochentero de ciertos baladistas, se verá superada por ritmos que nos conducen a escuchar detenidamente las letras, y desde ese farellón, caer junto a la música del relajo literalista, a la repetición y el riesgo de la desautomatización, que canciones como “Peso” o “El sueño de una muñeca malvada” consiguen al cruzar las referencias entre la economía y el sentimiento mediante el consumo del otro, o lo que del otro nos es requerido,  como un sometimiento espiritual. Por otra parte, la lírica de Faisanes también apunta a un shock primaveral, a la promesa de un reencuentro, del paso de lo inexpresado a lo armónico, y de aquello aplomado al suspiro de jade sobre el río. Es música eminentemente barroca, si pensamos que la aparición de la imagen lezamiana, en “El sueño de una muñeca malvada” se  revela en el uso de claves marciales y del reggeatón para romper con la continuidad de sonidos suaves y cadencias alegóricas, instalando la parodia –el canto junto al canto-, como un golpe directo que hace de la música un despertar, con la embriaguez del sueño y la avidez política de la vigilia:  la dualidad del dragón y el búfalo del Tao y la imaginación vanguardista, ética y estética, que ya prefiguran los versos de “Mucha fe”: “Antes que el sueño tejiera / instantes, remota inquietud / te encantaba ver al hombre llorar / sintiera lo que pesa el mar / ¿cómo te verás arriba?”. En esta canción se da el doble juego, la ambigüedad que arrastra las palabras a la música ascensional y a la vez corporaliza los espíritus mediante el vaciamiento de su eje, como un derviche danza imitando a los planetas.
Un barroco que se hace movimiento e imagen en el primer video de Los embajadores, correspondiente al single “Peso” en el que se traslapa un espacio tan significativo como el del antiguo plano damero del centro de la ciudad, con la pérdida de las significaciones arquitectónicas y públicas; lugares de paso, en los que solo se encuentran inmigrantes, tahúres y comercios agónicos. Quizás esta misma agonía y el contrapunto que irisan las notas de la canción sean otra parodia, esta vez la de un éxito económico y de la noción de un centro. Que el video se grabe en caracoles tampoco es casual, ya que el notable trabajo de fotografía y dirección (Cecila Sandoval y Rosario González) presenta una puesta en abismo del concepto musical del disco, duplicado nuevamente por la deriva de dos flâneurs que no encuentran su lugar simbólico ni social en esa pléyade de clases, colores y luchas que se da en los recovecos del centro, ironizando además, el trabajo inocente y cándido de otros realizadores audiovisuales, cuyos temas no escapan jamás al endrogado encanto de la juventud. Las vidas arruinadas de los moradores claroscuros, sean estos peluqueros, traficantes o proxenetas, hallan su retoricidad en la órbita descentrada de los caracoles, figura del eco y no de la voz, así como de un pendular que no acaba sino rodeando el vacío. Al cabo, es la superposición, digamos, el pastiche o el palimpsesto de pátinas sonoras y de discursos (en las líricas y el video) lo que vuelve excéntrico el trabajo de Los embajadores. Un barroco político, sin relación alguna con el barroco trasandino, más que la cita a una escenificación pornográfica en el video, otro guiño al doble juego de superficie y doble fondo que guarda la comedia de la vida en Chile.
Quizás el rasgo distintivo de Faisanes esté en simular la recuperación del vínculo con el origen, aunque borrándolo, sintetizando mediante desplazamientos un sonido que no pueda cuadrar ni cuajar en este momento, dándole así un hálito de atemporalidad y melancolía. Como si estuviese refiriendo a un documento perdido, aquel que le podría dar sentido o centro a su reflexión y lírica, Faisanes danza y orbita un vacío, quizás el de las cambios, el que permitiría al arte transmutar imitando –como en la alquimia china- los colores del vacío que encierra para romper con la restricción del tiempo y la materia. La bilis negra de ese documento, de ese decir: “Ese Libro  contiene el aviso, el reto sin tregua de lo invisible, de lo inaprensible, de lo inaudible, de la longevidad y de la muerte, de la misma manera los setenta y cuatro trigramas, quizá siendo la misma alternancia de hibernación y trueno de primavera, se transforman en ideogramas. Cada ideograma es un proverbio y este a su vez se trueca en una poesía y en una canción” (Lezama Lima: 249). Por lo mismo, un proyecto musical que se niega la posibilidad de ser poema, palabra e imagen, anula también la garantía de su extensión, materia que aborda Lezama Lima, atendiendo al contrapunto tanto ideológico como estético, una de las formas que asume el tránsito entre lo alto y lo bajo: las ondas que representan los sonidos; partes reunidas en la corriente de un río, al igual que en la pintura taoísta pareciera escucharse la siringa y el batir de alas de un ave o una mariposa que fuera alguna vez Chuang-tsé.


Referencias
Lezama Lima, José: “La biblioteca como dragón”, en Introducción a los vasos órficos. Barcelona: Seix Barral, 1971.
Zolla, Elémire: Los místicos de Occidente I. Buenos Aires: Paidós, 2000.

[Toda representación construye un mundo: sobre Abril de Gonzalo David y algo más]. Por Víctor Quezada

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Abril de Gonzalo David es una narración corta, de aproximadamente 40 páginas, publicada por el nuevo proyecto de publicaciones digitales gratuitas Editorial 404. Lee a continuación un acercamiento a la “nouvelle”, aparte de unas ideas sobre la convocatoria a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, de la cual Chile es invitado de honor.


Toda representación construye un mundo: sobre Abril de Gonzalo David y algo más


La última polémica política en el escenario de la literatura chilena se vio propiciada por la conformación del programa de invitados a la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), de la que Chile es “país invitado de honor”.
Se decidió una lista de participantes de manera arbitraria, unilateral, anti-democrática, en la que hay pocos poetas, y el más joven es el Premio Nacional Raúl Zurita, o algo así.
Algunos escritores protestaron por una mayor representatividad a través de una Declaración pública. Pues Chile, la imagen de Chile, no es esa que proyecta la convocatoria inicial. La imagen de Chile es otra (siempre es otra), en la que por supuesto, las editoriales independientes, los escritores jóvenes, participan.
Ir contra la arbitrariedad, a favor de la transparencia de las estrategias de representación es estrictamente necesario. Pero más importante aun, es pensar las garantías de dichas operaciones.
En la propuesta inicial del programa se priorizan las instancias que están directamente vinculadas con el mercado editorial transnacional, impulsando mesas de negocios entre editores, distribuidores y libreros, donde las nuevas plataformas de lectura adquieren un papel preponderante, en virtud de la internacionalización del libro chileno.
El paradigma que garantiza la propuesta chilena para la FIL, es el paradigma de la acumulación, y, en esa imagen internacional, de libre mercado, por supuesto, las tentativas locales que se han venido forjando durante las últimas décadas en el territorio nacional no tienen cabida. Y, fundamentalmente, porque dichas tentativas están fuera de la construcción de ese mundo, son inverosímiles respecto de la acumulación del capital.
Toda representación, necesariamente, construye un mundo. Pensar en un mundo donde distribuir sea más importante que acumular, es quizás la única obligación política de los escritores chilenos. Pues el problema de los invitados a la FIL se resuelve fácilmente: invitando a quienes tienen el poder de protestar, a quienes son alguien para protestar y ser escuchados.

“El hombre nuevo”

“Abril” de Gonzalo David es la historia de un “nuevo tipo” de hombre más que la historia de una mujer. Situada la relación amorosa que mantienen Abril y el narrador entre las resquebrajaduras que el neoliberalismo fuerza sobre las superficies del deseo y el afecto, su vínculo está inmediatamente sumido en el fracaso. Cuestión que facilita la repetición tradicional de la figura de la mujer construida como objeto de deseo inalcanzable, esa mujer que –como vemos en “Sarrazine” de Balzac- es finalmente un eunuco: una proyección sin pene del hombre.
Sin embargo, en este contexto del capitalismo exacerbado, dicha construcción ya asimilada por la potencia del mercado, encuentra referentes más cercanos en la apercepción de cierta narratividad, representada por Ray Loriga a través del epígrafe que encabeza el libro y la referencia a películas del mercado hollywoodense “indie”.
Así, Abril es como Clementine de “Eternal sunshine” (Michel Gondry, 2004), como Summer de “(500) days of Summer” (Marc Webb, 2009); una mujer que dentro del esquema de la mujer idealizada, es también caracterizada por su vida “independiente” del hombre. No obstante, esa mujer solo es narrable a través de una perspectiva masculina y, como en el caso de la película de Gondry, solo existe en la cabeza del hombre.
Como dijimos, en “Abril” se narra la historia de un “nuevo tipo” de hombre. Un hombre que se define en contraposición con la figura del dominador hipersexualizado, sin sentimientos. El hombre de “Abril” es un “chico que llora”, conectado consigo mismo y los territorios sentimentales de una nación “emocional”.
Hombre que nos recuerda, quizás, al sujeto de “Gracias por bailar conmigo” de Pablo Paredes (El final de la fiesta, 2006) y su cierto patetismo, quien se auto-victimiza, manifestando una “incomodidad” en y por el medio social en que se desenvuelve. Así como sugiere los territorios con los que fue vinculada la “novísima” generación de poetas chilenos a través de su topografía (la Alameda y la Gran Avenida de Gladys González), la “microafectividad” y las “pequeñas revoluciones del cariño” que encontramos en la poesía de Diego Ramírez.

Una crítica del compromiso

En este libro, mención aparte merece el prólogo del poeta y crítico de literatura Felipe Ruiz Valencia, quien nos habla dentro de los marcos de lo que caracteriza como "pospoesía" (esos fenómenos textuales que sobrepasan la superficie de inscripción tradicional del libro), sobre la apercepción de la compasión.
Primero, en lo que pertenece a su lectura estricta de esta narración, resemantizando la figura de Cristo y María Magdalena, esa figura del hombre que “rescata a la mujer de sus sombras” (pág. 5), pero en términos generales, de una poesía que para ser, debe ser compasiva, pues “aquello que llamamos inspiración (...) es la inspiración misma de la compasión”, tratando de aventurar los límites mismos de una poesía futura.
En otro texto de su autoría (“La poesía futura”), nos dice: “Por ello mismo, entre nuestro presente y el de los poetas futuros existe un silencio de muerte, incluso, desolador y vasto, en que la literatura callará o simplemente no dirá nada. La urgencia es y debe seguir siendo un llamado, humano por su finitud, a trascender por medio de la obra, antes que por cualquier metafísica”.
La crítica de Felipe Ruiz es una crítica comprometida, ¿no es acaso ese el meollo del asunto, el compromiso?. Toda representación de la realidad construye un mundo, preguntarnos qué mundo estamos construyendo, es preguntarnos por el mundo en que queremos vivir.




[Nodos y filiaciones en la poética de la región de Arica y Parinacota]. Por Daniel Rojas Pachas

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Daniel Rojas Pachas nuevamente contribuye con un muy interesante artículo sobre una poética de la región de Arica y Parinacota en Chile; Rojas traza líneas, establece filiaciones y lee el territorio regional desde el grupo Tebaida hasta nuestros días.

Nodos y filiaciones en la poética de la región de Arica y Parinacota

Consideraciones preliminares

El presente artículo tiene por finalidad delimitar vasos comunicantes entre poéticas pertenecientes a la región de Arica y Parinacota, vinculando propuestas de los años sesenta -lo que se conoció como el periodo de oro en la poesía de esta zona del país- y las estéticas que a partir de los noventa se desarrollan en Arica alcanzando madurez y proyección tanto nacional como en el extranjero durante el comienzo de este nuevo siglo.
Los años sesenta están marcados por la presencia de la revista y sello editorial “Tebaida” compuesto por autores de la talla de Guillermo Deisler, Alicia Galaz y Oliver Welden, además de la publicación de la antipoesía de Naná Gutierrez y el trabajo de autores como Rodolfo Khan y José Martínez Fernández que siguen vigentes y en comunicación con las nuevas generaciones. En cuanto a la nueva oleada de autores y publicaciones, esta emerge a partir de los noventa con el proyecto cultural “Vertizonte” dirigido por Rodolfo Khan.
“Vertizonte”, deja como legado una antología llamada “Heptadárica” (2002) que incluye a todos los miembros del grupo y la edición dispersa de autoediciones como “Aprendiz de Animal” de Reinaldo Hugo, “Psicoglifos” de Alejandro Jordán y “Acto de presencia” del desaparecido Jaime Moya, llegando a ser a la fecha, las figuras más destacadas Markos Quisbert y Mauro Gatica, pues continúan publicando y sus obras han tenido una considerable recepción dentro y fuera de Chile. A partir del 2000 surge además la editorial “Cinosargo”, que viene a concretar con objetivos claros un proyecto multimedia dedicado a la producción y difusión de obras en diversos géneros, agrupando a muchos autores del norte y, desde luego, voces de la región de Arica y Parinacota que ya tenían resonancia la década anterior y que a la fecha han conseguido una madurez importante en sus propuestas literarias. Se dan cita, autores como Juan Podestá Barnao, Danitza Fuentelzar y Juan Malebrán de Iquique, Danilo Pedamonte, Eduardo Cuturrufo y Rodrigo Ramos Bañados de Antofagasta, Víctor Munita y Fernando Rivera Lutz de Copiapó, además de Mauro Gatica, Markos Quisbert y quien suscribe, Daniel Rojas Pachas, los tres de Arica y Parinacota. La aparición de voces emergentes que irrumpen en géneros inesperados para la zona, como Pablo Espinoza Bardi -abocado al terror y el cyberpunk- y Esteban Morales Calatayud -dedicado al comic, en contacto directo con la literatura a la manera de Lihn y Jodorowski-, también es digna de considerar.

Tebaida chile poesía: la poética de Alicia Galaz Vivar y Oliver Welden

En la década de los sesenta se formula un movimiento nacional poético que confabula a favor de la creación; el crítico literario Iván Carrasco en su publicación “Tendencias de la poesía chilena del siglo XX”, señala que “los poetas al incorporarse en dispares condiciones a una escena literaria reconocida y admirada por su calidad, se enfrentan a figuras vigentes incluso vivas, a una crítica variada y a una investigación académica rigurosa” (1998:14). Por ende, surge un proceso heterogéneo y de gran riqueza poética que se tradujo en la organización de grupos literarios que tomaron contacto con sectores poblacionales y estudiantiles con quienes compartieron su arte y conciencia de la situación contingente del país mediante recitales y diálogos con difusión primordial, a través de revistas literarias apoyadas por las universidades.

En puntos estratégicos, ciudades universitarias, surgen revistas especializadas que podríamos llamar hermanas por la cercanía en sus génesis y la comunicación postrera que sostuvieron. Entre ellas se destacan “Trilce” de Valdivia, que al alero de la Universidad Austral, tiene por fundadores en el año 63 a los poetas Omar Lara y Carlos Cortínez; “Arúspice” de Concepción, que permitió a escritores, según el mismo Lara, desarrollar sus carreras literarias sin abandonar el hogar. En Santiago estuvo “Orfeo”, a cargo del poeta Jorge Teillier y su amigo Jorge Vélez. Fundada en 1963, “Orfeo” tuvo un espíritu pluralista que buscaba estar al alcance de todo el mundo y desde luego, “Tebaida” de Arica.

Con el apoyo de la Universidad de Chile con sede en Arica, se dio inicio a esta empresa fundada por un grupo de amigos encabezados por la calidad humana y profesional de Alicia Galaz Vivar, su legado incluye no solo poesía sino estudios a nivel internacional. Esta académica universitaria, abocada al área de literatura y autora de “Jaula Gruesa para el Animal Hembra” (Arica, Chile: Ed. Mimbre, 1972) junto a su pareja Oliver Welden, poeta radicado hoy en Europa y ganador del premio nacional “Luis Tello” con su obra “Perro del amor” (1970), encargado en ese entonces del área de extensión de la casa de estudios fronteriza. El nombre propuesto a la revista aludía a la antigua Tebas y buscaba ser una fortaleza, cuyo principal vehículo era la poesía. Editada por primera vez en 1968, “Tebaida” alcanzó a publicar nueve números, y los últimos aparecen bajo el sello de la importante casa editora Nascimiento. Quedaron, sin embargo, en el tintero, el décimo y onceavo, abortados por la ruptura constitucional y posterior dictadura.

En cuanto a la poesía de Alicia Galaz, Fernando Alegría nos dice: “En la poesía de Alicia Galaz Vivar maduran los secretos del siglo: no se habla de política, apenas si se alude a la familiar angustia de las víctimas del terror y del desamparo. Sus mensajes se adivinan (…) Digna y, acaso, altiva, Alicia Galaz sustenta sus verdades en las líneas de una poesía alusiva. ¡Tantos signos ha heredado de Góngora, su maestro, a quien estudia, antologa, examina y venera!” (Alegría 2006:10).

En la atmósfera de violenta cotidianidad que dibuja Alicia Galaz con su poesía, bullen elementos místicos y alegóricos que generan una “superatmósfera”. La autora amplía la significación de este concepto dentro de su trabajo crítico definiéndolo a la luz de Federico García Lorca del siguiente modo: “Con la reiteración de palabras, metáforas o símbolos, cuyo significado se asocia a la muerte, al silencio a la nada, Lorca logra crear la superatmósfera, región donde el poema permanece incontaminado de lo perecedero y es una sola presencia, sin anécdota ni color local, pero con sugestiva grandeza. Lo cósmico mítico es el medio más eficaz para llegar a la creación de la superatmósfera”. (Galaz 1982:5)
Vemos esto aplicado en la poesía de Alicia Galaz, tal como lo demuestran los versos transcritos a continuación:
“Micaela escucha las voces de sus hermanas,
Traen la turbamulta de los Germán, los Hugo
O los Miguel, el aroma de los mirtos visitados
A deshora, el temblor de los muslos en la ternura:
Emergen tras el obsceno árbol
Con la serpiente asomándose al paraíso del domingo” (Galaz 1975:9).
En el poema se ve una escena cotidiana, el cortejo juvenil, la pubertad, la excitación de las jóvenes ante la presencia de sus pares masculinos y el paso de la ternura infantil al ímpetu de la juventud y el descubrimiento de la escritura en el cuerpo, sin embargo, la poeta nos aleja de lo meramente referencial y anecdótico como indica al definir la “superatmósfera”. Se supera el contenido local y su explotación y lo poetizado se universaliza y proyecta más allá de una imagen que podemos situar en la década de los setenta, el presente o la época medieval. La presencia del árbol del conocimiento y la tentación alegorizada a través de la serpiente, dota al poema de un carácter parabólico que termina su actualización más allá de los límites del texto pues nos remite al génesis y a los albores de nuestra axiología occidental, el paraíso perdido y los dogmas que han imperado en nuestra educación sentimental por siglos.

En cuanto a la poesía de Oliver Welden, “Perro del Amor” (Arica: Ediciones Tebaida-Mimbre, 1970) es un poemario de culto dentro de la literatura chilena, su lenguaje rudo y desencantado, agónicamente sexual y abierto al desamparo más íntimo del ser, logra en su consecuente “parquedad de epitafio”, como lo caracterizó en su momento Jorge Teillier, una profundidad extrema que con el correr de los años se ha macerado logrando en su comunión con el dolor, altas cuotas de expresividad.
Welden con su perro nos conmina a la soledad más personal sin ignorar el sufrimiento que implican las relaciones sociales. En “Cadáver con fruta” (primera parte del poemario) explora los lindes de la cordura y el abandono, priorizando la idea de suicidio en contraparte a la vejez, muerte lenta y eversiva. En “De un tiempo a estas partes” (sección media del libro) ata nuestras conciencias ante el desasosiego familiar y finalmente en “La Manzana del gusano” (último cuaderno del texto) deposita toda su desesperación y furia ante el fracaso de la comunión última con el otro.
“Las moscas ocultan el corazón
porque el corazón es una magnífica bosta” (Axioma Vital)
Nos dice Welden en un breve poema que da cuenta del espíritu que corta transversalmente el poemario. “Perro del amor” gravita en torno al reconocimiento de la orfandad natural del hombre, agotando todas las posibilidades de interacción desde las más solipsistas hasta las que perciben en el clímax sexual, una condición previa a la languidez del sujeto que termina por asumir de modo abismal su incomunicación intrínseca. Hay que destacar que el autor en la construcción de esta atmósfera de sincera asfixia y desgarro, gesta una voz peculiar y única para la poética del norte de Chile. Espacio ineludible al referirnos a Welden, pues su obra está íntimamente relacionada con el extremo desértico y fronterizo de esta región del mundo. Esto de ningún modo le resta universalidad al libro y a la voz del poeta, todo lo contrario, su presencia marca un hito aún no superado en la continuidad creativa de estas latitudes.
Tras el exilio, la poesía del autor ha continuado su madurez sin apartarse de una potente crítica social y reflexión en torno a los convulsos días que le tocó vivir. Con “Oscura palabra” (Santiago: Lom, 2011), Oliver Welden rompe su silencio, jamás creativo, pero sí a la hora de hacer pública su voz y poesía. El año 2006, Welden reapareció con “Fábulas Ocultas” a través de “Ediciones Lar” del poeta Omar Lara, previo a eso se mantuvo en el anonimato por treinta años, ajeno a las cofradías y tabloides literarios pero siempre en el recuerdo de los lectores enterados que seguían su pista y coordenadas a partir de la huella de su “Perro del amor”.
Welden da a la estructura de “Oscura Palabra”, la función que Genette reconoce al “bricolage” como mecanismo. El “bricolage” superpone y entreteje la disonancia entre elementos copresentes, a fin de dar sabor al conjunto, en otras palabras, refaccionar. Antiguo arte de hacer algo nuevo con materiales viejos. En ese tránsito no excluye la voz y palabra de los vencidos, del hombre común, la prensa del momento, las transmisiones radiales que dan cuenta de aquella épica y en esa medida el dictador también tiene protagonismo y espacio para confrontar y desnudar los ángulos y aristas de una época.
Por ende, todos los presentes y arremolinados en el vértice de “Oscura Palabra”, ayudan a recorrer pasajes con una percepción ajena al juicio y el rencor, el poeta se resiste a caer en la autoconmisceración, la culpa o venganza. Ya que pese a abordar horas trágicas de la historia (el día en que Chile se quebró), la actitud del poemario -más allá de ser una crónica lineal- abre focos y ángulos de interpretación, ex-pone desde la imbricación las tachaduras y puntos ciegos del ojo dando vida a una voz que propone ensayísticamente; es decir, de manera fragmentada, discontinua y exploratoria, como dice Martín Cerda en su “Palabra Quebrada”. Cerda afirma parafraseando a Barthes:
“la zona de validez de todo escrito que, como el ensayo, no pretende hoy “ex-poner” una visión o un saber total (y muchas veces ‘totalitario’), sino introducir una mirada discontinua en un mundo que, en lo más sustantivo, se oculta o se enmascara con diferentes ropajes y lenguajes ‘totales’ monolíticos y opresivos. Por eso justamente en su penetrante libro autobiográfico, Roland Barthes podía anotar: Escribir por fragmentos: los fragmentos son entonces las piedras sobre el borde del círculo: me explayo en redondo: todo mi pequeño universo está hecho migajas: en el centro, ¿qué?” (1982: 13).
La dialéctica de este viaje en que discursos se cruzan y fisuran, Welden la precisa de modo directo en el poema “viaje imaginado”:
“La percepción es más importante que la realidad,
por ello le digo que yo aquí percibo una equivocación,
pues este viaje del que usted me habla no existe:
jamás se hicieron las maletas y si me registra los bolsillos
verá que no tengo billete comprado para bus, tren, barco,
/o avión alguno
Nadie, vea, ha cruzado la cordillera de los Andes
hacía ningún país trasandino, ni hay visa para Europa.
(…)
A ningún presidente le volaron la cabeza”.
Es así que la gran historia, el telón de fondo gana perspectiva ante la intrahistoria o el encuadre del sujeto testimoniante, que enfrenta su épica diaria y los eventos abismantes desde su ubicación particular ante el siniestro. Se conjuga el viaje como memoria y la escritura poética como un precario intento de emular una máquina de tiempo. Por ello el autor/lector de su realidad, se (re)escribe como protagonista, espectador y en definitiva cómplice de todos los hechos relatados, pues sin duda ha jugado un rol en esta historia o sueño colectivo en el que la inocencia es lo que se tensiona, al punto que nos invita a llevar la batalla y la revisión de la historia a otro plano, a la consciencia del sujeto y su responsabilidad por acción u omisión ante lo acaecido y asimismo ante las pugnas diarias que se siguen librando en todos los rincones del planeta.

El neolenguaje de Rodolfo Khan: Family values y Cero glamour

A juicio de Rodolfo Kahn, la poesía es una de la manifestaciones más sobrecogedoras, universales e inasibles, de aquello tan solo perceptible y dominable en forma precaria y fragmentada. Condición que no va en detrimento de lo evocativo, en tanto el poeta, animal sensible, cobija en su palabra la vertiente literaria y el complejo mundo interno y recóndito, de lo vivencial. Así inicia el prólogo a la antología “Heptadárica” (Arica, Chile: Aperión, 2002) del grupo “Vertizonte”.
“Vertizonte” en los noventa deshilvana con libertad y valor una perspectiva inédita, una alternativa creacional y paradigmática que se aparta de la tradición fundante y la voz politizada que guió la producción de muchos autores tras el golpe de Estado y en pleno periodo de los ochenta, a la luz de las formas de poder y economía que dejó establecida la dictadura. Su alejamiento del tópico paisajístico, la tierra y el hablante combativo no implica en lo absoluto una visión carente de compromiso. La voz de los poetas que integran la antología, demuestra una sensibilidad alterna, apropiación particular de la realidad, manejo del lenguaje en otras lindes, y propuesta estética rupturista. En el trabajo del grupo se percibe además una apertura a nuevas o viejas, pero escamoteadas influencias, lo cual rompe el proselitismo y monotonía del acontecer poético en la región (la seguridad tras afincarse en un sistema acreditado de creencias).
Los “Vertizontes” abren un canal hacia los “Beatniks”, el simbolismo francés y otros escritores europeos como Henry Michaux. No hay que desestimar tampoco, las voces de Chile en las últimas tres décadas (Diego Maquieira, Rodrigo Lira, Juan Luis Martínez) y los “anglos”, Dylan Thomas, Edgar Lee Masters, los poetas objetivistas, Ashbery y la poesía concreta de Haroldo de Campos, sin dar por descontado a los clásicos.
A Rodolfo Kahn se suman nueve poetas, todos nacidos en Arica, entre los años setenta y principios de los ochenta, Gabriel Moyano Cárdenas, Jaime Moya, Reinaldo Hugo, Alejandro Jordán, Jorge Cannobbio, Mauro Gatica, Davis Fernández y Markos Quisbert. Solo Khan pertenece a una generación de poetas anteriores a ellos. Khan es de la generación de Óscar Hahn, Oliver Welden, y otras relevantes figuras de la poética chilena de los años setenta, su invisibilidad en el panorama nacional se debe principalmente al carácter inédito de sus trabajos, pues a sus casi setenta años, solo se encuentra publicado en algunas revistas de escasa circulación y en la antología “Heptadárica”.
Del grupo los que mantienen plena vigencia son Mauro Gatica y Markos Quisbert. Estos dos creadores, si bien no se vinculan directamente con las generaciónes que le anteceden, sí forman parte de una red intertextual de conocimientos e influencias producto de una educación sentimental permeada por la obra de Sade (curiosamente traducida al español por Welden); vale la mención a la estética de Diego Maquieira, Alexis Figueroa y Juan Luis Martínez, lecturas presentes en Kahn, bisagra con la generación anterior, además de la presencia de elementos de la poética de José Ángel Cuevas, que paradójicamente fue compañero universitario y de lecturas poéticas con Rodolfo Khan en los años setenta en Santiago. Esta vinculación que va desde lo vivencial a los escritural, da cuenta de lecturas que se transmiten en el intercambio de opiniones, corrección de textos en los talleres y por medio de la comunicación de experiencias y códigos que solo se gestan al interior de un círculo literario bastante reducido, edificando elecciones afectivas, por ende, elementos culturales y tendencias se traspasan, tal como Barthes lo entiende, no satisfaciendo el mito de la filiación, pero sí en un entramado inevitable producto de co-presencias que son ineludibles.

Lo que en cierto grado podemos sintetizar en las siguientes palabras de Barthes, dada la definición de sujeto e intertexto, pues el yo, al igual que los textos, se conciben como disueltos en una pluralidad de voces plagadas de infinitas referencias que traspasan las fronteras de la filiación. “Esto es precisamente el intertexto: la imposibilidad de vivir fuera del texto infinito -no importa que ese texto sea Proust, o el diario, o la pantalla televisiva: el libro hace el sentido, el sentido hace la vida" (Barthes, 1974:49).
Sobre la obra de Mauro Gatica, Eduardo Farías señala: “Family Values… para los de habla hispana, ‘Valores Familiares’. Para muchos no sorprenderá la esencia del dolor, de las heridas, del respirar por exposición de las verdades de nuestra sociedad en su núcleo primordial, donde se sitúa la cuna de todas las heridas, de todos los tormentos. El ser humano es el más maleable y delicado de los materiales del universo. La familia es una unión de componentes disímiles unidos por tres conceptos distintos: sangre, afecto y, a veces, elección. Por lo general, es impuesto, por lo tanto es una institución social resumidero de las mayores riquezas del ser humano y de las más bajas pasiones. Este poemario más se refiere a lo último, a ese dolor irremediable de coexistir con otro ser, las diferencias pueden provocar cataclismos cuya manifestación dejan una marca (cicatriz, diría)”.
La poética de Mauro Gatica hiperboliza el sentimiento de enajenación del individuo que Waldo Rojas reconoce en Welden y su generación, el extrañamiento y la incomunicación son situados en “Family Values”, en el marco de los relativos, curiosamente la poesía de Gatica parte con trabajos visuales y sintácticos invocando una incomunicación a nivel de morfemas y relaciones sintagmáticas, esto se puede observar en “Shhh” (Arica, Chile: Cinosargo, 2010), y finalmente se traduce en un contenido más referencial, casi prosaico como el de la poesía de “Family Values” que procura fisurar la noción de unidad y albergar el mutismo en el núcleo formativo de la sociedad.

Quisbert por su parte, se centra más bien en el individuo pero en clave “kitsch” exponiendo la soledad y lo grotesco como ribetes ocultos de una sociedad que maquilla su fealdad a través de un falso glamour o utopía que no acepta como diría Vattimo, la contrafinalidad de la racionalidad consiste en el hecho de que justo para ir realizándose rectamente y según sus planes: “la razón se vuelve contra los fines de emancipación y humanización que la movían, es justo tal mecanismo lo que se ha desvelado en su vocación perversa” (Vattimo 1991:103)

La idea de superatmósfera que propugna Alicia Galaz en su poética nos traslada en el caso de Quisbert, quizá por las señas de la época, desde lo material a lo virtual y por ende la proyección de estas vidas apócrifas marcadas por la nostalgia y una épica demudada de todo romanticismo y belleza, por tanto las situaciones poetizadas, pueden verificarse bien en una estación abandonada del ferrocarril Arica-La Paz en que dos hombres gordos se masturban con pasión y violencia o por las cámaras de un video chat en que un joven con gorra de baseball dialoga con un anónimo, quizá un imitador de Elvis en torno a las fotos que Lewis Carroll le tomara a la joven Alicia.
Constanza Zanetti nos dice sobre “Cero Glamour”: “Así es evidente como retrata este poema, y sugiere el título del libro ‘Cero Glamour’, la estética propuesta en este libro es justamente la de la antiestética, por ello también el tema recurrente de este libro es el sexo, abarcado del mismo modo, sin erotismo ni romanticismo, solo brutalidad y nostalgia, por lo que ni siquiera resulta un escape seguro para los personajes, sino que es como hundirse más en la mierda que los rodea”.

Carne y Necrospectivas: abyecciones y mass media

Leonardo Sanhueza en su crítica al libro “Carne” (Arica, Chile: Cinosargo Ediciones, 2011) señala:
“El poeta Daniel Rojas Pachas elabora sus textos mediante una saturación o estridencia medio pornográfica, mostrando escenas destrozadas de violencia, sadismo, abuso infantil, prostitución, locura o miseria: situaciones infernales, en todo caso, que se suceden rabiosamente. Estos textos tienen un aire a cyberpunk, y a la vez, a cine gore con lo que se configura una atmósfera enrarecida que, si bien se sitúa en el presente, deja la impresión de ser una era postapocalíptica (…) Rojas Pachas plantea así una literatura de la furia o, derechamente del mal, articulando el libro mediante inserciones de citas de Boris Vian, Osvaldo Lamborghini, Kafka o Dostoievski, que constituyen la “educación sentimental” de un tipo que sólo quiere vomitar, no “un librito como tantos”, sino “mucha rabia, carne y letras atropellándose”.
El bricolaje es sin duda una de las técnicas presentes en “Carne” y en el libro posterior del autor, “SOMA”, editado en México por Proyecto Literal. Rojas Pachas en calidad de escritor, quiere hacerse cargo de la realidad rompiendo con la noción de unidad del discurso, del género, por tanto se puede entender cada poema como microhistorias, epígrafes y en general, esquirlas y restos de un naufragio que sin duda es observado por una cámara clínica y fría en que el cuerpo y la violencia que el sujeto sufre, producto de una violación, desmembramiento o abandono familiar, es desnaturalizado y trivial, tan cotidiano y superfluo como programas televisivos que muestran cirugías plásticas de famosos o la disección de la intimidad para la entretención de una gran masa embrutecida y sedienta de morbo y sangre, aunque paradójicamente cargada de valores morales añejos que suprimen con formas más sutiles de violencia toda muestra de creatividad.
Elvira Hernández con respecto al libro SOMA señala: 
“El autor, por convicción, está en otro lado. Pasado por el cedazo autobiográfico cuasi picaresco, por algún recurso no emparentado con la ciencia ficción, también estará al otro lado de la referencialidad. Daniel Rojas Pachas sabe de las vicisitudes corridas por esa autoridad otrora heroica: la historia del pecado de originalidad perdido, la tachadura, la borradura, el descentramiento, la pulverización que ahora se trillan como lugares comunes. Probablemente reaparezca ese fantasma en otra ficción. Por lo pronto, en esta confusa y leve realidad, en que el poeta podría tener tanta identidad como anonymus, ciertas precauciones no están demás, sobre todo si tendría que ser inminente la llegada de una copia, quizás intervenida, con el texto de Gombrowicz, Contra los poetas”.

El último autor, aunque narrador, genera una obra multifacética que colinda poderosamente con la poesía y sobre todo con autores como Poe, Lautreamont y Wilcock que también rozaron e hicieron una amalgama de géneros, generando una mirada introspectiva a lo abyecto. En ese sentido el investigador chileno Patricio Alfonso en su ensayo “La forma de lo monstruoso” nos señala: “Así como en las historias de involución había un ‘monstruo’ oculto en el personaje –correspondiente, según ciertas teorías sicoanalíticas, al arquetipo junguiano de ‘la sombra’- , en los relatos cósmicos aparece un ‘paramundo’ que acecha al borde del mundo y amenaza con desbordarse e invadirlo. En ambos casos se trata de una forma que trata de sustituir a otra. Dicha forma subversiva pareciera aguardar en el interior de las apariencias, de lo visible, lo que resulta especialmente terrorífico" (2001:17).
Lo que en la obra de Espinoza Bardi se desborda e invade nuestro modo de entender al mundo a través de lo verbal son los códigos que superan a lo lingüístico por ende el encierro es de tipo lógico, racional y sistemático, ante ello el lector como partícipe del texto y los sujetos cautivos en la narración no pueden gritar o hacer frente a un mundo que virtualmente se, de modo que como reza Wittgenstein en su “Tractatus”: "De lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Ese mutismo que tiene como origen un pavor cósmico, sin embargo, muta en una segunda entrega con tintes poéticas, en los cuales además de reescrituras de simbolistas se entrecruzan como versos transpuestos, enunciados de asesinos en serie como Albert Fish. El terror desciende a lo cotidiano, a la bestia que se oculta agazapada en seres que a simple vista parecen inofensivos.
Patricia Espinosa dijo respecto al libro "Necrospectiva Vol.2":
“Después de un primer volumen con el mismo título pero más ligado al cyberpunk, Pablo Espinoza publica ahora esta Necrospectiva con el subtítulo Cuentos de Gore, de Locura y de Muerte, donde desarrolla una narrativa sobre piscópatas y asesinos seriales poco usual en la literatura Chilena. Son 32 relatos sobre la perversidad, pero también se intenta dar cuenta en ellos de la violencia social y sus efectos en una multiplicidad de personajes masculinos, multiplicidad aparente porque en última instancia esa variedad se anula, ya que los personajes poseen características tan similares que parecen ser sólo uno. (…) Necrospectiva. Cuentos de Gore, de Locura y de Muerte es un interesante libro experimental, ligado al fragmento, donde se cruza la narrativa con la poesía y donde se juega con los límites de la locura, el resentimiento social y la abyección”.
Ambos autores de algún modo recuperan o actualizan la escatología de las generaciones que lo anteceden, la violencia que rezuma en “Perro del Amor” y la fragmentación y discontinuidad de “Oscura Palabra”, por tanto, como el poeta de los sesenta, tanto Rojas Pachas como Espinoza Bardi se dejan encantar por el carácter semiótico de la escatología y la visceralidad y su liberación a través del acto creativo. Como señala Kristeva, hay una dicotomía entre un mundo simbólico altamente conductual y normativo y una dimensión semiótica, reprimida y que la poesía, como subversión consciente del mundo diurno, puede hacer emerger, liberando un contenido polisémico, altamente connotativo, original e inesperado. Kristeva al respecto indica: El escritor que llega a fascinarse por lo abyecto: “se imagina su lógica, se proyecta en ella, la introyecta y por ende pervierte la lengua -el estilo y el contenido” (1982: 23).

Conclusión

En síntesis, el artículo no quiere dar cuenta de un linaje jerarquizado de influencias que se han traspasado de modo directo en la poética de Arica y Parinacota, al contrario, el dialogo entre creadores está mediado por más de treinta años de distancia y factores extraliterarios que han desperdigado los nexos potenciales, sin embargo estos subsisten, en primer lugar, por compartir un espacio que linda con la marginalidad y el abandono, en segunda instancia, por la presencia de la frontera como mito que pervierte la forma y las temáticas al perseguir siempre el anverso de todo carácter fundacional y chauvinista. El descentramiento y lo parabólico son esenciales, y también la herejía como disidencia ante el estatismo de una identidad inmutable que se pretende imponer producto de la violencia de la historia y las grandes gestas ligadas al territorio. Por ende, en toda preferencia (literaria, artística, biográfica, epocal) siempre están en juego determinados valores que Walter Benjamin ilustra al afirmar que el deber de todo escritor es impedir que la historia la hagan únicamente los vencedores, porque entonces se convierte en un indecente delirio. Esto implica una polémica con la propia situación histórica, artística y vital, y es lo que se ha llamado infratexto, de modo que la elección de determinada cultura por el autor no obedece solo a una curiosidad intelectual, sino además, al proyecto de llegar a identificarse probablemente con una forma de vida que fuese capaz de compensar imaginariamente el radical desajuste con la vida de su tiempo. Signos que constituyen el diálogo con un segundo e incluso tercer texto sumergido, encubierto o tapado por el texto explícito, en ese nivel ingresan los textos sacados de contexto, descentrados, tachados o reformulados e intervenidos de modo arbitrario por el creador. La manipulación de la realidad al servicio de la poesía. Esa es quizá la divisa de comunión entre autores que han mantenido y pretenden mantener con vida la creación literaria en el desierto fronterizo de Chile.

Referencias bibliográficas

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_____________ (2011). Oscura Palabra. Santiago de Chile: Lom.

[Ego sum qui sum: Visibilidad y Enunciado en Purgatorio de Raúl Zurita]. Por Víctor Quezada

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En 1979, el poeta y Premio Nacional de Literatura, Raúl Zurita, publicó el libro "Purgatorio", libro en el que son de una importancia cabal fotografías, montajes y variados elementos gráficos. Revisa ahora un acercamiento a los sentidos posibles que dichos elementos otorgan a la lectura del libro.

Ego sum qui sum: Visibilidad y Enunciado en Purgatorio de Raúl Zurita 

“Como si la función del lenguaje fuera, al doblar lo visible, la de manifestarlo, y mostrar así que necesita, para ser visto, ser repetido por el lenguaje: solamente la palabra afinca lo visible en las cosas”. Foucault (1992, 139) 

¿Cuál es la visibilidad de un libro? ¿Es posible negar la emergencia de los destellos, las luminosidades, que surgen de su superficie?
Esta pregunta general es incontestable desde un saber estrictamente literario, y, es más, inexistente en una tradición del predominio del enunciado. No está, por supuesto, en mi competencia responder tal pregunta, pero, sin embargo, me gustaría rondarla, tenerla en cuenta, jugar con ella hasta poder quizás reformularla.
¿Qué función –me pregunto ahora- cumplen los elementos no lingüísticos presentes en “Purgatorio” (Santiago de Chile: Universitaria, 1979) de Raúl Zurita? ¿Qué sentidos integran a la lectura del libro? ¿En el cruce con el contenido verbal, qué determinan y, por otro lado, cómo son determinados por los signos lingüísticos?
Creo que en “Purgatorio” se representan distintas tensiones que actualizan la problemática de la visibilidad y el enunciado en tres ámbitos de interpretación: la primera sobreviene de la reconstrucción “filológica” de su horizonte de recepción inmediato y despliega un complejo de lecturas fuertemente condicionado en términos ideológicos; la segunda –anclada en su momento de producción- refiere a lo que en esos años la crítica de la cultura Nelly Richard bautizó como “Escena de avanzada”, movimiento de cruce entre el arte y la literatura “no oficiales” que surge en la década de 1970 en Chile; y una tercera tensión que marca la dinámica de lo visible y lo enunciable en la construcción particular del montaje “Ego sum qui sum” que aparece en la sección del libro titulada “En medio del camino”.
Aunque todo acto interpretativo de signos complejos siempre está determinado por el lenguaje, me parece importante pensar en las formas en que la visibilidad aparece, a través de las presiones que ejerce sobre lo enunciado. Y digo esto, porque dicha resolución que indica que solo podemos ver la cultura, y es más, una cultura del predominio de los textos en su sentido amplio, parece insatisfactoria a la hora de dar cuenta de las particulares maneras de aparecer de lo visible.

El estrato: Chile durante la década del 70

“no hay significancia sin un agenciamiento despótico, no hay subjetivación sin un agenciamiento autoritario, no hay combinación de las dos sin agenciamientos de poder que actúan, precisamente, mediante significantes, y se ejercen sobre almas o sujetos”. Deleuze y Guattari (185)

Raúl Zurita irrumpe en la escena literaria chilena el año 1975 con la publicación de “Un matrimonio en el campo”, conjunto de poemas y fotografías aparecido en el único número de la revista “Manuscritos”.
Publicada por el Departamento de Estudios Humanísticos (DEH) de la Universidad de Chile, esta revista es de una importancia capital para el arte y la literatura contemporáneos en Chile, pues, a dos años del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973, Ronald Kay, Christian Huneeus y Nicanor Parra, entre otros, pudieron, desde los “márgenes” de una institución universitaria intervenida políticamente, producir textos que sentarían un precedente para las producciones de la poesía posterior y contribuirían a formar las bases para la aparición de una nueva escena crítica de arte.
A partir de esa publicación, Zurita es saludado por el crítico literario del diario “El Mercurio”, Ignacio Valente, como el continuador de la tradición de la poesía chilena, pues esos versos lo consagraban: “entre los poetas de la primera fila nacional, como un digno descendiente de los grandes de nuestra lírica”.
Con la publicación de “Purgatorio” en 1979, aquel juicio formulado por Valente, se confirmaría en los medios periodísticos a través de la positiva recepción que tuvo en el conjunto de la crítica oficial; crítica que en ese entonces era la única instancia de recepción de carácter nacional posible para un libro, desaparecidas las plataformas democráticas con la dictadura militar.
Este buen recibimiento de la obra “poética” de Zurita, no parece sorprendente si tenemos en cuenta las latas referencias a la cultura judeo-cristiana presentes en “Purgatorio” y la también larga tradición eclesiástica de la crítica literaria chilena; la que, por supuesto, “sobrevivió” el golpe militar pues formaba parte del bloque ideológico que se perpetuó en el poder.
Lo que sí llama la atención en esta exitosa recepción del libro de un autor joven -además, ligado al partido comunista-, es el intento de limitar las posibles lecturas del texto, primero reduciendo sus sentidos a una tradición exclusivamente textual y, segundo, enfatizando su “originalidad”, que lo situaba al cabo de “la tradición” de la poesía chilena. Cuestión que tuvo una consecuencia doble al reducir la importancia gráfica y de registro visual presente en el libro, y desplazar la atención sobre su contenido referencial, elidiéndolo.
Esta estrategia de lectura es la muestra sutil del contexto de la “revolución capitalista” que por esos años se vivía en Chile; donde el rango de lo decible era –por manifestarlo amablemente- estrecho y estaba sometido a una constante regulación ideológica.
El golpe de Estado fue el inicio de una reorganización total de la sociedad chilena y no obedeció simplemente a “extirpar el cáncer marxista” de la esfera gubernamental. Tras el 11 de septiembre, diversas estrategias marcaron cambios profundos que actuaron efectivamente sobre la organización del país y, a un nivel simbólico, en la configuración de los individuos y sus territorios existenciales.
El nuevo rol del Estado, con el objeto de su reordenamiento, se vería reflejado principalmente en la apertura económica internacional y la privatización de instancias que a lo largo de la historia chilena fueron estatales (como la educación y la salud). De esta manera, el mercado vendría a ocupar un papel doble: el de regular dichas instancias privatizadas, y de garantizar la jerarquía social impuesta, de modo de perpetrar una “reapropiación clasista” de los procesos de producción económica y comunicativa (Brunner, 30).
En este contexto disciplinario, conquistar el campo de la cultura fue de una importancia vital para asegurar a la clase dirigente su predominio en la acción social y su funcionamiento cotidiano. La desaparición de todos los periódicos disidentes, la intervención de las universidades y la quema de libros, fueron parte de las “políticas de control” del régimen.
Es entendible, en este sentido, la alegre recepción de las dos primeras publicaciones de Raúl Zurita, como una ocasión propicia para la crítica oficial, puesto que las referencias religiosas presentes en “Purgatorio”, hacían legible su contenido y posibilitaban su socialización dentro de las tribunas oficiales, ayudando, de paso, a construir la ilusión de una cultura en movimiento a través del argumento genealógico; el que actualizaba la “gran” tradición de la poesía chilena.
Esta experiencia del sometimiento social, condujo –como hemos dicho- a la exclusión política de las demás clases y a la clausura de los espacios públicos. Cuestión que provocó graves efectos sobre la creatividad y su socialización; cubiertos con las ropas del disciplinamiento, el arte, la literatura y la reflexión crítica solo pudieron alcanzar su libre desarrollo en burbujas institucionales como el DEH en el seno de la universidad, en galerías de arte privadas donde artistas y críticos se reunían, o en espacios de una cotidiadianidad clandestina.

Escena de avanzada e interferencia crítica

“Pero el arte nunca es un fin, solo es un instrumento para trazar líneas de vida, es decir, todos esos devenires reales, que no se produ­cen simplemente en el arte, todas esas fugas activas, que no consisten en huir en el arte, en refugiarse en el arte, todas esas desterritorializaciones positivas, que no van a reterritorializarse en el arte, sino más bien arrastrarlo con ellas hacia el te­rreno de lo asignificante, de lo asubjetivo y de lo sin-rostro”. Deleuze y Guattari (191)

En noviembre de 1979, en la Galería CAL de Santiago de Chile se realizó la exposición “El Cuerpo en / De la Pintura de Dávila / Fragmentos” del artista Juan Domingo Dávila. Y la leyenda cuenta que el joven poeta Raúl Zurita se masturbó en público, o que se exhibieron fotografías de su mejilla quemada con restos de semen (herida que Zurita se auto-infligió con un fierro caliente), o que en un foro sobre la obra de Dávila, se exhibió un video donde Zurita se masturbaba.
Esta acción de arte se tituló “No puedo más” y su intención era proponer una interpretación de la obra de Dávila que escapara a la lectura teórica o teorizante de sus implicancias sociales, pues la obra, en palabras del mismo Zurita, provocaba una respuesta “gestual, que multiplicada colectivamente significaría (...) la subversión de todo” (Maldonado).
La proposición que encierra este acto interpretativo es relevante, pues “pone en primer lugar al lenguaje artístico como discurso de potencialidad política, desplazando hacia un nivel inferior la prerrogativa crítico-política del lenguaje no-artístico-académico de los críticos” (Bernaschina y Soto, 228). Pero, además, representa un llamado a la aproximación a las superficies áridas, multisensoriales del arte; un llamado a acabar con la relación de exterioridad que media entre el observador y su objeto observado. El acto interpretativo pugnaba, es claro, por diversificar la manera de aprehender la realidad artística, y, también, proponía la acción como una práctica subversiva en el contexto de la experiencia disciplinaria.
Los sentidos de este acto de interpretación señalan de alguna manera el temple general de la Escena de Avanzada, la que avalada por una respuesta teórica que acompañó de la mano su desarrollo, pudo desplegar sus pretensiones prácticas de actuar sobre los territorios cotidianos, ocupar los espacios públicos expropiados, en fin, re-significar la consigna de las vanguardias históricas de unir arte y vida.
En palabras de Nelly Richard: “Las obras postulan –desde el arte- el no lugar de la distancia que separa lo real de su(s) otro(s) deseados; la exploración de esa distancia nómada como desarreglo (...) de las sistematicidades vigentes” (5). Con el cuerpo y los paisajes de la ciudad como superficies de inscripción preponderantes, era necesario explorar las posibilidades de un lenguaje expropiado de modo de desarticular el sistema de conocimiento de la cultura dominante para, así, conseguir la reestructuración de la creatividad como zona de disensión.
La “acción de arte” de Zurita proponía otra manera de pensar/actuar las producciones artísticas. Necesidad que, al parecer, fue urgente en distintas áreas de la creación intelectual de la década del setenta. Y quiso relevar el papel de la visibilidad –esos “complejos multisensoriales que salen a la luz” (Deleuze, 87)- en la apercepción de la obra de Dávila.

¿Para quién es visible un libro?

“Mientras que uno se limite a las cosas y a las palabras, se puede pensar que se habla de lo que se ve, que se ve aquello de lo que se habla, y que las dos cosas se encadenan (...) [Pero], desde el momento en que se descubren los enunciados y las visibilidades, la palabra y la vista se elevan a un ejercicio superior, a priori, de tal manera que cada uno alcanza su propio límite que la separa de la otra, un visible que solo puede ser visto, un enunciable que solo puede ser hablado. Y, sin embargo, una vez más, el límite propio que separa cada una también es el límite común que las pone en relación, y que tendría dos caras disimétricas, palabra ciega y visión muda”. Deleuze (94)

Siguiendo la productiva lectura que el filósofo Gilles Deleuze hace de la relación entre enunciado y visibilidad presente en la obra de Michel Foucault, podemos resaltar tres ámbitos en los que se jugaría un acercamiento interpretativo a un signo complejo.
En primer lugar, la visibilidad sería una forma habilitante o posibilitante; en segundo lugar, y en la medida en que la realidad es una construcción lingüística, su manera de “existir” estaría dada por lo enunciable: la visibilidad no puede manifestarse sino a través de un código. La misma posibilidad de decir que vemos aquello de lo que hablamos entraña una tercera dimensión que aseguraría la relación entre ambos aspectos: el poder.
Es interesante, en este sentido, recordar la primitiva aproximación retórica que Roland Barthes hace al discurso publicitario. En “Retórica de la imagen”, al hablar del afiche publicitario de pastas Panzani, nos dice: “Su significado es Italia, o más bien la italianidad (...) El saber movilizado por ese signo es ya más particular: es un saber específicamente francés” (128). Este signo que Barthes intenta leer, como vemos, es básicamente un signo donde se acentúa el aspecto ideológico. Por tanto, si podemos decir que vemos aquello de lo que estamos hablando, deberíamos preguntarnos, entonces, cuál es la suposición que le da pertinencia a dicha afirmación o, ¿para quién es posible ver ese signo?, ¿qué posibilita que la relación entre esas dos caras disimétricas sea inmediata?
En el caso que nos convoca, los elementos visibles de “Purgatorio” de Zurita fueron -en su primera recepción- desatendidos. En un momento donde la visibilidad de un libro era casi inexistente dentro de la apercepción del discurso literario en Chile, o considerada como un elemento adyacente, reducida al papel de la ilustración, es atendible la carencia teórica para abordar lo visible en “Purgatorio”.
Recién hacia finales de la década del ochenta y principios de los noventa, dichos elementos fueron de alguna manera abordados en dos textos: “Literatura y experiencia autoritaria” de Rodrigo Canovas y “Campos minados” de Eugenia Brito. No obstante, las conclusiones derivadas del acercamiento a los elementos no lingüísticos -especialmente en Canovas- tienden a coincidir con la lectura general del libro en su contexto de producción. Cuestión de importancia para relevar su carácter referencial, hasta ese minuto también desatendido, pero que plantea sospechas sobre la apacible y orgánica legibilidad de la obra.
Canovas, para constatar de alguna manera lo que viene a ser la pregunta que da inicio a su indagación -“¿Puede pensarse este libro como una denuncia del régimen militar chileno desde la metáfora de la locura?” (83)-, nos dice a partir de la foto de la portada:
“una mejilla herida, un tajo sobre la piel. Esta foto es un signo del bloqueo mental que sufre una comunidad: el sujeto quiere expresar sus ideas, pero no puede. La herida obra entonces como una ‘purgación’, como un intento desesperado de ‘evacuar’ (hacia afuera) lo que circula en el interior del cuerpo” (87).
De la misma manera, Brito describe el montaje “Ego sum qui sum”:
“Grandes letras atraviesan ambas páginas unificándolas, en el juego de los significantes: espejos ambiguos, fragmentados, una imagen anclada con el dictamen bíblico: EGO SUM QUI SUM. El sujeto va abajo de la foto; su predicado, en la página de enfrente. El texto de Zurita va a jugar con este predicado constantemente. Predicado que reinventará el sujeto, lo hará ser el Otro del dictamen del Padre: presencia significada frente a la cual la foto como reproducción del rostro del autor re-creará en su alternancia otra cita: la de una identidad perdida. Quien escribe en el mapa del libro es desde aquí la zona de una pérdida, marcada en femenino, con la extensión de las dos primeras letras del autor: Raúl es Raquel” (62).
Como vemos, solo en el acercamiento de Brito se resaltan ciertos aspectos que están vinculados con un nivel formal del montaje: su disposición sintagmática leída desde la metáfora de la estructura oracional.
En ambas perspectivas, no obstante, los aspectos que se priorizan están directamente vinculados con la valoración ideológica del libro, de manera de evidenciar su juego de interferencia en la relación de poder que trama, ora con el autoritarismo, ora con la figura cultural del Padre.
Estos argumentos, de una u otra manera, refrendan el acercamiento general a los efectos de la dictadura en Chile: desde las tribunas de la crítica de arte, al poner el acento sobre la recuperación de un lenguaje de la creatividad expropiado (Richard), o desde la sociología, acentuando la pérdida de un marco de referencias colectivo (Brunner).

Yo soy el que (no) soy

Podemos decir que “Ego sum qui sum” es un montaje donde al menos dos tipos de materiales interfieren en su construcción: fotografía y tipografía; elementos que utilizan como superficie de inscripción el libro de poesía y despliegan –en su disposición sintagmática, a saber, su determinación presente- tres signos:
-La fotografía de frente del autor. Que, junto con su carácter indexical (al que Brito hace referencia), sugiere, a la vez, la estética de las fotografías de los registros de identidad.
-Un texto manuscrito: “Me llamo Raquel / estoy en el oficio / desde hace varios / años. Me encuentro / en la mitad de / mi vida. Perdí / el camino”.
-Y un tercer signo que atraviesa ambas páginas, el enigma bíblico: “EGO SUM QUI SUM”.
Estos signos tomados aisladamente -en tanto sinécdoques- nos sugieren unas ausencias; se completan atrayendo una red de textos que actúan a manera de antecedentes político-culturales y que generan resistencias entre sí:
-La historia bíblica: de Raquel, esposa de Jacob, estéril por años, madre de José; y de Moisés quien pregunta por el nombre de Dios.
-El Canto I del Infierno de Dante: “Me encuentro / en la mitad de / mi vida. Perdí / el camino”.
-Las políticas identitarias a través del sistema de registro de la población: la fotografía de carnet.
-Y el discurso de la prostitución: “estoy en el oficio / desde hace varios / años”.

La paradoja de la identidad

Organizado en dos hojas, el montaje actualiza la estructura lógica del principio de identidad donde “A = A”. Así, si “Ego es igual a Ego”, ambos elementos de la relación nos hablarían de un solo objeto en el mundo al que referirían. Sin embargo, al estar ancladas sus dos partes al signo fotográfico y al enunciado de Raquel, respectivamente, dicha relación cambia y “A” pasa a ser igual a “B”.
En el momento en que esa relación se complejiza y “Ego” deja de ser igual a sí mismo, tendríamos que decir que hablamos ya no de un objeto, sino de dos objetos distintos; pero, ¿cómo sigue siendo posible esa relación de identidad?
Si tomamos en cuenta las dos dimensiones que arriba deslindamos en la composición del montaje (sintagma y paradigma), podemos tratar de leer esta relación en función de la estructura que actualizan.
El montaje esconde una especie de tránsito: un devenir otro que, como vimos anteriormente, Brito emplaza a través de la estructura oracional de un sujeto gramatical anclado referencialmente y un predicado como “producción de una nueva identidad” (63). Sin embargo, al momento de volver a pensar dicha relación a partir de la estructura lógica subyacente, reconocemos la paradoja que le sirve de base, y el relieve de nuevas cualidades de los signos.
Ambos signos actuarían, entonces, a manera de designaciones del mismo objeto, pero -al suspender su carácter referencial- la relación indexical que traman con su objeto deja de ser productiva, y la forma en que determinan su existencia pasa a ocupar el primer lugar: solo en esa determinación los signos producen nuevas expresiones.
De esta forma, Zurita deja de ser Zurita en tanto sujeto empírico reconocible; y, luego, el “Yo” se disgrega en diferentes posiciones: Raquel, una prostituta, el espacio vacío del sujeto de la política identitaria, Moisés, el Dante de “El Infierno”.
El “Yo” en “Ego sum qui sum”, solo puede nombrarse como tal en la medida en que acoge ciertas características propias de dichas figuras culturales en un proceso de tensiones que se vuelca sobre su superficie de inscripción, contaminando al libro.
En este sentido, el tránsito que produce la subjetividad en “Ego sum qui sum”, en vez de ir hacia el encuentro de una identidad (por móvil que esta sea), la descubre (a la subjetividad) como una serie de posicionamientos variables en el enunciado y suscita relaciones complejas en el cruce entre los elementos lingüísticos y visibles.

Conclusiones

La interpretación que hace legibles, en “Purgatorio”, los procesos de recuperación de un lenguaje expropiado y una identidad colectiva perdida, de alguna manera -como en su momento el argumento genealógico de la crítica periodística lo hizo-, limita las relaciones que el libro en su totalidad puede aún desplegar en el espacio de la poesía chilena contemporánea.
En este sentido, traté de relevar -enfrentando lo visible en “Ego sum qui sum”- la posibilidad de reconocer nuevas expresiones que diversifican ese significado “disidente” o “subversivo”.
En el plano de su valoración histórica, pudimos constatar, por una parte, una invisibilización de los aspectos ideológicos y visibles del libro. Y, por otra, la preponderancia de la visibilidad en la proposición de una interferencia crítica como proyecto dentro del marco de la Escena de Avanzada chilena.
En el análisis de su disposición sintagmática, observamos las contigüidades discursivas que los tres signos provocaban en virtud de reconocer el trabajo de una subjetividad que, a través de movimientos de tensión y resistencia, se va flexibilizando en virtud de evadir la identidad consigo misma..



Bibliografía

Sobre el contexto
Bernaschina, Vicente y Soto, Paulina. “La épica artística de avanzada”. En: Critica literaria chilena actual. Breve historia de debates y polémicas: de la querella del criollismo hasta el presente. Web: www.historiacritica.cl
Brunner, José Joaquín. La cultura autoritaria en Chile. Santiago de Chile: FLACSO, 1981.
Contardo, Óscar. “El palacio en la población callampa. Departamento de Estudios Humanísticos: historia y mito”. En: Suplemento Artes y Letras, El Mercurio, 4 de abril de 2004.
Honorato, Paula y Muñoz, Luz. “Revista Manuscritos”. Recomposición de escena 1975-1981.
Richard, Nelly. “Márgenes e institución. Arte en Chile desde 1973”. En: Richard (comp.). Arte en Chile desde 1973. Escena de avanzada y sociedad. Santiago de Chile: FLACSO, 1987.

Sobre Zurita
Balcells, Fernando. “Purgatorio, obra de Zurita”. En: Revista Bravo, N°2, año 4. Santiago de Chile: febrero de 1980.
Brito, Eugenia: “Un continente semiotizado en femenino”. En: Campos Minados. Santiago de Chile: Cuarto Propio, 1994.
Canovas, Rodrigo. “Zurita chilensis: nuestro dolor, nuestra esperanza”. En: Literatura chilena y experiencia autoritaria. Santiago de Chile: FLACSO, 1986.
Cabrera, Manuel. “Purgatorio de Raúl Zurita”. En: Diario El Día. La Serena: 3 de septiembre de 1993.
Cuevas Guerrero, Carlos. “¿Raúl Zurita en el centro del canon de la poesía chilena del siglo XXI?”.
Fortuño, Sergio. “El soplo de Zurita”. Entrevista.
Maldonado, Sandra. “Reportaje a Raúl Zurita”. En: Lakúma Pusáki: el fuego en el agua (Invierno 2006).
Valente, Ignacio. “El poeta Zurita”. Santiago de Chile: El Mercurio, 07 de septiembre de 1975.

[“El Pejesapo” de José Luis Sepúlveda: por un nuevo realismo]. Por Víctor Quezada

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El Pejesapo” (2007) es el primer largometraje del cineasta chileno José Luis Sepúlveda. Filmado con un presupuesto de alrededor de 500 dólares, en formato Mini DV y sin post-producción de sonido (por lo que la cinta está subtitulada en su totalidad), este filme es la historia de un hombre rechazado por la muerte y la sociedad, de un hombre, que por esta misma condición, no le queda más remedio que enfrentarla.

Esta intención de enfrentamiento -de oposición en principio, pero de acción en definitiva- es el impulso de la producción en su conjunto. No solo a un nivel temático, sino que también en los términos de su posicionamiento en el campo de la cinematografía chilena contemporánea. Sin duda, su precariedad técnica debería deslucir respecto de las muestras del cine chileno actual, sobretodo en el marco de un aumento del presupuesto estatal para la producción, desde la la vuelta a la democracia.
Diversas anécdotas rodean la filmación y las estrategias de difusión del filme. Por ejemplo, fue rechazado por no cumplir con los estándares de calidad en el Festival de Cine de Valdivia. Con una presencia mínima en algunas salas alternativas, su difusión ha sido hecha, principalmente, en poblaciones de las comunas de La Pintana y La Granja (situadas en la periferia de Santiago de Chile), en el marco del “Festival de Cine Social y Antisocial” (FECISO - www.feciso.cl) que Sepúlveda y Carolina Adriazola realizan desde 2007.
Los actores del filme son en su mayor parte actores aficionados, o, directamente, sin ningún tipo de experiencia. Su protagonista, Héctor Silva, que ya antes había trabajado en dos cortometrajes con Sepúlveda, surge del taller de teatro de la cárcel “Colina I”. El guión de la película es mínimo, y solo tiene la función de situar ciertas directrices para darle, así, un mayor peso a la improvisación de los actores, filmados en sus condiciones vitales cotidianas.
Mi propósito, en lo que sigue, será examinar la relación conflictiva entre las condiciones técnicas del filme y la “impresión de realidad” que, sin lugar a dudas, produce. Mientras el juego entre cámara y puesta en escena, sumadas sus falencias técnicas (en alguna medida intencionales, o intencionales en la medida en que no hubo otra posibilidad), exacerban la opacidad del filme, suscitan, por otro lado, el efecto de estar presenciando un tipo de verdad asimilable a la realidad social de ciertos sectores marginados en la sociedad chilena.

Sinopsis: “si yo me pongo la ropa de ustedes, pertenezco a ustedes”

La primera media hora de la película transcurre en un pequeño pueblo ubicado en la ribera del río Maipo (Región Metropolitana de Santiago, Chile). Este pueblo, como locación específica para el despliegue de la historia, es significativo. Sus habitantes realizan trabajos sin nombre, son, como Daniel SS, el personaje principal, sobrevivientes; viven a las afueras de la gran ciudad y sus flujos de capital económico y social, la temporalidad de la ciudad está ausente: sus habitantes viven en un mundo que es siempre el mismo, donde el tiempo ha sido suspendido.
El filme se abre en la ribera misma, con la imagen de un hombre inconsciente sobre el tronco de un árbol que malogró sus intenciones de acabar con su vida. El plano se abre hasta mostrar la figura de otro hombre a caballo y su hijo, bajando ambos donde el suicida frustrado permanece. Lo arrastran luego hasta una casa cercana donde logran reanimarlo mientras afuera llega la noche y se desata una tormenta.
A la mañana siguiente, la cámara ausculta a Melo (del que suponemos es un actor improvisado): un anciano del lugar quien discurre sobre los eventos recientes. Su imagen, es la imagen de un hombre profundamente empobrecido. La cámara camina junto a él, mientras Melo va respondiendo algunas preguntas sobre su rutina; preguntas elididas a través del proceso de montaje. Luego, su rostro en primer plano, el anciano opina directamente sobre la tentativa de suicidio del forastero. Al finalizar esta secuencia, el anciano llega a una conclusión de un sentido común devastador: “Nadie se mata por saber lo que no sabe nadie”.
La pequeña entrevista tiene la función de presentar a Melo y su entorno vital, su gramática intrincada y su rostro curtido, además de establecer el sentido límite de la irrupción del personaje suicida: el retorno de la muerte.
Daniel SS, del que nada sabemos de su pasado y dice no acordarse de nada: ni de las circunstancias de su intento de suicidio ni de su vida anterior; se establece en el terreno donde fue construida la casa que Melo comparte con su mujer Alicia, pese a la oposición de esta.
Melo y Alicia viven en una “mediagua”, una “vivienda de emergencia”, representativa de los sectores marginales chilenos. Pero a Daniel le está prohibido entrar en la casa. Él duerme en un aposento improvisado, una especie de choza: cuatro palos que sostienen grandes pedazos de nylon y una calamina plástica. La choza de Daniel tiene la misma lógica constructiva de la casa de los ancianos: está construida a pedazos, es un montón de signos puestos unos sobre otros, que apenas lo protejen del tiempo.
Esta lógica constructiva -“capa sobre capa” (cfr. Franulic)- es significativa a distintos niveles; hablemos de uno: en un momento, Alicia no está en casa, Daniel y Melo hurgan en la ropa de la anciana; Daniel toma un vestido, se lo prueba, ambos ríen. Alicia los descubre y los amenaza con llamar a la policía. Daniel dice: “si yo me pongo la ropa de ustedes, pertenezco a ustedes”. Es la conciencia del camuflaje, del poder manipulatorio, del lugar del sujeto como una proliferación de posiciones estratégicas. Temática que recorre la película y le otorga fuerza.

La primera parte del filme concluye con el asesinato que Daniel perpetra contra ambos ancianos, por presuntos motivos de dinero. A partir de este momento, Daniel SS emprende rumbo a la capital y la película cambia totalmente, la cámara parece acomodarse a la intensidad del tiempo citadino, y el pueblo suburbano, anverso del Chile neoliberal, sirve como un umbral de paso hacia los edificios y la congestión vehicular de Santiago.
Ahora vemos a Daniel SS enfrentado al mundo laboral. El personaje deambula por el centro de Santiago, ingresa a tiendas, institutos de idiomas, etc., en busca de trabajo. Por supuesto, no tiene éxito alguno.
Las secuencias donde Daniel busca trabajo sirven, de alguna manera, para retratar la situación de desesperanza del desempleado, las trabas burocráticas a las que se enfrenta, los prejuicios de los empleadores, etc. El mecanismo utilizado para abordar narrativamente este tramo de la película pasa por la intrusión –sin preparación previa- del personaje y la cámara en los establecimientos, de modo de -a través de la improvisación- conducir la acción hacia los lugares comunes del prejuicio laboral. Los diálogos que emprende con los “empleadores” tienen sus ejes en el aspecto de Daniel, la ética del hombre que debe construirse a sí mismo y tópicos que descubren cierta ideología del individualismo que va contra los problemas sociales mayores que están en juego: la desigualdad de oportunidades y la discriminación.
En una de tales escenas, Daniel habla con el dueño de una tienda de ropa; un ciudadano extranjero que le aconseja que mejore su aspecto pues toda empresa necesita cuidar su imagen, por tanto, es su responsabilidad cortarse el pelo, limpiar su ropa, etc. El propietario le cuenta cómo fue construyéndose a sí mismo a base de esfuerzo, cómo en su país de origen, luego de una enfermedad que lo dejó postrado, logró encontrar trabajo en una semana. A lo que Daniel simplemente responde: “la situación es desesperante. Usted no sabe, amigo”. Por supuesto, dado que lo que se enfrenta, finalmente, son maneras contrarias de entender el mundo, la discusión no llega a ningún lugar.
En esta segunda parte del filme -que es, a mi juicio, su parte sustantiva, donde se traban los procedimientos y temáticas más significativas- descubrimos que Daniel ya no solo “no recuerda” su pasado, sino que parece no haberlo olvidado nunca; el protagonista tiene toda una vida a sus espaldas: una esposa con problemas psicomotores y una hija, una casa y ciertos amigos.
Vive en un pequeño departamento situado en un conjunto habitacional de la periferia urbana de Santiago de Chile. Aquí, vemos al personaje enfrentado a situaciones cotidianas, pero exacerbadas e inquietantes con su esposa, conversaciones que no parecen tener asunto, la relación autoritaria con su hija, el papel de padre que representa cuando juntos revisan las tareas del colegio. Estas situaciones contrastan con otras escenas donde aparece junto a su amigo “Juanito”, un microtraficante.
Escondidos en otro de los departamentos del conjunto habitacional, ambos fuman pasta base de cocaína, mientras afuera se escuchan voces de niños jugando y se ve una camioneta policiaca hacer su ronda nocturna. El delirio persecutorio del estimulante los obliga a mirar por las ventanas, moverse de un lado a otro, conversar sobre supuestos peligros, esconderse en el baño.
Esta escena “real” -pues efectivamente vemos que ambos están drogados- es interesante, principalmente, por un aspecto: el espacio. Están, como dijimos, en un departamento. Pero no es cualquier departamento, sino uno que sirve como “sede vecinal”: la organización supra-familiar de las poblaciones de Chile que tiene por objeto promover el desarrollo comunitario, además de ser un vínculo político-social con las municipalidades.
La sede parece estar abandonada, como el entorno en el que estos personajes deambulan. Si la situación es “desesperante” en el aspecto laboral, no lo es menos en otros niveles.

La tercera parte y final de la película es detonada por la relación homoerótica que Daniel traba con un transformista de un circo pobre, cuestión que intensifica su crisis familiar y social.
Hacia el final del filme vemos a Daniel y su esposa en un bar ruidoso, mientras discuten sobre su situación marital. En medio de los insultos, Daniel logra llevar la pelea a un lugar que cristaliza su manera de ver el mundo y le otorga legibilidad a su acción a lo largo de la película:

“Yo te hago creer que soy feliz. Yo te hago creer que esta hueá es bonita, que es un mundo de fantasía. Pero la realidad es distinta. ¿Quién está pagando esta hueá?... Vos la estai pagando, vos estai pagando el trago, vos vai a pagar la comida. ¿Por qué? Porque yo no tengo ni uno, porque me la tomo, porque me la fumo... Pero sabís qué, me gusta. A lo mejor es mi forma de sobrevivir. Utilizándote a vos, utilizando al maricón, utilizando a mi compadre Juanito. Porque pa’ otra hueá no sirvo”.

Todos estos conflictos desarrollados en la segunda y tercera parte de la película, terminan en la huida de Daniel. En la escena final lo vemos en la carretera esperando tomar un bus para escapar nuevamente de la ciudad, que parece ser su enemigo más profundo.

Veracidad y realismo

“El Pejesapo” es para el cine chileno un caso excéntrico. No solo por su calidad técnica, alejada de los discursos cinematográficos convencionales, sino que también por la estética que procedimientos técnicos, narrativos y escénicos logran construir.
En este sentido, las dificultades derivadas de la elección del formato, sumada la falta de recursos para sonido e iluminación, exponen a nuestra mirada directa la indiscutible opacidad de sus imágenes.
Dichas dificultades son significativas porque, como dijimos, descubren la realidad de la representación: los procedimientos y condiciones de rodaje; y porque –cuestión quizás contradictoria- suscitan un efecto de “verdad” inesperado. A través de sus actores improvisados y espontáneos (a saber: actores no profesionales y personas filmadas en sus circunstancias cotidianas), la puesta en escena presenta espacios físicos sin mayores intervenciones y lugares simbólicos que se suponen transparentes a la realidad social.

Principalmente a través de medios alternativos, la recepción inmediata de “El Pejesapo” ha hecho hincapié en tales dificultades, relevando, en el plano estético, la mezcla de ficción y documental; en el plano de la realidad representada, su “veracidad”; y en el plano ideológico, la intromisión opositiva de “El Pejesapo” en la dinámica de la espectacularización de la marginalidad.
En primer lugar, la película ha sido leída como un hibridaje de dos modos de representar. Aunque dichos modos van fundiéndose a lo largo del desarrollo de la película, es notoria la preponderancia de una u otra actitud en su división episódica: la primera y la última partes representarían con mayor sustancia una escena ficticia, gracias a la presencia palpable del guión. Su sección intermedia acogería un modo documental más preciso, a través de la estrategia de enfrentar a Daniel SS a la calle y sus vicisitudes cotidianas.
Revisemos algunas versiones sobre estos modos de representación:

“Ejercicio nuevo en el cine chileno que juega con este estar ‘entre’ dos definiciones de la representación de la realidad. ‘El Pejesapo’ se acerca a lo inclasificable propio de este juego de realidad brutal y extrañamiento con una fuerte dosis de nihilismo proletario”. (Corte Irracional)

“...la ambigüedad de la mezcla ficción / documental propicia interrogantes y cuestionamientos sobre esta puesta en escena y sus exploraciones en lo real y lo no real. La opción es llamativa, aún cuando por momentos el grado de interés esté dado hacia el proceso de realización, más que al universo creado por el filme. Y es acá, entre medio de las elecciones retóricas de los realizadores, en donde aparece una profunda honestidad de las vivencias de los protagonistas, que resulta ser uno de los aspectos más atrayentes”. (Ortega)

En las dos citas rescatadas se dibuja el cruce entre ficción y documental como una tensión, como si ambas, necesariamente, fuesen modalidades exclusivas. En la lectura realizada en el sitio Web Corte Irracional, observamos una clara distinción entre un contenido referencial derivado del carácter indexical de la imagen cinematográfica y el dominio de un “extrañamiento”; suponemos, entonces, que “lo extrañado” es ese mismo contenido al que se califica como “brutal”. En consonancia con tal calificación, Víctor Hugo Ortega habla de una “profunda honestidad de las vivencias” que emergería de la puesta en escena gracias al trabajo ambiguo y conjunto de ambas modalidades.
Por otro lado, Ignacio Hache, en su reseña del filme, ligándolo a la estética del documental latinoamericano, resalta la presencia de la cámara y su poder para transformar al espectador en un “testigo presencial”:

“Si comparamos el estilo de seguimiento documental importado por el cine latinoamericano desde influencias neorrealistas y lo aplicamos al modo de registro de Sepúlveda (sobre todo en los diálogos), llegamos a una exacerbación del estilo confundiéndolo incluso con una cámara presencial intervencionista. [...] Esa cámara evidencia la imagen de una audiencia presente e involucrada en el mundo de los personajes donde uno deja de ser un mero espectador y se convierte en un testigo presencial de lo que está puesto (u ocurriendo) en escena”.

Es interesante en esta lectura la reserva que Hache hace en la última línea; al hablar de puesta en escena, se las ingenia para referirse a lo que está “ocurriendo en” la escena, desplazando, así, la significación desde un ámbito estrictamente técnico, hacia otro, digamos, ontológico; como si fuese dable una correspondencia entre ambos planos.

El vínculo entre ficción y documental en “El Pejesapo”, produce, sin lugar a dudas, un efecto complejo: el interés sobre los procedimientos constructivos -pues finalmente hablamos de formas de abordar la representación- posibilita una “honestidad vivencial”, o el advenimiento de una “realidad brutal” que contribuye a delinear cierta garantía de veracidad atribuida aquí al género documental.
Otro tanto podríamos argüir sobre esta veracidad otorgada por cierta “garantía documental” al referirnos al “amateurismo” de los actores, a los lugares representados, al provecho que el talento actoral de Héctor Silva logra sacar a sus “oponentes” citadinos. Pero me parece más productivo hablar aquí sobre, quizás, la dificultad técnica más llamativa del filme: su precaria producción de sonido. Y esto, porque en su recepción ha dado pábulo para integrar la discusión sobre los tipos sociales representados, a través de su habla.

“Suena tan mal que hubo que subtitularla de cabo a rabo. Ahora bien, muchas películas chilenas que sí cumplen con las curvas sensitométricas de los catálogos Kodak y otras sacralidades técnicas me provocan curiosidad: la expresión marginal aparece domesticada, pistoleros y ladrones que hablan a la perfección, drogadictos y angustiados cuya prosodia es envidiable, como si se tratara de un doblaje sociológico”. (Murillo)

Aunque resulte difícil ligar directamente una condición técnica con un efecto valorativo al nivel de la recepción, “El Pejesapo” pareciera posibilitar este lazo: es el caso de que una dificultad técnica se hace “legible”, susceptible de ser semantizada, emergiendo llena de sentido. Frente a la retorización del “sujeto marginal” –procedimiento de amplia vigencia en la cinematografía de la postdictadura chilena- la “naturalidad” del habla en el presente filme parece ser incrementada por la pobreza del sonido, haciéndola más “real” en contraste con el “correcto” sonido de las producciones audiovisuales de mayor presupuesto.
Al respecto, José Luis Sepúlveda, el director del filme, nos dice, en entrevista realizada por el mismo Juan E. Murillo para la revista digital de cine “La Fuga”:

“Esa idea de reírse de nosotros mismos ha terminado por asociarse con la marginalidad, gente de población que habla mal y discriminaciones de ese estilo. Cosa que no comparto, por la sencilla razón de que ser pobre es penca, no es buena onda y la gente no habla así. Pienso que el ‘Chacotero Sentimental’ [1999] comienza esa hornada de caricaturización moderna del pobre. Donde el hacinamiento se transforma en chiste. O ‘Taxi para Tres’ [2001], donde la victimización es el juego de la película. [...] La gente pobre no habla mal; es uno el que habla mal… de la gente”.

En este sentido, es palpable la oposición del autor a cierto tipo de cine (el cine que con propiedad puede llamarse “cine chileno”) y principalmente porque este sería impotente para otorgarle “representatividad” a los sectores populares. Al reproducir, por un lado, a través de sus estrategias de representación, una enunciación discriminatoria y como modo de vida particular, la victimización. Y por otro, al ser incapaz de abordar con pertinencia los problemas sociales que nutren los mecanismos de exclusión. El “cine chileno” es inefectivo a la hora de querer otorgarle voz a tales sectores.
En otra entrevista, realizada por Renato Villegas, el autor declara:

“nosotros no queríamos estar cercanos a la idea del cine que se está haciendo, porque pensamos que es demasiado elitista, es demasiado conservadora, y podríamos hablar una hora sobre el concepto de conservador, pero siento que ha proclamado una idea de prepotencia en nuestras imágenes, en la imagen de la persona común y corriente. No hay película donde aparezca gente que trabaja normalmente [...]. Pienso que de partida mostrar una imagen de un Chile actual tiene que basarse en ese mecanismo, el cine tiene que mostrar algo que no aparece a simple vista, que no aparece en términos de lo comercial, de cuánta plata vas a ganar”.

Y todo esto en un contexto particular. Mientras el discurso televisivo produce la criminalización de los sectores populares, el cine, a través de una retórica “impropia” y una caracterización cómica, estetiza al sujeto popular, relegándolo, finalmente, a un lugar del que no puede salir, alejado de los espacios productivos de la sociedad. La propuesta de Sepúlveda, contraria al menos en sus intenciones a esta máquina de representación, pugna por defender los espacios cotidianos como zona de trabajo a través de una puesta en escena integrada a los circuitos rutinarios de la sociedad, utilizando “actores” que se confunden con sus “personajes” y parecen tener una voz propia.
Tal codificación estética aseguraría, como hemos venido argumentando, un efecto receptivo: el de la honestidad de la “actuación” entendida como “vivencia”. Y este efecto, por su parte, propiciaría la correlación entre una “verdad social” y el código de un “nuevo realismo”: el realismo de uncine imperfecto, capaz de representar la realidad de la injusticia social. Un realismo “más real” en su forma que el realismo hipercodificado de los medios periodísticos y del cine chileno vigente.

En el reverso de lo real está la escena

Según mi parecer, es de vital importancia para comprender no solo las intenciones del filme de posicionarse como un discurso fuerte en el campo de la cinematografía chilena, sino para entender, además, el carácter de su “nuevo realismo”, una secuencia de alrededor de 4 minutos (1:12:35 – 1:16:53), donde presenciamos la celebración del acto de inauguración de una planta de reciclaje de la empresa “Recycla S.A.”.
Al evento ha sido invitada la que por ese entonces era la primera dama de la nación: Luisa Durán, esposa del ex presidente de Chile, Ricardo Lagos Escobar (2000-2006). Consolidado el proceso de transición a la democracia en este tercer gobierno de la “Concertación” (alianza de partidos políticos de centro-izquierda), esta secuencia despliega, al menos, tres discursos preponderantes en las esferas políticas de la sociedad chilena: el discurso de la responsabilidad social empresiarial; el discurso religioso, garantía de toda práctica que se pretende moral; y el discurso oficialista representado por la mandataria.
La secuencia es más o menos la que sigue: vemos al empleador y un compañero haciendo un recorrido por las instalaciones mientras le habla a la cámara. Discurre sobre el trabajo técnico que realizan, la capacitación que han tenido que realizar en Europa y Estados Unidos, sobre las filosofías que los alentaron en su empresa y los fundamentos religiosos que las nutren. “Recycla” es una organización que se caracteriza por su rubro innovador: el del reciclaje de computadores, pero, además, por darles segundas oportunidades a ex convictos.
Gracias al proceso de montaje, podemos asistir a la presentación de sí del empleador, el que manifiesta ser un “hombre de mundo”, tener conocimientos técnicos específicos, representar a una empresa responsable socialmente, y ser parte de una familia profundamente religiosa:

“Nosotros somos una familia cristiana y con valores insertos, y creemos que cuando uno le da trabajo a otra persona, cuando le da alternativa... esto es como el proverbio, que a las personas no hay que darles un pescado, sino que hay que darles una caña de pescar para que puedan validarse”.

Acto seguido, vemos a Daniel SS, está sentado, mirando -por primera vez en toda la película- directamente a la cámara. Nos mira a nosotros, nos habla directamente a nosotros; si bien es difícil llegar a identificarse con este protagonista, sí nos identificamos con la cámara.
Relata la “verdad” de todo el asunto. Daniel, quien efectivamente trabajó en el lugar, manifiesta su experiencia. Ingresó en condición de ex convicto, trabajó durante seis meses allí, los dos primeros meses a prueba, para, al tercer mes, supuestamente, firmar un contrato de trabajo definitivo. Pero todo se dilató y nunca formalizaron su situación laboral, hasta que renunció. Estuvo trabajando todo ese tiempo sin contrato y sin ningún tipo de imposiciones:

“Ellos te dan este sueldito, te dan esta pega, pero por otro lado ellos te utilizan, cachai. Explotan esa parte que viene de que tú estuviste preso y que aquí te estamos dando la oportunidad, cachai. Entonces ellos sobreexplotan eso para su propio beneficio. Por otro lado, haber estado seis meses con ellos y no haber firmado nunca contrato... yo creo que ahí hay cierto abuso de parte de ellos”.

Luego, vemos imágenes de registro del acto oficial de inauguración. Los trabajadores están formados en una fila –Daniel aparece entre ellos-, con sus camisas blancas, con sus cascos blancos, mientras Luisa Durán de Lagos saluda a cada uno e intercambia pequeñas palabras. La primera dama corta la cinta que inaugura la planta de reciclaje, mientras las fotografías se suceden y la secuencia finaliza.

Si para Dziga Vertov el cine debía operar un proceso de desenmascaramiento del mundo y la representación a través del “ojo perfecto” de la cámara, si el cine era la “posibilidad de hacer visible lo invisible, iluminar la oscuridad, desnudar lo que se encuentra enmascarado, volver la representación una no representación, volver la mentira una verdad”, en “El Pejesapo”, ¿podríamos, simplemente, decir que existe esa intención de desemascarar a las personas y las instituciones?, o, ¿debemos, más bien, decir que se desarrolla un movimiento que solo “indica” la presencia de unas máscaras?
En “El Pejesapo” se suspende una moralidad, una manera de entender la dirección del mundo (de Chile). Y esto, pues, cabe la posibilidad de que tras la máscara que se indica exista una nada, u otras máscaras, una espacialización, un territorio donde solo hay posiciones y capacidad de posicionamiento. O, quizás, un montón de ropa que señala nuestra pertenencia a los espacios.


Bibliografía

- Sepúlveda, José Luis (Dirección – Guión - Montaje). El Pejesapo. Chile, 2007, 98 minutos. Distribuidor: Gitano Films. Ver o descargar en Cine Chile.

Teórica

- Agamben, Giorgio. Acerca de la imposibilidad de decir Yo. En: La potencia del pensamiento. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editora, 2007.
- Baudry, Jean-Louis. Ideological effects of the basic cinematographic apparatus. En: Film Quarterly, Vol. 28, N° 2 (Winter, 1974-1975). 
- Bazin, André. ¿Qué es el cine? Madrid: Ediciones RIALP, 2008. 
- Pinto Veas, Iván. Jean-Louis Comolli. Intervenciones sobre lo visible.

Sobre El Pejesapo

- Corte Irracional. Pejesapo: Un híbrido entre la ficción y el documental que apuesta al bajo presupuesto como una nueva posición ética y estética
- Franulic, Fernando. El Pejesapo: sobre los márgenes estigmáticos que (no) se ven.
- Hache, Ignacio. El pejesapo de José Luis Sepúlveda
- Mora, Luis. La belleza de lo imperfecto.
- Murillo, Juan E. El Pejesapo: monos ateridos de frío.
- Ortega, Víctor Hugo. Apuntes sobre El Pejesapo y Mitómana.

Entrevistas a José Luis Sepúlveda

- Colleoni, Daniela. Entrevista: José Luis Sepúlveda.
- Murillo, Juan E. Contra la policía cinematográfica. Entrevista a José Luis Sepúlveda.
- Nazarala, Andrés. Entrevista a José Luis Sepúlveda.
- Villegas, Renato. Entrevistas: José Luis Sepúlveda, realizador de “El Pejesapo”.
- Making Of. El pejesapo. Entrevista con José Luis Sepúlveda.

[Ysypó-Paraguay-Rembó de Cristino Bogado: El tembo regenerativo de la poética prístina]. Por Christian Kent

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Cristino Bogado es un poeta, narrador y ensayista paraguayo (Asunción, 1967). Poeta del “poro'unhol”, es un activo representante de la movida literaria asunceña a través de la editorial "Jakembó" o las cartoneras "Felicita" y "La kancha ava de kournikova". "Ysipó-Paraguay-Rembó" es un largo poema escrito en los intersticios del idioma castellano, los que detecta con novedad, para dibujar otra especie de lenguaje para la poesía y, de paso, como explica Christian Kent más abajo, re-encontrarse con el guaraní desde los márgenes de la ciudad.
Continúa leyendo el artículo escrito por el también poeta paraguayo Christian Kent (Asunción, 1983). 

Ysypó-paraguay-rembó de Cristino Bogado: El tembo regenerativo de la poética prístina

Los idiomas autóctonos sudamericanos (guarani, mapudungun, aymara, kichua, etc.) se encuentran con una serie de obstáculos en el territorio de una supuesta “nueva poesía”. En primer lugar, porque son susceptibles de ser percibidos como una mercancía lingüística exótica o una suerte de “panda idiomático” al que se alimenta pacientemente con hojitas de bambú y se le ruega que coja para subsistir en un mundo de lenguas indoeuropeas predominantes.
En las traducciones, más que en los casos de idiomas menos distantes, se generan profundos abismos de sentido... Como claro ejemplo de esto, aparece en mi memoria el ejemplar bilingüe de “Ayvu i” del poeta guaraní Brígido Bogado, en que la versión castellana es un notable fracaso. Para que, finalmente, emerja la construcción de un paraíso perdido, un pretérito mágico-selvícola que configura una imagen arquetípica, estática y pseudo-auténtica de la identidad paraguaya.
Pero también hay otro problema que no es menor. La poesía guaranítica, tanto la culta como la popular, muy pocas veces detiene su preocupación en los contenidos semánticos originales del idioma (salvo en casos de escritores indígenas y otras raras excepciones); con suerte alcanzan a ser pálidas alegorías de una mitología inventada por Narciso R.Colmánen “Ñande Ypy Kuera” ("Nuestros Antepasados") o epopeyas que como bien menciona Cristino Bogado, el poeta que es el motivo principal de este texto:

            “reúnen en un mismo cuerpo en una misma figura los dos
lados de la belleza:
            cantar y conquistar
                                                (…)

            su homero es el Mariscal el Mariscal es su goethe
            sus poetas héroes cantan sus propias conquistas cantos".

Mi creciente interés por la poesía de Cristino Bogado, que en un comienzo no era más que un entusiasmo por su arrollador despliegue barroco, tiene que ver especialmente con el haber encontrado una manera de incorporar valores poéticos-místicos-vitales de un idioma que sigue vivo entre nosotros los paraguayos frente a la realidad “posmoderna”, según él la considera. En la orfandad de un mundo universal “oficial- monopolista-kapitalista-humanófobo-pro-quotizado”, el desafío del poeta es re-escribir el mundo, chamanizarlo desde su sabida clandestinidad. En este sentido, la intromisión de una mitología o cosmogonía guaranítica en el mundo posmoderno, funciona en la dirección contraria del lloriqueo pasivo y nostálgico del pasado eterno de la selva, es el jopara, la mezcla y la clandestinidad tratando de encontrar una otra habitancia ritual y poetizada.
Cuando le pregunto a Cristino por SMS de dónde viene “la tribu de los fumadores Klandé” me responde: “Sale dl spiritu kland n dnd prefiero habitar”. Y eso es lo que me interesa de la obra de Bogado, no su curiosidad idiomática, ni su cosmopolitismo “mbya”, sino la (re)invención de un lenguaje para poder coexistir desde un territorio ritual-sacrificial y poético con el mundo de los ayurakarés (“cuellos torcidos” en castellano).

Ysypó-paraguay-rembó

El Ysypó es una liana que crece en los montes de Paraguay y todavía, quién sabe por qué, en algunos yuyales o patios de la capital. Su alcance simbólico en este poema tiene varias posibles significaciones; la más explícita es su semejanza fisionómica con el “rembó” o falo o pija, sobre todo con la pija del Kurupí, duende de la fecundidad que se enlazaba su enorme verga por el torso. El Ysypó es la verga de Paraguay, plantea el título. ¿Y que tiene de especial? El Ysypó, además de tener propiedades propiciatorias de la sexualidad según la medicina tradicional paraguaya, tiene la milagrosa capacidad de regenerarse; “es indestructible como el ysypó-kurupí-rembó tradicional / fértil en las artes de la lagartija”. Este fenómeno convierte al Ysypó en una metáfora sostenible y sostenida para la poética de Bogado. En tanto que cualquier intento por destruir el Ysypó –como símbolo de una nueva fertilidad escritural– termina en su constante (re)generación o (re)invención.
En otras palabras, en su fragmentación y en su mutilación radica su mayor fuerza fecundadora. Así es como Cristino abandona los anales de la lengua guaranítica para reencontrarla en su destrucción, en su ruina, en su penosa convivencia con la actualidad que relega “lo otro” a espacios marginales, regenerándose para volver a nombrar/fertilizar al mundo en clandestina, maleducada y ritual-antropofágica convivencia con los valores del neoliberalismo imperante.
Desde el primer verso aparece “La secta de los fumadores Clandé”, una curiosa tribu que vuelve a aparecer en el curso del resto del poema. El acto de fumar es un ejemplo paradigmático del vaciamiento del mundo de sus valores primigenios. El humo que era la “cerrazón lacrimosa de la tatina auroral” o la referencia más concreta de la neblina que “in illo tempore” origina la palabra creadora (“ñee poty tenondé”) se convierte en “mero humo para sus pipas de pezuña de jurumi”. La secta de los fumadores clandé rescata el humo desde sus ruinas semánticas (“de tabaco transgénico suele instilar historia del ysypo paraguay”), el espacio de lo sagrado es el espacio de lo clandestino, de lo “underground” y la posibilidad de devolver los sentidos al humo, a la palabra, al mundo, quedan relegados al único templo posible: la marginalidad. El "tatachiná" es una cerrazón lacrimosa, un esoterismo nostálgico, pero también es parte del proyecto sagrado-fecundatorio del poema:

“purga sacrificial propiciatoria humo-lustral
de la fecundación del avatiju (1) cosecha primaveral”

Los fumadores clandés aparecen como seres delirantes, legendarios, esotéricos, antropófagos con “nostalgia de asadito de ñato” frente a sus principales antagonistas en la configuración del espacio poético, los “ajurakaré posmoderno poscapitalista neoimperial”. Los fumadores clandé son los nuevos salvajes que intervienen en el mundo para invertir los roles pretéritos, ya no existe una misión civilizatoria sino la mucho más noble tarea de “barbarizar el primer mundo”. A veces presentándose como la más maravillosa violencia político-linguística contra toda la mierda flotante y otras veces como una victoria sagrada/profana/klandé sobre esa misma cagada:

“Elevarse sobre el esplendor posmoderno en forma de
yaguarete”.

Pero la gran victoria poética de Bogado tiene que ver, sigo creyéndolo, con el haber encontrado la forma más sincera de sacudirse el pudor de nuestros antiguos símbolos intocables, trayéndolos al presente del idioma, al jopara más frenético, a la posmodernidad más caótica y solitaria, donde Ian Curtis es Mozart y conviven sin fricción los poetas imperdibles en el camino a la Verdad: “Alma Mahler Marianne Faithful Linda McCartney Blondie Courtney Love La-Joven-Maká-que vislumbre-sobre-calle-Palma”. Y no puede expresarlo mejor este poema que se enreda en el enredo, que se despliega como un enorme monstruo de referencias, idiomas, símbolos, imágenes, mitologías e invenciones, al decir simplemente:

“La secta de los fumadores clandé
ama en el presente la vitalidad del pasado”.

Como reciente lector de Cristino Bogado creo identificar en esta idea una dirección para la poética joven paraguaya, en tanto que supera esa casi aristotélica referencia a los “poetas guaraní”, “poetas bilingues” o “poetas en castellano” o lo que sea. Bogado es el poeta del “poro'unhol” (“Poro'u” es “tener sexo” en guaraní, poro'uñol es un neologismo que Bogado utiliza para denominar su escritura), el poeta de la cópula desmedida de signos y realidades lingüísticas que durante siglos convivieron en el mutuo rechazo, y de esa cópula sale un terrible niño mutante con una todavía más terrible misión “mbyadánica” de darle nombre a lo que todavía no tiene, es decir, la realidad. Desde la clandestinidad, desde el Kentucky transgénico y pegándole a los “ayurakaré” con macanas en la nuca, la doble tarea poética de crear un universo posible y despertar (matar) a los dormidos que “Han conspirado en la pira de sus sueños”, es el comienzo de una poética que supera al poeta para convertirse en sí misma en un lenguaje.

Nota
(1) El “ju”, palabra guaranítica para amarillo, aparece constantemente en el poema por ser símbolo de lo sagrado; del sol, del maíz.
*Fotos de Cristino B. por Gavril Alon.


Christian Kent (Asunción, 1983). Poeta. Estudió Literatura en la Universidad de Chile. Es autor de “Lieutenant” (La Calle Passy 061 / Felicita, 2011) y “Trampero” (La cancha ava de Kournikova, 2012). Mantiene inédito el libro “Ñembo biografía del Conde Orloff”. Más artículos de Christian Kent
 



Más información sobre "Ysipó-Paraguay-Rembó" de Cristino Bogado en La Calle Passy 061 Ediciones.

[Mar Paraguayo de Wilson Bueno: La marafona de Guaratuba]. Por Christian Kent

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Wilson Bueno (Jaguapita, Provincia del Paraná, Brasil, 1949) falleció en desgraciadas circunstancias en su casa de Curitiba en 2010. Era uno de los más influyentes autores de Brasil, alcanzando a publicar algunos títulos fundamentales de la literatura brasileña moderna, como: "Bolero's Bar" (1986), "Manual de Zoofilia" (1991), "Cristal" (1995), "Pequeño Tratado de Brinquedos" (1996), "Jardim Zoológico" (1999), "A Cavalo" (2000), "Amar-te a ti nem sei se com Carícias" (2004) y "Cachorros do Céu" (2005). 
Su libro "Mar Paraguayo" (1992) es un caso especial, es la única obra de Bueno que incursiona en la mixtura de tres lenguas: portugués, castellano y guaraní. 
La primera edición de "Mar Paraguayo" es de Iluminuras, Brasil, 1992 con Prólogo de Néstor Perlongher. Fue reeditado luego en Chile a través de Intemperie, 2001; Tse-Tsé, Argentina, 2005; y Bonobos, México, 2006. 
Revisa ahora una indagación del poeta paraguayo Christian Kent, quien a partir de un elemento mínimo -la figura de la "marafona"- aborda el complejo lenguaje del libro de Wilson Bueno.

Mar Paraguayo - La marafona de Guaratuba

Comenzando a leer "Mar Paraguayo" imaginé que "marafona" era una palabra cultivada en la “cachoeira” de su “ayvu” (palabra - lengua del hombre) irrestricto. Algo así como mar-(a)fona, mar silencio, mar (sin) ruido. Pero entonces, no contento con esta versión, busco marafona en Wikipedia, a enciclopédia livre (“se procura pelo futebolista, veja José Carlos Coentrao Marafona”): “A marafona é una muñeca de trapos, sem ojos, nariz o ouvidos, vestida com un colorida traje regional. Su esqueleto es una cruz de madeira revestida a tejido”.

Y continúa: “Durante la festa, las muchachas casamenteras bailan con as marafonas. Despois da festa las muñecas son deixadas en cima de la cama donde tienen el poder de livrar la casa das tempestades y truenos, y del mal de ojo. En el día do casamento se guardam debaixo da cama (como no tienen ojos ni orejas ni boca, nada ven, nada oyen, nada pueden contar) para traer fertilidade al matrimonio. As marafonas están asociadas al culto da fertilidade”.

Etimológicamente, la palabra “marafona” viene del árabe “mara haina”, “mulher engañadora”. De ahí la marafona puede ser también una prostituta, la “cuñambatará” de Mar paraguayo, o bien una “mulher deleixada, desarreglada, kelembú”. Pero en esencia una mujer que engaña (“a ustedes que me leem como quien secretamente se posta ante la fresta de una puerta cerrada”).

 Como sea, este es el personaje que narra en “Mar Paraguayo”, cuestión que sin esta aclaración quizás pase desapercibida. Esa marafona de Guaratuba, una “cuñambatará”, una “bonequinha” de trapo sin rostro -símbolo erótico- liada sin remedio a un viejo decrépito y vinculada con el vaho de su muerte, comienza un relato confesional que se despliega en círculos casi como un baile ritual en torno al acontecimiento que se repite; juego macabro, cómico –y en algún punto-, metafísico.  La marea lingüística, diminutiva, aglutinante, desmedida y microscópica, va construyendo un universo simbólico dónde se debaten: la muerte, la enfermedad (“tasy”), la fugacidad de la vida (“tecovembiki”), lo divino (“tupa”), lo infernal (“añaretamegua”), lo sexual (“porenó”), la imaginación (“morangú”) el amor (“mboraihu”) y la literatura (“ñandutirenimbó” – telaraña).

Los límites del mundo son los límites de este raro, mítico “yopara”, esta “sopa paraguaya” epistemológica que dice el fallecido Nestor Perlongher... y están demarcados por la conciencia poética de la marafona de guaratuba, el poeta trasvestido y trastocado en esta graciosa muñequita sin cara, que al perseguir las razones de su crimen persigue también su identidad.

“Soy mi propia construcción e asi me considero la principal culpada por todos los andaimes derruidos de mi projeto esfuerzado. Se chagaré a mim? No sé y me persigo, de lo melhor modo: escribindome aún que esto me custe lancetadas en el ovário y el pulsar de una vena cerca del corazón”.

“Mar Paraguayo” es una confesión. La marafona de Guaratuba antes que nada desea consignar su inocencia en relación a la muerte del viejo; “No, cream-me, hablo honesto y fundo: yo no maté al viejo”. Pero la trampa urdida por la tarántula (“ñandu, ñanducabayú, ñanduti”) se va desplegando y se desborda hasta que todo cae en ella, ya no solo debe confesarse una inocencia, sino además a partir de la confesión debe emerger todo el devenir del “linguagem” y “do mundo”, de esa lengua que se va creando a sí misma en la evolución del relato, que se va inventando (“omboguerojera”, como el padre tutelar de la cosmogonía Mbyá) y solo puede referir los misterios que ella misma contiene. “Mar paraguayo” es una “linguagem marafona”, “mbatará”, océanica y milimétrica en la aparente misión de retener un acontecimiento cotidiano.

Es la aglutinación guaranítica aunando todo en una sola palabra kilométrica.
“Mar paraguayo” es un conjuro: “Escribo para que no se rompa dentro las cordas de mi corazón”.




Un fragmento de Mar Paraguayo

Yo soy la marafona del balneário. A cá, en Guaratuba, vivo de suerte. Ah, mi felicidad es un cristal ante el sol, advinadora esfera cargada por el futuro como una bomba que se va a explodir en los uranios del dia. Mi mar. La mero Merde la vie que yo llevo en las costas como una señora digna cerca de ser executada en la guillotina. O, há Dios ... Sin, há Dios e mis dias. Que hacer?

Hoy me vejo adelante de su olhar de muerto, esto hombre que me hace dançar castanholas en la cama, que me hace sofrir, que me hace, que me há construído de dolor y sangre, la sangre que vertia mi vida amarga. Desde sus ombros, mi destino igual quel hecho de uno punhai en la clave derecha del corazón.

Ahora, en neste momento, yo no se que hablar com su cara dura, rojos los olhos soterrados, estos que eram mis ojos.
No, no lo mate porque su vida se entranhava en la mia. No, fue la suerte, ya lo disse. Mi suerte advinadora de la esfera, bólide y cristal: antes de todo yo já lo via más muerto que la muerte.

Nasci al fondo del fondo del fondo de mi país - esta hacienda guarani, guarania e soledad. La primera vez que me acerque del mar, o que havia era solo el mirar en el ver - carregado de olas y de azules. Además, trazia dentro en mim toda una outra canción -trancada en el ascensor, desespero, suicidados desesperos y la agrura.

No tuve miedo del gran abisrno de água e espuma. Lo mire duramente aún que todo en mi era apenas una alegria de niña en el sol, yo que a este tiempo ya volvia, con terror e manchas blancas por los pelos, já volvia ya el Cabo de la Buena Esperanza.

Mi cuerpo que engordo por non salir de esta sala oscura ande trac;o el destino, melhor el dele, o deste hombre que mis manos acabaran de assessinar suavemente - con una disposición de cisne y sabre. Ó era el que acabava de morir?

Fue simples: solamente lo tome desprevenido e con una, una sola distracción y el malo que era ser su atendente y obrigatória esclava, lo jogue al sofá con terror y susto - estranhamente mudo y en abrupta soledad. Ninguna gota de sangre para me poner en apuros, no, ninguna.

Prossigo el arte de la sortista, casa térrea con mangueiras en el jardin e sombreros por los quintales, sin hablar del sol, del rude sol mañanas, tardes y noches - el espantoso verano de Guaratuba quando se é diciembre e el mundo se pone de barracas y chicos por las playas coloridas pela tarde - esta pequenha gran artista de las tintas del cielo.

A la noche tengo mi trabajo: no que me enamore, no, non es esto, lo que digo es todo um labirinto de aran has que van teciendo en las quinas de la casa, mientras me perca frente al televisor assistindo a la novela de Sonia Braga - sus ancas que me ponen en arrepios toda la vez que aparecen en el video como se fuera la derradera disposición de una vida, mi vida, la vida - de viés.

Yo se que muerto está, que muelto el viejo viverá para siempre acorrentado a mi pecho, lo nodoso recuerdo de su língua sutil a explotar-me con gusto, gozo y orgasmo.

Yo, a cada vez, sonaba más y más con Braga, esta Sonia de mi vida marafa, aquellos profundos negros ver-se¡ ver. Ah, aqui en el balneário de Guaratuba ninguno que hable, nadie, ninguém¡ mi idioma que no sea el demmado silencio de las siestas calcinadas por el estio, con cigarras agonicas de cantar e pajaritos en las copas del flamboyant todo de risa con el verano, su risa de rubra florada¡ cerca de lo ibisco que me dije que já es tarde, que já es mucho tarde para morir.

Que idéia, que idéia la mia - já me esquecia, toda olvidada, de la única companhia que me hace decir, sin error: esto es concreto como el ibisco: mi perro, mi tiquito perro que atende por el ruído de Brínks e es tan pequetito, tan juguete-de-pelos, tan colita acima como se fuera una coma móbile y bifurcada.

Ahora es el drama. Añareta. Añaretameguá.

Desde que es hecho estos climas de humo y ansienedad de la alma, de quien el hecho de viver así, pm entre copas y espinos, garras y los huevos tan hechos - como es hecho casi nascer - de los escmpiones que ya salen para esto mundo con su rude ferrón? Do que hablo, tan en circunloquios es del cabaré. Observo: acá uno se llega para supuesta alegria, a lá o a cá la siempre inalcanzable felicidad, e se pone de risas contra las chicas, levanta-Ihes las saias, mete los dedos en la cava de sus corpetes oferecidos. Nadie vive sin humildad. Ñemomirí'há. Ñemomirí'. En mi idioma nativo las cosas san más cortas y se agregan con surda fe-rocidad. Ñemomirí'. Ñemomirí'há.

Quando adentro a estos quadrantes del mistério manífico de existir, de que exista el pútrido, el sórdido, el luxuriante, quando me flagro asi, casi suprema, tornase unas quantas cosas dentro, cerca, de nuevo, del infierno. El existe - sobrado de incendio y chama, lámpara en el fondo de nuestros ollas quemados.

Añaretameguá.

Tengo medo, tengo mucho miedo do que se puede, más adelante, O daqui há pouco, acontecer. Puede que sea el milagro, puede que sea el abismo. Paraí'pí'eté es el abismo todo en el mar.

La verdade es que nunca no lo se, e esto me pone pérdidamente medrosa, sin coragem siquiera para salir en la calle e passear mis leves vestidos longos, los colares, los braceletes y las madreperolas del brinco de orelha. Y el medo es una cosa viscosa que viene de dentro - devagar, pastando sus patas-de-pelos, llegando, sutil, para te pegar, após em panico, para te pegar - definitivamente - por las cardas del corazón. Hay quien, en nestos momentos, costumbre matar-se. Añareta que se mueve. No há Dios?
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